Ediciones B. Barcelona (2002). 226 págs. 14,95 €. Traducción: Judith Xantús.
El escritor húngaro Dezsö Kosztolányi (1885-1936) fue un hombre viajero, políglota, periodista de formación universitaria, y cultivó con éxito todos los géneros de la literatura, para pasar después a las antologías de las letras magiares. Fue, además, cofundador de la prestigiosa revista literaria Nyugat (Poniente), que representó durante décadas una de las dos facciones culturales de aquel país, la modernizante y abierta al exterior, frente a Napkelet (Levante), tribuna de las orientaciones más tradicionales y nacionalistas.
Alondra (1924) es una novela cuya acción se desarrolla en los últimos días del verano de 1899 en una ciudad provinciana que bien puede ser trasunto de la Szabadka natal del autor (hoy Subotica, en Yugoslavia). La trama es bien sencilla: los padres ya ancianos de la solterona y poco agraciada Alondra se quedan solos unos días, mientras ella acude a pasar unas cortas vacaciones a casa de otros parientes. En esas intensas jornadas, el matrimonio Vajkay redescubren las satisfacciones de la vida -la buena comida, el trato con los amigos, la farándula provinciana…-, ya olvidadas en la chata existencia marcada por su total dedicación a Alondra.
Se trata de una agridulce novela; simpática -hasta la hilaridad en algún capítulo- en la forma, aunque el fondo tiene un regusto de desgarro. El narrador omnisciente se muestra amable, educado, elegante y no por eso el relato pierde la más mínima sencillez ni eficacia narrativa. Es explícito al alumbrar los aspectos más vitales de sus personajes, con unos toques de crítica social, pero deja en una sombra también presente el implícito contraste con el lado oneroso de la existencia. Por eso el autor pinta unos personajes delicados, púdicos, religiosos, y una vida igualmente contenida y ordenada, detrás de la que se ve el límite de lo humano, las inquietantes fallas, la dolorosa finitud.
Ángel García Prieto