Palabra. Madrid (1997). 427 págs. 3.900 ptas. Edición original: Librairie Académique Perrin (1996).
La figura de Pío XII sigue siendo motivo de controversia, como ha vuelto a comprobarse a raíz de la publicación del último documento vaticano sobre el Holocausto judío. Según las distintas interpretaciones, aparece el retrato de un santo o de un gobernante que abandonó a los judíos a su suerte; unos lo presentan como un conservador hostil a todo lo nuevo y otros como un precursor del Vaticano II. Quien desee contar con datos para formarse una opinión, encontrará en este libro suficientes elementos de juicio.
Robert Serrou, reportero de Paris Match, especializado en temas religiosos y autor de diversos libros, no pretende hacer de historiador, sino, como periodista, «desenredar los hilos de documentos dispersos y a veces discordantes». Con apoyo en una amplia bibliografía que llega hasta 1991, ha intentado «componer un expediente en el que testimonios, recuerdos, documentos y posturas son volcados como en un tamiz», para que el lector juzgue.
Su biografía presta particular atención primero a la faceta de Eugenio Pacelli como nuncio en Munich y en Berlín, y luego a la postura de Pío XII durante la II Guerra Mundial. En cuanto a las acusaciones de su indiferencia ante la persecución de los judíos, el autor muestra que, aunque no hiciera ninguna declaración pública, no se ahorró esfuerzos para salvar vidas con todos los recursos que estaban a su alcance: directamente en la Roma ocupada, sufragando y canalizando ayudas a los judíos en diversos países europeos, y con múltiples gestiones diplomáticas, que a veces dieron fruto.
La documentación aportada -que se basa sobre todo en los doce tomos de «Actas y documentos de la Santa Sede relativos a la Segunda Guerra Mundial»- muestra el dilema de Pío XII: el silencio podía ser malinterpretado, pero las protestas de la Iglesia eran seguidas de represalias que hacían más víctimas. Según Robert Serrou, Pío XII «actuó como diplomático, no como cruzado, con riesgo evidente de decepcionar y de ser, más tarde, acusado». Al acabar la guerra, y luego al fallecer Pío XII en 1958, numerosas personalidades y organismos judíos agradecieron su labor durante el conflicto, gracias a la cual se salvaron cientos de miles de hebreos. Luego vendría la polémica.
Este «gran reportaje», como lo califica el propio Serrou, aporta luz con su labor divulgadora.
Miguel Llano