Tenía grandes expectativas de la película sobre Napoleón dirigida por Ridley Scott. Desde que vi el trailer por primera vez, pensé que era extraño que hubiera pasado tanto tiempo para que un director de primer nivel se hubiera interesado en hacer un filme biográfico sobre uno de los líderes más reconocidos y de mayor incidencia en la historia.
Llegó el día de ir a la película. Asistí casi con devoción a la función que duraría 2 horas y 38 minutos. Para muchos, esta duración puede ser excesiva; para mí, entre más larga la película sobre este personaje, mejor. Dos horas y media es insuficiente para retratar la vida y legado de este personaje complejo y apasionante, sin embargo, un director de la talla de Scott que cautivó e interesó a millones por la historia de la antigua Roma con su película Gladiador (2000), y quien parecía ser la persona ideal para dar al emperador francés su lugar en el mundo contemporáneo, no lo logró. La pregunta es si esto fue a propósito o no.
Buena parte de la película sobre Napoleón gira excesivamente en torno a su relación con Josefina. La película se excede en escenas y diálogos innecesarios que más allá de lo anecdótico, poco aporta a la descripción de su carácter y legado. El tiempo dedicado al romance, es tiempo restado a la faceta del general como estratega, reformador y administrador público. Rasgos tremendamente más relevantes y trascendentales que la intimidad de Napoleón con Josefina.
La espectacular carrera militar y política de Bonaparte es opacada por un exceso de sentimentalismo que, siendo benévolos, quizás presenta su faceta más personal e íntima pero que sacrifica sus rasgos extraordinarios como líder.
La película tiene especialmente en la primera parte un enfoque casi cómico que resta solemnidad a los hechos, lo cual no es necesariamente negativo, pero que sí presenta al gobernante francés como un personaje anodino, extraño y cuyos logros son más producto del azar que de su voluntad. Una desfiguración histórica.
El historiador británico Paul Johnson escribe en su magnífico libro Napoleon, a life (2006), que, con excepción de Jesucristo, Napoleón es el personaje sobre el que más se ha escrito hasta ahora. Quise verificar esta afirmación que me pareció sorprendente y quizás exagerada y esto fue lo que encontré:
Haciendo uso del N-Gram Viewer de Google que permite conocer el número de veces que una palabra o nombre ha sido utilizado en libros publicados desde 1900 hasta la fecha, el resultado efectivamente es que Napoleón, después de Jesucristo y en comparación con otros líderes históricos como: Churchill, Gandhi, Lincoln, Julio César, Mahoma, Kennedy y Washington, tiene más apariciones en libros. El Napoleón presentado por Ridley Scott, a diferencia del expuesto por Johnson, es un personaje gris que posiblemente no aparecería en esta lista de figuras.
En la película es casi nula la faceta del general francés como estratega militar. En la espectacularidad de algunas escenas de batallas, como en la de Austerlitz, no queda claro que Bonaparte haya sido el diseñador de los movimientos del ejército francés. Por el contrario, sí es preciso en anotar cómo sus caprichos y errores fueron decisivos para el fracaso de la incursión en Rusia y la derrota de Waterloo. La genialidad de Napoleón como geostratega, experto en la lectura de mapas, visualización de terrenos y capacidad milimétrica impartiendo órdenes queda en el olvido.
Ahora hablemos del general como reformador y administrador público. En un artículo de noviembre de 2023, la revista The Economist plantea que el Napoleón que “de verdad importa” es aquel que impartió docenas de órdenes administrativas de donde emanaron leyes e instituciones que aún afectan la vida de cientos de millones de personas.
En el libro citado de Paul Johnson, se expone cómo la aristocracia francesa dejó diversas propuestas de reformas sociales que Luis XVI no implementó por falta de decisión y que más adelante Bonaparte aprovecharía para hacerlas realidad. El historiador inglés explica cómo el Concordato firmado por Napoleón con el Papa Pío VII que reversó las leyes revolucionarias y reestableció la libertad religiosa para los católicos en Francia, fue uno de los logros civiles más significativos del emperador. Otro de sus legados más duraderos y de mayor influencia fue el Código Civil. Durante la redacción de este por parte de su Consejo de Estado, Johnson cuenta que Bonaparte participó en al menos la mitad de las reuniones en donde se redactó y que, si bien no se puede atribuir su autoría exclusivamente a él, tampoco hubiera ocurrido sin su liderazgo y determinación en que esto ocurriera. El gobernante reformador, visionario, promotor de la igualdad ante la ley, de la belleza en las ciudades y mecenas de las artes, es ignorado en la película.
Finalmente veamos algunos de los personajes de la época que fueron atraídos por la fuerza, carácter, visión y determinación del emperador. Johnson expone cómo Beethoven se inspiró en general para componer su Tercera Sinfonía, también se expone cómo Goethe fue cautivado por el general quien le suplicó que escribiera obras de teatro para el público de París, y ni hablar de la obra pictórica de Jacques-Louis David que ha perdurado en el tiempo y transmitido la fuerza de su figura y carácter.
Capítulo aparte se debe dedicar a la influencia que Napoleón generó en Simón Bolívar quien a pesar de no haber aceptado una invitación para su coronación, la presenció desde lejos como un acto de protesta pues veía al general como un traidor a la causa de la libertad; sin embargo, narra bellamente William Ospina en su magnífico texto En busca de Bolívar (2010), que el libertador “… no dejó de estremecerse viendo a un millón de personas rugir en las calles su admiración por aquel teniente de artillería exaltado por sus méritos a la condición de rey y semidiós”. Luego narra el autor colombiano que posteriormente en Milán en la llanura de Montesquiaro, Bolívar y Simón Rodríguez volvieron a ver al emperador y que allí el libertador expresó que su curiosidad por Bonaparte era “insaciable”. El Napoleón de Scott no se aproxima en nada al personaje extraordinariamente llamativo y atractivo que incidió en militares, políticos, artistas y millones de ciudadanos a lo largo de la historia y que en particular tuvo una incidencia específica en las luchas por la independencia en América Latina.
Así como innumerables personas se han aproximado mínimamente en conocimiento a la historia de la antigua Roma gracias a Gladiador, en donde Ridley Scott nos cautivó con la belleza y fuerza de las imágenes de la ciudad eterna, el poder del César, el salvajismo del circo romano y en general la cultura de la época, con Napoleón la película logró lo contrario, esto es, que el público que nada ha leído ni leerá sobre el emperador francés, se quede con una imagen tergiversada, pobre y hasta caricaturesca de Bonaparte.
Mientras Scott, con menos justicia ha inmortalizado a Josefina, al menos ha otorgado a Lord Wellington el puesto que le corresponde como el héroe de Waterloo. ¿Jugó su nacionalidad un papel importante en esta imagen sesgada de Bonaparte y de exaltación del general inglés?
Es una Lástima que en especial, tantos jóvenes se queden sin descubrir la audacia militar, la visión social y también el aspecto negativo de Napoleón, quien con su empeño enfermizo de obtener triunfos a cualquier costo, sacrificó un exceso de vidas humanas (esto sí queda claro) y ralentizó el crecimiento poblacional de su país, impidiendo un desarrollo de Francia al nivel de otros países europeos. En la película, se perdió la complejidad de su personalidad. El balance es el de un sujeto extraño, aburrido y obsesionado por su amante, más que como el gobernante que ha dejado una de las huellas más profundas en Occidente.
Se debe dar el beneficio de la duda a la versión extendida de la película que será presentada en Apple TV, en donde en 90 minutos adicionales que contiene, ojalá se presente una visión más holística del corso. En cualquier caso, esta versión no tendrá ni de cerca la audiencia de la película y así, muchos encontrarán en personajes ficcionales de Hollywood mayor interés e influencia en sus vidas que la del Napoleón de Ridley Scott.
Paul Johnson termina la introducción de su libro expresando que: “Debemos estudiar la espectacular carrera de Bonaparte, sin romanticismo, con escepticismo y buscando aprender de su vida qué debemos temer y qué debemos evitar”. A pesar de que el director inglés falla en cumplir la recomendación de Johnson, vale la pena ver esta obra. Quizás el banal enfoque del filme lleve encienda la curiosidad por ir más allá de ese hombre aburrido que Ridley Scott presenta como Napoleón y así, podamos llevarnos una lección de la historia que sea útil para el presente y el futuro.
P.S.: Muchas gracias a todo el equipo de Aceprensa por su trabajo disciplinado y a todos los lectores que visitan y colaboran con este medio de comunicación. Una muy feliz Navidad junto a sus familias y que empiece un 2024 con espíritu renovado. Un abrazo.
Un comentario
En España -y más en la maravillosa Salamanca donde resido- siempre recordaremos a las tropas Napoleónicas como las que destruyeron la tercera parte de una de las Universidades más antiguas del mundo. Eso es inevitable.