Promete ser el gran descalabro del año y una confirmación de que ningún gran director está a salvo de estrellarse. Tom Hooper (El discurso del rey, Los miserables) dirige esta adaptación del musical homónimo de Andrew Lloyd Webber, estrenado en 1981.
A pesar de su ambicioso planteamiento y un buen plantel de intérpretes, es imposible salvar una película que narrativamente es un caos –un caos sumamente aburrido, además– y técnicamente, un despropósito. Tanto que, después de estrenarse, ha tenido que someterse a una reedición para tratar de mitigar la catástrofe.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta