El País/Aguilar. Madrid (1996). 590 págs. 3.450 ptas.
Las memorias de cualquier personaje que fue noticia tienen siempre interés, y las de Ben Bradlee, director del Washington Post durante veinte años, son especialmente reveladoras. Unas veces como testigo cualificado, y otras como protagonista -de la revolución Kennedy y del escándalo Watergate, por citar sólo dos hitos-, Bradlee ha ejercido gran influencia en la prensa norteamericana.
Bradlee ordena sus recuerdos cronológicamente, y recrea su vida como joven reportero, corresponsal luego de Newsweek en Europa, más adelante periodista político en Washington, y por último director de uno de los símbolos de la libertad de prensa. De su mano un periódico local como era el Post en 1968 se convirtió en uno de los medios más influyentes de América.
A veces el autor toma partido y otras simplemente describe lo que pasa. La cuestión de fondo, la inquietud por la ética y el bien, aflora a menudo en sus reminiscencias, pero Bradlee no se compromete. Es periodista -testigo- hasta de su propia vida, que expone con simpatía, con algo de crudeza, pero también con la superficialidad de la amoralidad.
Primero, periodista; y luego, persona (marido, amigo, ciudadano, colega). Con esa jerarquía de valores decidió en los conflictos que se le presentaron en su vida profesional, porque se siente periodista por encima de todo.
En este sentido, tiene singular interés el relato de su amistad personal con John F. Kennedy. En cenas privadas y excursiones familiares, las conversaciones eran especialmente amistosas; pero Bradlee no se despojó de su veste de periodista ni siquiera en esas circunstancias.
Periodistas y políticos encontrarán además en las memorias el criterio para distinguir lo público de lo privado -lo que es y lo que no es noticia-, que está ahora vigente en los medios de Estados Unidos.
Yago de la Cierva