Anaya & Mario Muchnik. Madrid (1994). 651 págs. 2.950 ptas.
Hace exactamente un siglo, en 1894, la editorial Galli de Milán publicaba I Viceré (Los Virreyes), escrita por un joven novelista del sur, nacido en Nápoles en 1861 y establecido en Catania desde la muerte de su padre, ocurrida cuando él contaba nueve años. Allí Federico De Roberto viviría, estudiaría dos años en la Facultad de Ciencias Físicas y comenzaría una intensa y fecunda carrera como escritor, colaborando en revistas y publicando en 1887 sus primeros libros.
Frecuentador de círculos literarios, entabló perdurable amistad con Giovanni Verga. Gracias a él pasó muchas temporadas en Turín y Milán, y pudo publicar la mayoría de sus libros. Las exigencias de una madre posesiva le obligaron a renunciar a sus viajes desde comienzos de siglo. Permaneció en Sicilia, donde murió en 1927, pocos meses más tarde que su anciana madre, a la que cuidó con gran dedicación.
Los Virreyes es la segunda de las tres novelas que, junto a L’Illusione (1891) y L’Imperio, inconclusa, dedicó el autor a la familia de los Uzeda, nobles de origen español, uno de cuyos antepasados llegó a Sicilia en el siglo XV acompañando al rey Pedro de Aragón.
La acción transcurre entre 1855 y 1882, en su mayor parte en Catania, y en ella se narra la historia de los miembros de tres generaciones de la más aristocrática rama de los antiguos virreyes de Uzeda, la de los príncipes de Francalanza y, paralelamente, la de la propia Sicilia en el momento en que desaparece el antiguo reino borbónico de Nápoles y comienza el proceso que culminaría en la unificación con la Italia peninsular bajo la dinastía piamontesa de los Saboya.
Sicilia pasa así del feudalismo a la democracia liberal, y los Uzeda deben adaptarse a estos rápidos y drásticos cambios si desean seguir conservando su preeminente posición. La manera en que lo hacen los distintos parientes, según su modo de ser y sus posibilidades de actuación, forma el entramado de esta extensa y singular novela, en la que se funden el idealismo postromántico y el naturalismo de la escuela de Zola, cuyo máximo representante en lengua italiana fue Giovanni Verga, el gran amigo de Federico De Roberto.
El estudio psicológico de los personajes tiene rasgos naturalistas: todos los Uzeda aparecen influidos por ciertas afecciones fisiológicas hereditarias y por una tendencia también congénita al desequilibrio mental. Sin embargo, lo que más importa a De Roberto son los hechos, el acumular sin adornos un conjunto armónico de personajes y acontecimientos diversos, entretejidos en un todo coherente y novelísticamente válido.
A lo largo de la acción, los enredos amorosos, las ambiciones de poder, la avaricia y las miserias personales de los ilustres personajes quedan descritos de forma tan minuciosa como perspicaz, con una mirada aguda y de claro propósito crítico. Los Francalanza no aparecen como ejemplos de nada, pero sí como prototipos de una clase dominante que lo es desde hace siglos y que seguirá siéndolo, lo mismo por las antiguas razones de sangre que por los modernos sistemas de captar el voto popular.
Este mensaje escéptico y desilusionado sobre los cambios que no cambian nada y que revuelven todo es quizá lo que explica el actual redescubrimiento de Los Virreyes tras largos años de silencio. A mediados de siglo una novela de tema similar, El gatopardo, escrita sobre la nobleza del Mezzogiorno pero vista desde su interior y con más benevolencia, conectaba mejor con los gustos del público. Ahora, en la época del desencanto, De Roberto se impone al decadentismo amable del príncipe de Lampedusa. Su prosa, clásica, escueta, nada sentimental, analítica y llena de matices costumbristas, más testimoniales que sugerentes, no es tanto un recreo estético como una crónica de época. Con autoritarismo o con sufragio universal -parece concluir-, siempre habrá dirigentes y dirigidos, que casi siempre serán los mismos, y la corrupción y el engaño son rasgos permanentes de la práctica del poder.
Pilar de Cecilia