Fiel a sus modelos literarios (la novela de aventuras y el folletín decimonónico), Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) ambienta su última novela en el Madrid del Siglo de Oro, una destartalada villa y corte que es un triste reflejo de la decadencia que atraviesa el Imperio español.
En este Madrid hambriento, escenario de múltiples escenas picarescas, un antiguo soldado de los tercios de Flandes, Diego Alatriste y Tenorio, malvive de mercenario espadachín, cumpliendo encargos poco honrosos. En una de estas misiones es contratado por gente muy importante de la Corte, con la que se verá inmerso en una complicada intriga. Pérez-Reverte utiliza con acierto las fuentes literarias de la época. Por ejemplo, en ocasiones sigue la estela del género picaresco, y convierte en protagonistas de esta historia a personajes literarios habituales del Siglo de Oro, como Quevedo y Lope de Vega. La reconstrucción costumbrista está muy conseguida, aunque el ambiente y los personajes, como por otra parte suele ser habitual en las novelas de aventuras, funcionan como arquetipos, sin muchas matizaciones. Esto es muy evidente cuando describe con tintes tétricos y deformantes al Inquisidor Bocanegra. También recurre al estereotipo en la descripción de otros ambientes y personajes y al mostrar algunos aspectos poco nobles de los bajos fondos madrileños, por los que no oculta su simpatía.
Como ya es habitual en Pérez-Reverte, el estilo es ágil, salpicado de citas literarias y de referencias concretas al ambiente de la España de Felipe IV, como por ejemplo la escena que transcurre en el popular Teatro de la Cruz. Pérez-Reverte ha escrito una novela de perdedores que todavía mantienen, como sucedía en la época, su orgullo y un alto concepto del honor.