Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Instituto de la Mujer. Madrid (1998). 652 págs. 1.700 ptas.
Esta obra de María Elósegui, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza, abarca un amplio espectro de reflexiones que pueden dividirse en tres ámbitos. El primero podría calificarse de marco «teórico» de posiciones y puntos de conflicto entre liberales, comunitaristas y republicanos. Elósegui pasa revista aquí a Thomas Pangle, Michael Sandel, Ronal Dworkin, Charles Taylor, Habermas, Rawls y Kimlicka entre otros. El segundo de carácter «práctico», incluye consideraciones muy variadas sobre las últimas conferencias de Naciones Unidas así como capítulos específicos sobre la mujer en el Islam, los derechos de la mujer keniana, la igualdad y diferencia según el Tribunal Constitucional español y un largo etcétera. La obra, sólo por eso y pese a su lógica extensión, tiene el indudable valor de mostrar de qué modo los conflictos «teóricos» rebasan, con mucho, el ámbito académico e influyen decisivamente desde la guerra del velo en Francia hasta el desarrollo de una conferencia mundial. En tercer lugar, este libro ofrece la propuesta concreta del «republicanismo intercultural», aspecto que merece una lectura detenida.
Frente al liberalismo de Rawls y el republicanismo de Habermas, Elósegui defiende una ética racional, común y sustantiva (no puramente procedimental), compatible con el pluralismo. Y aporta interesantes reflexiones en dos campos: la interpretación de los derechos humanos y la educación. La perspectiva de María Elósegui revela su disidencia, pero también su esfuerzo integrador. Hace falta ser ciertamente discrepante para afirmar, como hace la autora, que «la ética no es cuestión de consensuar sino de buscar la verdad» y que es posible conocer unos contenidos éticos comunes. Pero también parece evidente su intento integrador al considerar que esta ética «no se identifica con ninguna civilización histórica (…), es transgeográfica y cosmopolita, y puede integrar la sabiduría de las antiguas culturas».
Las últimas conferencias internacionales convocadas por la ONU han puesto de manifiesto los límites de cierto discurso occidental de derechos humanos basado en una concepción fuertemente liberal, señala Elósegui. De hecho, este lenguaje de corte individualista y, además, puramente formal es totalmente ajeno tanto a los países de tradición musulmana como a los asiáticos y otros. Y, como señala Elósegui, no parece «que los tutsis y los hutus se van a convencer algún día de que el constructivismo kantiano lleva a concluir que la vida de cada persona tiene un valor por sí misma que obliga a respetarla».
El «republicanismo intercultural», que defiende la autora, intenta recuperar la moral clásica y retoma la tradición occidental grecolatina frente a la anglosajona. Al hablar de deberes junto a derechos y ver al individuo inserto en el grupo social coincide en parte con la visión asiática y de otras culturas no occidentales. Propone también una síntesis del humanismo cívico y del liberalismo en cuanto defensor de los derechos de la persona. Su postura integra, pues, la ética de las virtudes y la de los principios e incorpora el elemento social.
El republicanismo intercultural parte del pluralismo cultural, político y religioso, y de la diversidad de morales. Sin embargo, considera que es posible una ética común que va más allá de la mera cultura política común de Rawls, de la ética liberal de Kymlicka, de la procedimental de Habermas o de cierta identificación entre política y ética que defienden los comunitaristas. En definitiva, Elósegui contempla ámbitos de confluencia pero también de independencia entre las esferas de la moral, de la cultura, de la ética, de la política y de la religión. Y llama la atención precisamente sobre el hecho de que en una sociedad plural lo único que puede unir a las personas de distintas religiones, culturas o ideas políticas es la ética racional.
Aurora Pimentel