Rialp. Madrid (1998). 205 págs. 2.400 ptas.
Rafael Alvira, catedrático de Filosofía en la Universidad de Navarra, lleva a cabo en esta obra una «antropodicea», o sea, una justificación del hombre. Justamente cuando, desde el «pensamiento débil», los filósofos postmodernos han proclamado la «muerte del sujeto», una seria «antropodicea» se convierte en una labor urgente.
Para llegar al conocimiento de nosotros mismos no debemos ceder la exclusividad a la razón teórica, sino que necesitamos la percepción, la inteligencia y la voluntad. Sobre esta tríada, Alvira desarrolla una «tipología de las actitudes humanas fundamentales» según lo que el individuo considere fundamental. Los filósofos ponen lo fundamental en la verdad en su forma absoluta; quienes la consideran en su forma condicional son científicos cientifistas. Para los hombres de religión, lo fundamental es el bien en su forma absoluta, mientras que para los utilitaristas, es el bien en su forma condicional. Lo fundamental para los artistas puros es la belleza absoluta; para los hedonistas, es la belleza en su forma condicional. Ninguno de estos seis tipos se da realmente, pues un puro artista sería un loco, un puro filósofo, un arrogante, y un puro religioso, un fanático. Alvira apuesta por el equilibrio, porque, como afirma, «se puede vivir sin la paz de una buena religión, pero se vive mal. Se puede vivir sin los gozos de un buen arte, pero se vive tristemente. Se puede vivir sin una buena filosofía, pero se vive desconcertadamente».
Tras estas consideraciones, en la segunda mitad el libro se adentra en cuestiones más asequibles para el público no especializado. Alvira realiza una analítica y una sintética antropológicas en las que trata temas interesantes y cercanos, como el concepto de alma, la inmaterialidad del ser humano, el evolucionismo, la diferencia de sexos, la propiedad y la cultura, las etapas de la vida humana, la muerte, etc. La antropología de Alvira parte de la consideración del hombre no como mero individuo aislado, sino en continua relación con otros. Sobre ese conjunto de relaciones, que en esencia se reducen a dos: el trabajo y el diálogo, se constituye la sociedad humana.
El libro acaba con una consideración sobre «la vida humana en la cotidianidad». Al ser humano le resulta imposible vivir fuera de lo cotidiano, fuera de la costumbre y de la casa. En este nivel, la tríada manejada durante todo el ensayo -verdad, belleza y bondad- se torna en las categorías de la cotidianidad, a saber, según la verdad: lo auténtico y lo ficticio; según la belleza: lo limpio y lo sucio; y según la bondad: lo ordenado y lo desordenado. Aquí nos encontramos en el medio propiamente humano, porque la cotidianidad es el lenguaje básico para el entendimiento de los hombres, donde se resuelven muchas dudas y discusiones teóricas.
Carlos Goñi Zubieta