Palabra (1996). 224 págs. 1.600 ptas. Edición original:1977.
Dietrich von Hildebrand (1889-1977), alemán nacido en Florencia, convertido al catolicismo en 1914, discípulo de Husserl y amigo de Scheler, tuvo que abandonar su puesto de profesor en Múnich por la persecución nazi. Afincado en Estados Unidos, escribió en inglés sus principales obras, como ésta, que es una reivindicación del papel del «corazón» -de la esfera afectiva- en la vida humana y cristiana. Su análisis, fenomenológico y personalista, parte de las diversas situaciones de la vida, y resulta asequible a lectores no especializados.
Pero esta obra no es sólo filosófica. El contenido se divide en tres apartados: el corazón humano, el corazón de Jesús y la transformación del corazón humano (conforme al de Cristo). Esto explica algo poco común en un análisis de los sentimientos: que en la primera parte del libro el autor intercale reflexiones sobre la Santa Humanidad de Jesucristo. ¿Ante quién y por qué reivindica von Hildebrand el papel del corazón? Especialmente ante la filosofía intelectualista -como la aristotélica-, que ha encerrado la afectividad en el corral de lo irracional no espiritual. A pesar de que los sentimientos han tenido su papel en la poesía, la literatura, o la liturgia, en opinión del autor, la filosofía no les hace justicia: ni siquiera se conforma Von Hildebrand -aunque se reconoce más cercano a esta corriente- con la filosofía cristiana agustiniana.
Von Hildebrand es consciente de que hay diversos modos históricos de entender el corazón, pero no entra a analizarlos, sino que opta por describir lo que se nos presenta inmediatamente. Así, en un primer sentido, el corazón es raíz de la afectividad (al modo en que el intelecto es sede del conocer, y la voluntad, del querer). Además, «en un sentido más preciso», es su núcleo, su centro de gravedad, una dimensión espiritual del alma que, sin ser subconsciente, no cae bajo nuestro dominio: el yo real de la persona, más que la voluntad o el entendimiento. Es el lugar donde radica el amor profundo o la propia felicidad.
Y, si la felicidad es un «puro regalo» -antes que un querer de la voluntad o un esfuerzo intelectual-, nos jugamos mucho en tener el corazón dispuesto a ese don. No es romanticismo conocer el fondo de los afectos propios (y ajenos), diagnosticar sus atrofias e hipertrofias, las razones por las que se ha degradado la esfera afectiva… En el desordenado bazar afectivo que vivimos, y de cara a la apremiante tarea del conocimiento propio, El corazón de Von Hildebrand se desarrolla como un brillante curso de educación sentimental.
José María Garrido