La idea de la bondad instintiva o natural del hombre es una de las que ha producido los efectos más devastadores en la historia de la humanidad. La tesis tiene raíces bíblicas, ya que, según el Génesis, Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza. No es difícil extraer de ahí la idea de la bondad natural del hombre. Es lo que se refleja en su existencia paradisíaca. Pero no es esa la condición actual del hombre. El relato prosigue con la primera culpa, el pecado original, y la expulsión del paraíso. La naturaleza humana no se encuentra tal y como Dios la creó, sino que se trata de una naturaleza caída y degradada.
San Pablo extrajo las consecuencias naturales: el hombre no puede salvarse por sí mismo, por sus méritos, sino sólo mediante la fe y la gracia. San Agustín prosiguió la senda, y el protestantismo la llevó a su extremo. Kant afirmó que del fuste torcido de la humanidad no ha salido nada derecho. La tesis de la bondad natural e instintiva del hombre no solo es falsa, sino que, como todo error, ha producido efectos perniciosos, hasta el punto de constituir una de las causas principales de la barbarie.
La tesis tiene precedentes en el pensamiento clásico, pero llega a su plenitud en la era moderna y, a su extremo, con Rousseau. Según el genial pensador ginebrino, el hombre en su estado natural es feliz.
El año 1750 la Academia de Dijon convocó un premio para abordar la siguiente cuestión: si el restablecimiento de las Ciencias y las Artes ha contribuido a depurar las costumbres. Rousseau obtuvo el premio. El texto es su Discurso sobre las ciencias y las artes. Su respuesta es tajantemente negativa. El repudio de la Ilustración es evidente. Es una crítica contundente y frontal a la idea de progreso. Las ciencias y las artes deben su nacimiento a los vicios humanos. Es vana la pretensión de instruirse mediante el estudio de la filosofía. El estudio de las ciencias es negativo para el carácter. “El estudio de las ciencias es más propio para amollecer y afeminar los bríos que para afirmarlos y animarlos”. El cultivo de las ciencias es aún más perjudicial para las cualidades morales que para las guerreras. El estado de naturaleza aparece descrito en el Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres. Se trata de distinguir lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza humana. Lo originario y natural es la igualdad; la desigualdad ha sido instituida por los hombres.
El hombre es bueno por instinto. Está guiado por el sentimiento natural que es la piedad, y no por la razón. Las pasiones son satisfechas sin lucha. La desigualdad es apenas sensible y su influencia casi nula. Las desigualdades son producto de la sociedad. La desigualdad puede ser física o natural y jurídica o política. La primera es poco importante.
La primera fuente de la desigualdad procedió de que mientras unos se alejaban de la naturaleza, otros permanecían en su estado original. Se trata de una mera hipótesis. Los hombres vivirían en paz y sin necesidades, sin agregados sociales ni familias. Las dificultades que fueron encontrando les obligarían a irse distanciando de la naturaleza. En el hombre se da el instinto de conservación y el horror al padecimiento. No es un estado de lucha porque en él no tienen sentido ni la codicia (no hay propiedad) ni la vanagloria (propia del estado social). Tampoco el sexo, ya que sólo existiría el aspecto físico que no da lugar a conflictos (salvo en el caso de escasez de hembras) como el psíquico o cultural. Es un estado de felicidad relativa y de igualdad y libertad, pero evoluciona necesariamente hacia el estado civil. La mayoría de los males que padecemos son nuestra propia obra, pues proceden del abandono del estado de naturaleza. Rousseau llega a sugerir que la reflexión es un estado contra natura y que el hombre que medita es un animal depravado.
La propiedad privada es la causa del estado de sociedad y, con él, de todos los males. Sin embargo, en su Discurso sobre la economía política, habla del derecho de propiedad como del “más sagrado de todos los derechos de los ciudadanos”. Surgió probablemente de la apropiación de los utensilios de caza y pesca y de la organización necesaria para llevarlas a cabo. Pero la clave se encuentra en la apropiación de la tierra.
La igualdad desapareció y se introdujeron la propiedad y el trabajo. Con ellos, aumentaron los sufrimientos. La metalurgia y la agricultura civilizaron a los hombres y perdieron al género humano. Aumentan las necesidades, crece la desigualdad, surgen la dominación, la servidumbre, la violencia y las rapiñas, y el más horroroso desorden. Los hombres se volvieron avaros, ambiciosos y malvados. La nueva sociedad dio paso “al más horrible estado de guerra”. Para salir de esta terrible e insostenible situación, los hombres concluyen un contrato social ilegítimo que sólo beneficiará a los más fuertes, del que surge el Estado, un Estado también ilegítimo. “Todos corrieron al encuentro de sus cadenas creyendo asegurar su libertad”.
El origen de la sociedad y de las leyes fue el mayor desastre para la humanidad. De aquí surgieron las guerras, los asesinatos y las represalias. El Discurso termina con estas palabras:
“Dedúcese de esta exposición que la desigualdad, que es casi nula en el estado de naturaleza, saca su fuerza y su acrecentamiento del desarrollo de nuestras facultades y de los progresos del espíritu humano y se hace finalmente estable y legítima mediante el establecimiento de la propiedad y de las leyes. Se desprende además que la desigualdad moral, solamente autorizada por el derecho positivo, es contraria al derecho natural, siempre que no concurra, en igual proporción, con la desigualdad física; distinción que determina suficientemente lo que debe pensarse a este respecto de la clase de desigualdad que reina entre todos los pueblos civilizados, puesto que va manifiestamente contra la ley de naturaleza, de cualquier forma que se la defina, el que un niño mande a un anciano, el que un imbécil guíe a un hombre sabio y el que un puñado de gentes rebose de superfluidades mientras la multitud hambrienta carece de lo necesario”.
Rousseau defiende la tesis de la bondad del sentimiento y la maldad de la razón. Queda sentada la tesis de la bondad natural del hombre y la maldad de las “estructuras sociales”. El mal moral no procede del libre albedrío humano, ya que el hombre es bueno por instinto, sino de la malvada sociedad formada por hombres bondadosos. El intento de Rousseau, y de todos los demás que le han seguido, de explicar el modo como hombres buenos y felices han creado sociedades injustas y crueles ha fracasado. ¿Cómo puede ser corruptora una sociedad y una civilización forjadas por hombres buenos e inocentes? La bondad no es natural; requiere disciplina y esfuerzo. En cualquier caso, la tesis de la bondad natural del hombre es equivocada y ha producido fatales consecuencias. El mal no es imputable al individuo, que es siempre inocente y carece de responsabilidad. Este inmenso error antropológico contamina la moral, la educación, la política y la vida social entera.