Encuentro. Madrid (1993). 411 págs. 4.500 ptas.
Los sermones universitarios de Oxford eran pronunciados en ocasiones solemnes y oficiales de la Universidad. Corrían a cargo de profesores designados al efecto, y tenían un carácter académico y marcadamente intelectual, que los distinguía de otras piezas homiléticas directamente pastorales.
Las relaciones entre la razón y la fe son un asunto central de la entera obra newmaniana. Fiel a la mejor tradición cristiana, que ha sabido manifestarse siempre acogedora hacia la razón humana, Newman replantea y resuelve en el siglo XIX el gran tema del conocimiento religioso, y argumenta lúcidamente el principio de que la no-evidencia de la fe cristiana no implica sentimentalismo y mucho menos irracionalidad. El creyente tiene siempre razones para creer, aunque no siempre sea capaz de formularlas discursivamente; y la fe implica verdadero conocimiento, lo cual permite en todo momento considerarla razonable sin detrimento de su carácter sobrenatural. La fe supone para Newman un don divino gratuito, pero representa a la vez un aspecto de la vida total de la inteligencia.
Desde marzo de 1831 a diciembre de 1832 Newman predicó siete sermones universitarios, que, unidos a otros dos de 1826 y 1830, forman el ciclo primero de esta serie. Son un esbozo de doctrina sobre el conocimiento religioso, y anuncian una temática que caracterizará la tarea expositiva y apologética de su autor acerca de la enseñanza revelada y los fundamentos de la existencia creyente.
El segundo ciclo de sermones -Epifanía de 1839 a febrero de 1843- se ocupará básicamente del mismo asunto, pero en este grupo de textos resaltan monográficamente dos grandes temas teológicos: la conexión profunda entre conocimiento y amor en la vida del creyente, y la peculiaridad de la doctrina cristiana que permite a ésta desarrollarse sin alterar o cambiar su carácter perenne.
Los Sermones universitarios llevan en su conjunto la huella inconfundible de la personalidad religiosa de Newman. El lector es introducido en el núcleo del cristianismo, que viene aquí determinado por la conciencia del mundo invisible y la veneración del misterio trascendente. El horizonte del misterio cristiano, que no es creación de la subjetividad creyente, confiere fundamento, sentido y dirección a la religiosidad individual, que permanece receptiva y libre en su propio ámbito de experiencia. El creyente es un ser abierto a lo absoluto. Su vida espiritual, al igual que su conciencia, no posee luz propia. La recibe de lo alto.
En estos sermones late la convicción, que se hace explícita en el titulado «El testimonio personal, medio de propagar la Verdad», de que la verdad y el bien no han prevalecido en el mundo a la manera de un sistema pensado al detalle y mantenido por la inercia de una vez para siempre. Tampoco se han impuesto principalmente por medio de textos escritos, discusiones y argumentos intelectuales. La Verdad se abre paso entre los seres humanos a través de la influencia moral de otros hombres, que no han sido únicamente sus anunciadores, sino sobre todo sus vivos y tangibles ejemplos.
El incuestionable papel de la razón en la vida creyente tal como Newman lo establece no debe hacernos olvidar que nuestro autor concede primacía a la conciencia y a la recta intención de la persona, a la hora de encontrar la verdad religiosa. «Considero que el repudio del Cristianismo nace de una falta del corazón, más que del intelecto. En el fondo de la incredulidad hay un desagrado respecto a las palabras y verdades de la S. Escritura… Una persona que ama el pecado no quiere que el Evangelio sea verdadero». En este punto al menos, Newman no era, ciertamente, socrático. Pensaba que una cosa es el saber y otra muy distinta la virtud, y que la mera ignorancia no es la causa última por la que los hombres no se acercan más a Cristo y a la fe.
José Morales