Ediciones Encuentro. Madrid (2000). 327 págs. 2.500 ptas. Traducción María José Sánchez Calero.
Los textos de una escritora tan admirable como la estadounidense Flannery OConnor (1925- 1964) merecían una edición como la que ha preparado Guadalupe Arbona, profesora de Literatura en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Lástima que en las 300 páginas largas del libro no quepan más obras de esta mujer. Aunque conocida en lengua española por traducciones publicadas en Lumen, el rastro de esta escritora católica de la zona sur de Estados Unidos parecía perdido hasta que en este elocuente volumen, que agrupa ocho cuentos (dos de ellos, traducidos ahora por primera vez al español) y rescata tres conferencias sobre el arte de la ficción y el oficio del narrador, devuelve las huellas y la hondura de quien concebía el cuento como «una historia corta paradójicamente larga en profundidad, que debe devolvernos una experiencia de significado» y escribía sobre la imperfección humana. No faltan los inolvidables Un hombre bueno es difícil de encontrar, El río, La espalda de Parker, aunque se echan de menos algunos tan valiosos como El Templo del Espíritu Santo.
Los tres ensayos incluidos -otra de las originalidades de la antología- demuestran la capacidad reflexiva de OConnor y su valiente conciencia frente a los dictados de lo que parecía estar y está en boga. Hoy, en nuestra cultura, donde proliferan los talleres de escritura creativa, y se acumulan testimonios y experiencias, sus pensamientos borran con su relumbrante sentido común, y su mirar cara a cara la realidad, lo insulso de repeticiones burdas y sin alma.
La intensidad del apéndice sugiere claves de interpretación, apoyada en el valor subterráneo de los símbolos y la fe en toda persona, misteriosamente portadora del espíritu y el significado de Dios, que inflaman aún más la calidad literaria de varios de estos relatos irrepetibles. Su aversión a lo piadosito y, en cambio, sus gritos de hasta dónde puede pedir el amor de Dios y la caridad, hace que se estire el corazón de quien lee sus textos hasta más arriba de la inteligencia. Una lectura difícil pero innovadoramente subyugante.
Joseluís González