Alfaguara. Madrid (1996). 373 págs. 1.900 ptas.
En ciertos aspectos, en este mundo de finales del siglo XX, tan volcado hacia los medios audiovisuales, hay mucha gente que, como ya se decía en el texto evangélico, viendo no ven y oyendo no oyen. A esta clase de ceguera se refiere Saramago.
La novela -que, en efecto, lo es- imagina en su argumento una epidemia de ceguera fulminante que se abate sobre los habitantes de una ciudad no identificada, sin que se produzca ningún tipo de síntomas previos. Las víctimas, de modo repentino, quedan sumidas no en la oscuridad sino en unas tinieblas blancas, como una pantalla de televisor en horas sin emisión. Poco a poco, el mal se extiende, y con él el caos social, ya que al final no queda nadie para mantener en funcionamiento el orden, los servicios, etc. Sin embargo, todo esto no es sino una parábola, un ensayo del desastre total, y paulatinamente, como se produjo, el fenómeno va desapareciendo y los ciegos recobran la vista.
La obra, que trae asociado el recuerdo de La peste de Albert Camus, es un relato tremendista que despliega con minuciosidad cruel el amplio abanico de horrores y bajezas en los que, en caso de emergencia, puede caer el ser humano, individual y colectivamente. Con semejante tema, la experiencia y habilidad de Saramago logran una acción interesante, unos personajes convincentes y unas situaciones bien concebidas técnicamente, que mantienen un clima de tensión hasta el mismo desenlace.
Escrita con gran dominio estilístico y traducida con notable acierto por el profesor Basilio Losada, es ésta una novela de categoría, que destaca dentro de la producción de su famoso y elogiado autor. Cosa bien distinta es que su lectura exige cierta resistencia para soportar algunos terribles pasajes de violencia, sexo y otras muestras de miseria y degradación humana.
Pilar de Cecilia