Este libro es un monumento a la personalidad de Franz Kafka. Su autor, Gustav Janouch (1903-1968), contaba sólo 19 años cuando conoció al escritor de La metamorfosis. Los cuatro años que duró su relación -hasta la muerte de Kafka, en 1924- le marcaron tanto que desde el primer momento anotó muchas de las conversaciones que mantuvo con el escritor. La edición definitiva fue publicada en 1947, después de que el autor revisara y ordenara sus apuntes de adolescente.
Uno de los grandes aciertos de Janouch es que no narra su relación con el escritor de El proceso o El castillo, sino que únicamente transcribe los recuerdos que le unieron a un amigo. Fue con el tiempo cuando se convenció de que su amigo, esa persona, era uno de los más grandes y sin duda más influyentes escritores del siglo XX.
El libro arranca en el momento en que Janouch, un joven con grandes aspiraciones literarias, conoce al doctor Kafka -como él le llamaba-, que entonces trabajaba en el Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo, en Praga. Desde ese primer encuentro, Janouch fue muchas veces a la oficina de Kafka o le acompañó en sus paseos por la ciudad. En las abundantes conversaciones que mantuvieron predominan las que se refieren a escritores o artistas, al lenguaje, a la situación de los judíos y a la religión. Lo verdaderamente admirable es que Kafka, al hilo de algún suceso o de una pregunta asciende siempre a un territorio casi metafísico para preguntarse por Dios, la vida y la verdad. Junto a esto, el lenguaje de Kafka es sumamente preciso y sus palabras encierran siempre una riqueza de contenido poco común.
Sorprende el talante humano de Kafka, de una afabilidad rayana a veces en la inocencia. Sus críticas siempre hacen blanco en los modos de actuar, no en las personas. Es notable además el estilo claro y preciso de Janouch, siempre en justa correspondencia con lo que narra. Tras leer el libro no resulta exagerado que, para Janouch, Kafka fuera uno de los últimos anunciadores de fe y de sentido con que cuenta la humanidad.