Debate. Madrid (1999). 200 págs. 1.700 ptas.
José Carlos Somoza (1954), autor de obras de teatro y guiones radiofónicos, sólo era conocido hasta la fecha por haber conseguido el premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical. De golpe, varias novelas suyas coinciden en el mercado, una editada por Algaida, La ventana pintada, y otra en Debate, Cartas de un asesino insignificante, y también se anuncia la publicación en la próxima primavera de otra novela suya en Alfaguara.
A José Carlos Somoza le gusta enfrentarse a la ficción literaria como un juego metaliterario. Sus planteamientos son novedosos y sorprendentes, y es ahí, quizá, donde radica el atractivo que está despertando. En el caso de Cartas de un asesino insignificante, el lector asiste a la insólita correspondencia entre un asesino y una mujer a la que ha decidido matar. Esta mujer, traductora y escritora, se ha retirado al pueblo costero de Roquedal, espacio imaginado por el autor que se repite en sus libros, para acabar la traducción de una novela de Faulkner. A las pocas páginas descubrimos que esas cartas han sido un invento literario de la autora, con la que inicia así la novela que está escribiendo. Sin embargo, las cosas se complican cuando la autora hace saber que alguien la estaba espiando y después de conocer su secreto, continúa el juego y le escribe más cartas que se asemejan en su composición a las que ella estaba inventando. El nuevo autor también tiene la misma intención que el personaje de la ficción: asesinarla.
El lector queda así atrapado en una curiosa intriga en la que también tienen un importante papel algunos personajes de Roquedal, sospechosos de ser el posible asesino, y las costumbres de este pueblo, historias que conectan misteriosamente con el argumento principal.
El autor maneja con originalidad las sugerencias y los ingredientes literarios, interrelacionados de manera ambigua para confundir la realidad con la ficción. Estilísticamente, abusa de un forzado manierismo, que se hace extensible al resultado final de la novela, cuando ya se tienen todas las cartas en la mano.
Adolfo Torrecilla