El alma del controlador aéreo

Justo Navarro

GÉNERO

Anagrama. Barcelona (2000). 219 págs. 2.300 ptas.

Leer a Justo Navarro (Granada, 1953) no es una experiencia cómoda. Sus historias tienen como centro al personaje y no le interesa tanto contar cosas que pasan como transmitir su eco, la huella en una memoria alimentada por obsesiones que, en sus novelas, son las del propio autor: la muerte, la dificultad para comunicarse, las complejidades del entorno familiar, etc. El modo de tramar la fábula, por otro lado, nunca es lineal ni causalmente obvio: el tratamiento que hace del tiempo requiere una constante vigilancia por parte del lector. Estilísticamente, usa frases largas, y una original y expresiva ordenación sintáctica.

Su valentía al enfrentarse a las complejidades del ser humano, la coherencia de toda su producción y su estilo, nada popular, le han hecho merecedor del unánime aplauso de la crítica. Lástima que en sus novelas (Accidentes íntimos, 1990; La casa del padre, 1994) salga a flote un pesimismo descorazonador, inquietante; una visión de la familia como lugar, sobre todo, de mentiras, fraudes y apariencias; la desesperanza en la búsqueda de la propia identidad. Como se define en una reciente entrevista, es «un optimista que sabe que, al final, las cosas se rompen».

En El alma del controlador aéreo se narra la indagación existencial de Eduardo Alibrandi, que regresa a su ciudad natal para asistir al entierro de su primo. Rememora su vida y tiene varios encuentros: el enorme control sobre lo exterior (representado simbólicamente en su propia profesión) contrasta con el absoluto desconocimiento de lo propio y lo familiar, donde también cabe el secreto.

La novela navega a veces entre lo ensayístico y lo lírico: agudas reflexiones y bellas metáforas; todo ello dentro de la azarosa dinámica del recuerdo, que inunda el relato de fragmentación, elipsis y reiteraciones. Su apuesta por lo psicológico, la elección de la memoria del protagonista-narrador como punto de vista y el tratamiento formal poco convencional hacen de su literatura un plato poco corriente y de ardua digestión.

Javier Cercas Rueda

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