Michael J. Behe, profesor asociado de bioquímica en la Universidad de Lehigh (Pensilvania), aborda con gran valentía un punto débil del evolucionismo. En efecto, la bioquímica ha puesto en cuestión la capacidad explicativa de la teoría de la evolución, en su formulación actual, con respecto a los fenómenos que ocurren a nivel subcelular.
En ningún momento rechaza o cuestiona Behe el hecho evolutivo en sí. Su tesis es que la teoría darwiniana de la evolución no permite conocer científicamente el origen de la vida ni llega a explicar las estructuras moleculares de la vida.
Según Behe, sabemos ya lo suficiente sobre el funcionamiento de la célula y de sus componentes como para no poder seguir sosteniendo que el origen de la vida se explique por el desarrollo gradual a través de la selección natural operando sobre variaciones genéticas. Hasta aquí estaríamos ante un debate científico exclusivamente técnico. Pero Behe da un paso más. Ante la imposibilidad de explicar correctamente el nivel de complejidad molecular mediante la teoría clásica neodarwiniana (ideada para ser aplicada al organismo entero), propone que aceptemos la hipótesis de que dichos niveles de complejidad subcelular respondan a un diseño y no a una aparición gradual formada a partir de numerosos y leves cambios, pero cuya acumulación progresiva da lugar a estructuras moleculares altamente complejas.
Como es lógico, si aceptamos la existencia real de un diseño, hay que afirmar la existencia real de un Diseñador Inteligente. Y Behe, que se autodefine como un científico católico que no tiene ningún tipo de problema en compatibilizar su fe con su trabajo profesional (sabiendo distinguir muy bien cada uno de los dos campos), acepta la existencia de tal ser.
Ahora bien, ¿quién es? Behe responde que saber con certeza basada en datos científicos que existe un Diseñador Universal Inteligente no significa que sepamos quién es: la ciencia natural no puede contestar esa pregunta.