El catolicismo mundial y la guerra de España

Javier Tusell y Genoveva García Queipo de Llano

GÉNERO

Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid (1993). 384 págs. 2.300 ptas.

Ha dicho un especialista de historia de la Iglesia en la España del siglo XX que «abordar el estudio de la Guerra Civil española exige el compromiso de escribir desapasionadamente sobre la pasión»: el libro de Genoveva García y Javier Tusell lo cumple. El matrimonio autor de esta obra presenta -«desde una perspectiva de una conciencia cristiana»- una panorámica de cómo fue vista la contienda española por los católicos de otros países. Su investigación se basa en la consulta bibliográfica y -en menor medida- hemerográfica.

Una primera concreción: si al principio no hubo identificación entre los sublevados y las causas específicamente religiosas, sí que existió, desde el primer momento, una cruel persecución religiosa en la España del Frente Popular. La reacción de los católicos de todo el mundo ante este hecho dependió evidentemente de la información que recibieron, sin olvidar que la guerra española supuso la mayor acumulación de mentiras hasta el momento (G. Orwell). La inmediatez con que se vivía la guerra española era diversa en Francia y en Estados Unidos, en Italia y en Gran Bretaña, por citar sólo los países a los que se refieren los autores. No se trata sólo de cercanía física y cultural; también influye la situación específica de los católicos en cada país y sus relaciones con el mundo de la política. Y aquí es necesario señalar también que nuestra guerra no ocupaba diariamente las primeras páginas de los diarios de todos los países y, sobre todo, que muchos veían en ella lo que querían ver, fueran cuales fueran las noticias que recibían.

Un rasgo común entre los católicos de todo el mundo fue su solidaridad ante la persecución religiosa, «cruel como nunca había existido, incomprensible, ciega e inmensamente destructora». Dejando clara esta esencial unidad, se observan discrepancias en muchos otros aspectos: entre la jerarquía eclesiástica y entre los laicos; en el seno de las propias órdenes religiosas -es significativo el caso de los dominicos- y de algunas familias católicas de importante significación política, como los Kennedy…; y eso sin contar con los católicos que cambiaron de postura con el avanzar del conflicto.

En Francia la pluralidad de posiciones políticas de los católicos ocasiona un debate enconado. Maritain, Bernanos y Claudel son un ejemplo. En Italia el control del fascismo hace difícil descubrir discrepancias con la opción oficial por el bando de Franco, pero la postura de Sturzo -cercano en esto a Maritain- es significativa. En Estados Unidos el apoyo de los católicos a los católicos españoles se tradujo en campañas para conseguir recursos, exclusivamente para ayuda humanitaria, sin compromiso con los militares levantados. Además, este apoyo a los católicos españoles desató una campaña contraria por parte de los protestantes, que acabaron movilizando casi diez veces más recursos para el otro bando. En Gran Bretaña los católicos defendían lo que propugnaba el partido al que estaban adheridos: los laboristas al Frente Popular, los conservadores a los sublevados.

En definitiva, estas diferencias -además de las que se daban entre los propios cardenales- descartan el simplismo a veces mencionado de que la Internacional vaticana hubiera impuesto a todos los católicos del mundo el apoyo a Franco. Y es que una cosa fue el alzamiento militar, otra la persecución religiosa y otra la solución sociopolítica que se impuso al finalizar la guerra. Y, desde luego, no es obligatorio mantener una interpretación maciza -en blanco o en negro- del conjunto de estos fenómenos. Quizá la diversidad de opciones que se observaron entonces sea una muestra más de la libertad de los católicos para pensar y actuar en el terreno de lo político… y más aún para interpretarlo y estudiarlo años después.

Julio Montero Díaz

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