Muchnik. Barcelona (1999). 365 págs. 2.600 ptas.
Castilla en canal es un libro de viajes, que no de turismo. Ya advierte el autor que hoy la gente se conforma con lo segundo, sin saber disfrutar de los primeros. El viaje supone algo más: aventura psicológica y humana, encuentro y diálogo con la geografía, la etnología y la historia del lugar por el que se viaja.
A medio camino entre el ensayo y el reportaje, la literatura de viajes ha de acumular informaciones y reflexiones interesantes para no aburrir al lector. Raúl Guerra Garrido ha realizado la doble proeza física y literaria de levantar más de trescientas páginas a golpe de pisada y de bolígrafo; sin más hilo conductor que las riberas (viejos caminos de sirga y de cadena) del Canal de Castilla, esa empresa hidráulica de la Ilustración que quiso abaratar el transporte de los trigos castellanos hasta el mar de Cantabria.
En segunda persona, hablándose a sí mismo, el autor hilvana en un discurso lúcido las muchas leguas de antropología e historia que separan Medina de Rioseco y Valladolid de Alar del Rey.
En un castellano artístico, que cambia de registros o imita textos viejos según se lo va pidiendo la naturaleza de los lugares visitados, Guerra Garrido alterna lo erudito con lo rural conformando un estilo de sabor fuerte, que atrapa al lector por el ritmo de la prosa. Por eso, quienes se acerquen a Castilla en canal pensando que lo hacen a un documento, más o menos erudito, sobre un viejo sueño del siglo XVIII, se van a encontrar con la sorpresa de hallarse ante un monumento literario, que combina la elegancia discursiva -como hace Claudio Magris en El Danubio- con el brío lingüístico de los mejores escritores castellano-leoneses.
Raúl Guerra Garrido, autor de una veintena de novelas, ha logrado con Castilla en canal un hito memorable en su ya larga carrera literaria.
Rafael Díaz Riera