Anagrama. Barcelona (1999). 126 págs. 1.400 ptas.
La producción narrativa de Vidal-Folch (Barcelona, 1956) -siempre en Anagrama- se inició en 1987 con la novela No se lo digas a nadie. Ha vivido su momento culminante de calidad y aplauso de la crítica con La libertad, y ha transitado también por el género del relato corto (1998, El arte no paga y 1997, Amigos que no he vuelto a ver –ver servicio 74/97-).
Esta quinta entrega, a medio camino entre la novela corta y el ensayo, confirma las características de una trayectoria singular y brillante que se pueden resumir así: una mirada irónica, incluso despiadada, a la realidad; un cosmopolitismo, labrado en sus años de corresponsal, que amplifica la validez de sus propuestas; una seria capacidad de profundizar intelectualmente en problemas actuales; un estilo provocador, pero sin estridencias, elegante y eficaz.
Sensible al desengaño (frustración política en la construcción de Centroeuropa -en el caso de La libertad- o el derrumbe de mitos e ilusiones de una generación -Amigos que no he vuelto a ver-), el autor emplea ahora una débil trama de ficción para denunciar el estado del arte contemporáneo, ininteligible y autista, farsa sin trascendencia.
Un poderoso e inteligente director de museo sufre la provocación de un joven artista desconocido que se atreve a exhibir en una exposición un retrato (moderno) donde se interpreta de modo insultante su personalidad. Toda la acción transcurre en un día, el que dedica este director en buscar al artista debatiéndose entre si debe llevar como una condecoración el escupitajo de un necio o debe asumir el reto.
Las reflexiones que le provoca este suceso y sus entrevistas con un amigo y el propio artista, que arrastra una vida torpe y exagerada, son los canales de expresión de las ideas del autor sobre el arte contemporáneo, auténticas protagonistas de esta novela.
Ignacio Vidal-Folch hace gala de una familiaridad con el mundo del arte que, quizá, no cabe suponer en un número alto de lectores. Lectura, por otro lado, carente por completo de amenidades. Gustará, en cambio, a los aficionados al arte, que verán plasmadas y bien argumentadas las perplejidades de muchos ante un tipo de expresión desvinculada de todo tipo de armonía espiritual y estética, ajena tantas veces a la belleza, a la verdad y al misterio.
Javier Cercas Rueda