Ahora que están de moda los relatos fantásticos sobre cómo vivían los hombres de las cavernas –novelas de indudable eficacia comercial pero que no se sostienen ni literaria ni históricamente–, es el momento oportuno de leer Crónica del Pleistoceno, una humorística interpretación sobre los orígenes de la humanidad. Esta obra se publicó originalmente en 1960, y se ha visto acompañada por el éxito en diversas lenguas.
El narrador, Ernesto, antropoide, uno de los primeros pobladores conscientes de su propia individualidad, relata la vida de su singular familia, y en especial de su padre, el progresista Eduardo. Éste se enfrentó con su actitud renovadora a los hábitos de los hombres más monos, como su tío Vanya, todo un reaccionario recalcitrante, enemigo de cualquier cambio en las costumbres. Los primeros experimentos del incoformista Eduardo, fiel a su principio de que el progreso es lo primero, los aplica en su propia familia. Luego vienen los irónicos momentos importantes, que serán vitales para la historia de la humanidad, como bien sabe Eduardo: el trabajoso descubrimiento del fuego, de la lanza, de la cocina casera, del arte figurativo, del matrimonio moderno, del ocio y de la cultura…
Vale la pena esta inteligente crónica, en la que la ironía de Roy Lewis (1913) es siempre certera y sutil.