Palabra. Madrid (1998). 283 págs. 1.900 ptas.
Si 1929 es un año de carestía y crisis en el mundo, para Gabriel Marcel (1889-1973) es un año de plenitud y abundancia: es el año de su conversión al catolicismo, cuando contaba los cuarenta de edad, y había ya experimentado otro largo proceso de «conversión», esta vez filosófica, que le había conducido desde el idealismo abstracto hasta la filosofía de la existencia, es decir, desde un mundo de problemas hasta un mundo de misterio.
A pesar de que en su vida estas dos conversiones aparecen como consecutivas, Marcel pensaba que entre ellas no había un nexo causal: la conversión religiosa no era algo así como la culminación de la filosófica. Cuando rechazó la etiqueta de «existencialista cristiano» con que Jean-Paul Sartre (el «existencialista ateo») intentó descalificarle, no sólo lo hizo porque aborreciera de toda clasificación y de todo «ismo», sino también porque estaba convencido de que la experiencia metafísica «puede producirse perfectamente en el seno de almas ajenas a cualquier religión positiva». Y, sin embargo, es preciso reconocer que el modo en el que se produce su conversión religiosa reproduce el modo en que Marcel entiende la filosofía. El acceso a la filosofía, según el dramaturgo de París, se realiza como una experiencia en el diálogo. Por eso no puede ser casual que el camino de Marcel hacia la fe estuviera jalonado, precisamente, por las confidencias de un amigo.
En la memoria de otros grandes conversos de este siglo, el momento interior aparece asociado a un elemento externo -la lectura de un libro (Edith Stein), una melodía (Manuel García Morente), un acto litúrgico (Paul Claudel), un lugar sagrado (André Frossard)…-, pero en cualquier caso, el proceso de conversión no deja de desarrollarse enteramente en la cámara secreta de la propia subjetividad. En el caso de Marcel -el gran tertuliante, el maestro de mayéutica, el apóstol del diálogo-, la decisión de fe no viene asociada a una realidad externa sino a la intimidad de otra persona: fueron las confidencias de su amigo Charles de Bos, convertido dos años antes (1927) las que le movieron a dar el paso definitivo.
En una época como la nuestra, donde el diálogo es más una prédica filosófica que una práctica cotidiana, es refrescante conocer la vida de este filósofo que dio a toda su obra la forma de un diálogo comprensible, a través del teatro, del drama… y de la tertulia.
La biografía de Gabriel Marcel que presentamos se lee con facilidad, y está correctamente articulada en dos partes: una primera, cronológica, que sirve de introducción a la segunda, más sintética y demostrativa. El autor, profesor de filosofía de la Universidad Complutense (Madrid), ha manejado una extensa documentación y sabido a combinarla con garbo.
Gabriel Vilallonga