Taurus. Madrid (1999). 197 págs. 2.300 ptas. Tit. or.: The Warrior’s Honour.
Cuando vemos en el telediario las imágenes sobrecogedoras de las guerras étnicas que siegan vidas y desintegran Estados, a menudo experimentamos el impulso moral de «hacer algo». Pero no hay un protocolo claro de intervención humanitaria. Occidente ha salido a veces escaldado de acciones bélicas que pretendían traer la paz (Somalia, Líbano), y si la intervención en Kosovo ha evitado una injusticia, no parece que haya traído la deseada sociedad multiétnica. En otros conflictos (Sudán, Afganistán…) los cooperantes se preguntan si la ayuda humanitaria no está sirviendo sólo para prolongar la guerra y si realmente una intervención de este estilo puede mantenerse neutral.
Michael Ignatieff, periodista e historiador, está bien familiarizado con estos dilemas. No en vano, entre 1993 y 1997 recorrió buena parte de los paisajes arrasados por la moderna guerra étnica (los territorios de la antigua Yugoslavia, Ruanda y Burundi, Angola, Afganistán), y ha podido dialogar con protagonistas de estos conflictos. Como hombre que ha trabajado para la televisión, se pregunta sobre el papel de los informativos a la hora de crear una empatía moral entre el telespectador y las imágenes terribles que contempla; cómo evitar que el sufrimiento ajeno se convierta en un ingrediente más de la información espectáculo. Como periodista que ha estado sobre el terreno, intenta comprender los mecanismos que desenca-denan el odio entre comunidades étnicas que antes convivían pacíficamente.
Una gira por el África de la violencia lleva al autor a ponerse en guardia contra la tentación de la repugnancia moral que acecha a Occidente, decepcionado por la escasa eficacia de sus intervenciones. Entre el cínico desentendimiento y la fantasía de la omnipotencia, hay que seguir buscando en cada caso el camino de la ayuda posible.
Las dudas vuelven a reaparecer a propósito de la purificación de la memoria, cuando las sociedades deben dejar atrás un pasado de odio y violencia. ¿La verdad traerá automáticamente la reconciliación? ¿Estas sociedades no necesitan a menudo olvidar? Las «comisiones de la verdad» y los tribunales de justicia para los crímenes de guerra se enfrentan a este dilema.
Michael Ignatieff deja claro su rechazo de los nacionalistas que sólo contemplan al otro para confirmar su diferencia. Pero analiza estas complejas cuestiones mostrando sus múltiples facetas, sin abandonarse a denuncias fáciles y confesando a veces su perplejidad. En ocasiones se nota su tendencia a ver la religión como un factor de división y un riesgo de intolerancia; pero igualmente se podría advertir que el cristianismo subraya el papel primordial de la semejanza humana y el carácter secundario de las diferencias. No es el menor mérito de Ignatieff saber combinar el rigor académico con una prosa amena.
Ignacio Aréchaga