Ed. del Oriente y del Mediterráneo. Madrid (1993). 75 págs. 950 ptas.
Este pequeño libro nos descubre a una autora siciliana, nacida en Palermo hacia 1896 y fallecida en plena Guerra Mundial, en 1944. Se trata de una recopilación de tres cuentos, con un prólogo de Leonardo Sciascia y una nota biográfica -escueta y llena de cariño- escrita por Annie Messina, sobrina de la escritora.
Para la mayoría de los lectores será un auténtico hallazgo, pues el olvido había sumido a esta admirable novelista, hasta que la editorial Sellerio publicó en 1981 esta recopilación de cuentos, que Sciascia había descubierto por azar. Un descubrimiento feliz, pues se trata de tres relatos deliciosos, que han preparado el ánimo para desear la reedición de La casa del callejón, ya anunciada por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Quizá sea ésta la única carencia que se le puede achacar al libro: su brevedad, que sólo parece anunciar más, como una cata muy agradable.
Maria Messina es considerada por la crítica italiana una discípula de Giovanni Verga, por su verismo, su sencillez y la temática popular y real, sumisa como la sensible mujer siciliana que -así dice el prólogo- «carece incluso de la fuerza de gemir».
Los tres cuentos tienen un fondo común de tristeza y desgarro, y presentan la situación social tan limitada de la mujer meridional italiana de principios de siglo. Pero la sensibilidad afligida de Maria Messina no tiene nunca el menor atisbo de reivindicación explícita, de feminismo beligerante; al contrario, te gana para esa causa con la ternura de unos personajes «humildísimamente humildes». El agobio, «ese tufillo indefinible a cárcel de gente honrada desconocido para los que viven más arriba de Nápoles» -siguen siendo palabras del prólogo-, es presentado desde el sentimiento de las protagonistas, que abren su alma apenas con palabras tan claras como elocuentes.
Mucho debió de saber de ello Maria Messina, que vivió una vida muy difícil, atada por una esclerosis, aunque tan rica que le permite ser recordada con un rostro marcado por el sufrimiento, pero bello e iluminado por la sonrisa cuando su sobrina le hablaba de los sueños y anhelos que antes habían sido suyos.
Ángel García Prieto