La soledad no deseada no es un mal exclusivo de los mayores. Según el World Economic Forum, el aislamiento crónico puede llegar a constituir una preocupación para personas de diversas edades; de hecho, según apuntaron expertos participantes en los debates del Foro a principios de año, el 40% de los menores de 25 años afirman sentirse solos.
El tema, por su transcendencia, se ha colado en la agenda de gobiernos e instituciones privadas. En MercatorNet, Shannon Roberts refiere que “el Reino Unido tiene ahora un organismo gubernamental para la soledad, mientras que Dinamarca y Australia han lanzado campañas para reducir el problema. En China hay una nueva ‘economía de la soledad’ (…). En julio abrió sus puertas en Pekín el Torro Loneliness Museum, con el objetivo de reproducir escenas de soledad para los visitantes, de modo que se sumerjan en ellas y reflexionen”.
Pero además de lo que ya están haciendo los gobiernos, surgen también iniciativas privadas encaminadas a fomentar la conexión intergeneracional, “que han probado ser efectivas”, asegura Roberts. Una de ellas fue implementada el verano pasado precisamente en China, en una residencia de ancianos en Hangzhou: una docena de veinteañeros se mudó a la institución, donde pagan un alojamiento muy económico y, a cambio, pasan un mínimo de 20 horas al mes conversando con los ancianos y enseñándoles, por ejemplo, cómo usar los móviles y las tablets para comunicarse con sus familiares.
En EE.UU., por su parte, las experiencias de este tipo son ya bastante comunes. En la residencia de mayores Ashlar Village, en Connecticut, viven estudiantes universitarios que tienen su propio apartamento y que dedican ocho horas cada semana a estar con los ancianos.
“Este sitio está más lleno de vida que muchas de las aulas de mi college –dice John Morgan, uno de los jóvenes–. Otros amigos míos quieren pasar más tiempo aquí”, añade, y señala que los mayores son un recurso que permanece por aprovechar.
Otra institución, el Champion Intergenerational Enrichment and Education Center, de Columbus, Ohio, acoge un programa de atención diurna a personas de la tercera edad y una guardería, y celebra actividades compartidas para ambos colectivos. Por ejemplo, dos veces a la semana un terapeuta les enseña, auxiliándose de canciones, lenguaje de signos a grupos de pequeños y ancianos.
“Aquí en Nueva Zelanda –apunta Roberts–, una amiga ha creado un conjunto musical de niños de preescolar en una residencia de mayores, y se reúnen una vez por semana. Ha comprobado así que no es difícil organizar actividades que junten a las personas, y que todas salgan beneficiadas de esa interacción. Otro amigo, que visita a su madre todos los días en el asilo, me dice a menudo que los bebés y los niños les iluminan el rostro a la mayoría de los residentes”.
“Una mayor conciencia del potencial de estos sitios compartidos puede crear nuevos ambientes para romper las barreras entre jóvenes y ancianos, y quizás crear unos vínculos intergeneracionales positivos que les cambien la vida”, concluye.