Editorial Andrés Bello. Madrid (1998). 333 págs. 3.000 ptas. Traducción: Pablo Azócar.
En 1976 un joven profesor de economía presta 27 dólares a 42 familias de la aldea de Jobra. Espantado por la terrible hambruna que vive Bangladesh y decepcionado ante las teorías económicas que no aportan soluciones, Muhammad Yunus se aproxima a la sencilla microeconomía de quien trabaja para sobrevivir y apenas consigue salir adelante. Y descubre que se trata «sólo» de 22 céntimos, el precio del bambú para fabricar un taburete, una cantidad mínima que ningún banco se plantea prestar a un pobre; una cantidad que sólo los usureros adelantan con intereses cercanos al 10% semanal, atrapando a los prestatarios en una posición de semiesclavitud. Así comienza una de las más apasionantes historias, todavía sin concluir, de la lucha contra la pobreza: el Grameen Bank, que desde su fundación ha canalizado 2.300 millones de dólares en créditos a 2,3 millones de familias. Y algo más: porque junto al llamado «banco de los pobres», el microcrédito en sus diversas formas se configura hoy como una de las herramientas de cooperación al desarrollo más extendidas.
Hacia un mundo sin pobreza es la historia del Grameen Bank pero, sobre todo, la de personas con nombres y apellidos. Es la del propio Yunus y la de muchas mujeres que constituyen tanto el 94% de los beneficiarios del banco como gran parte de los «empleados» de la institución, a quienes se exige un trabajo sobre el terreno muy lejos de burocracias y teorías.
Junto a estos pequeños relatos corren otras narraciones sobre los diversos cambios que, tanto en Bangladesh como internacionalmente, la labor de Yunus, sus colaboradores y muchos otros vienen promoviendo. El primero, el más importante, el que resulta más evidente y a la vez más oculto, es creer en el hombre y en la mujer, en sus capacidades, en su creatividad y su ingenio. Algo en lo que coinciden muchos pero que se empaña tanto desde diversas posiciones ideológicas como en la práctica. En el caso de la labor del Grameen Bank esta cuestión ha seguido el siguiente hilo conductor: los pobres no necesitan limosna sino vivir de su trabajo; para que lo puedan hacer, se les debe facilitar un crédito que se establece sobre la confianza en su capacidad (con su trabajo podrán devolverlo); todo esto configura al crédito como un derecho. En este sentido, Yunus se muestra partidario del autoempleo, del apoyo a la economía informal y bastante escéptico respecto a los programas de formación previos al crédito.
En el mismo ámbito de grandes cambios propiciados por la labor del Grameen Bank está el protagonismo de la mujer como agente del desarrollo. No fue una cuestión ideológica o de cuota: la labor del banco se centró en ellas porque nadie les prestaba dinero y sufrían más la pobreza. La experiencia fue demostrando que los créditos estaban mejor manejados en sus manos, revertían en beneficio de los niños y eran devueltos escrupulosamente. Trabajar para las mujeres en un país donde el purdah las mantiene enclaustradas sigue siendo un verdadero reto y una revolución no exenta de críticas. El libro es pródigo en interesantes anécdotas al respecto.
Hacia un mundo sin pobreza es en definitiva un escrito vital y apasionado pero no ingenuo. El microcrédito, como el propio autor concluye, no es la panacea, ya que la pobreza es tan extensa y a veces compleja como para demandar mil iniciativas más. El propio Grameen Bank ha alentado otras experiencias no bancarias. Desde la cita inicial del libro -«Todo lo que hace falta para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada»- hasta el final, el relato de Muhammad Yunus hace pensar que es posible reducir la pobreza sin recurrir al paternalismo, al extremismo ni, tampoco, a costosas e ineficaces burocracias.
Aurora Pimentel