El número de adopciones internacionales está cayendo. Así lo reflejan las estadísticas de varios países desarrollados, algunos de cuyos ciudadanos suelen –o solían– hacer largos trayectos a lugares como China, Rusia, Vietnam, Haití, etc., para cumplir su sueño de ser padres.
En EE.UU., por ejemplo, el descenso ha sido abrupto: si en 2004 llegaron casi 23.000 menores adoptados en el exterior, en 2018 fueron apenas 4.000. Otros países, como Francia o España, también han visto despeñarse la curva: el primero, que recibe fundamentalmente niños haitianos, colombianos y vietnamitas, pasó de 4.000 en 2007 a 615 en 2018; España, adonde llegaban más menores chinos que a EE.UU., pasó de más de 5.500 en 2004 a unos 500 en 2017.
En el caso norteamericano se juntan varios factores. Uno, el cierre de las adopciones desde Rusia, particularmente a raíz de que el Congreso aprobara la Ley Magnitsky, que desde 2012 autoriza a la Casa Blanca a sancionar a ciudadanos y empresas rusas involucrados de alguna manera en violaciones de los derechos humanos. Así, si en 2004 fueron adoptados 5.862 menores rusos, en 2014 lo fueron apenas dos, y de 2015 hasta la fecha, ninguno.
Otros elementos que han incidido son el notable incremento del costo del procedimiento, prácticas tan peligrosas como el rehoming –algunos progenitores adoptantes se hartan de ejercer como tales y ceden el menor a otras parejas, sin el menor control–, y ciertos reparos sobre la imagen que proyecta EE.UU. en el exterior, entre otros.
Dos expertas –una de ellas exfuncionaria del Departamento de Estado– explican en un artículo que los reportajes sobre cientos de niños centroamericanos metidos en jaulas en centros de detención estadounidenses no ayudan mucho, ni tampoco las amenazas de deportación contra decenas de miles de surcoreanos que llegaron como bebés hasta los años 80 y que, por haberse empleado para ellos un visado equivocado, no pudieron acogerse a la ley de ciudadanía automática, de 2000.
Según explican, es necesario que el Congreso tome cartas en el asunto y legisle sobre los traspasos irregulares de menores adoptados, sobre los mecanismos de supervisión, la concesión de ciudadanía y el trato a los que llegan por la frontera, de modo que se fomente la confianza en los países de origen.
Si la adopción es local, mejor
En algunos casos, detrás de la disminución de adopciones transfonterizas también puede haber motivos positivos. El despegue económico de una sociedad, por ejemplo, incide en que, mejorados los índices de calidad de vida de la población general, sean menos quienes toquen el timbre de una institución y echen a correr, dejando en la puerta un canasto con un bebé.
Es lo que ha sucedido en China, donde confluye, además de la causa económica, la del fin de la “política del hijo único”, lo que supone menos aprietos para las familias que tiempo atrás se arriesgaban a severos castigos si quebrantaban la norma.
“China ya no abandona a sus hijos”, titulaba Zigor Aldama en El País un reportaje sobre el tema, en 2019. Según cifras oficiales, de los más de 34.500 casos de adopciones totales (tanto locales como hacia el exterior) en 2010, se pasó a menos de 19.000 en 2017. De esta última cifra, apenas el 12% voló con sus nuevos padres a otros países.
Parte de la explicación radica en que, desde hace más de una década, Pekín está fomentando que sus ciudadanos adopten a niños sin hogar, y la tendencia se ha visto favorecida por la mejoría de los estándares de vida. En el año 2000 esos procedimientos llegaron a un pico: 49.000, y después descendieron para estabilizarse entre los 10.000 y los 15.000 (en 2018 fueron 14.500).
Este tipo de adopciones es, justamente, el que privilegia la Convención de los Derechos del Niño, que en su artículo 21.b reconoce que la modalidad internacional puede ser considerada una alternativa “si el niño no puede ser colocado en una familia de acogida o adopción, o no puede ser cuidado de ninguna manera en su país de origen”.
De igual modo, aunque las autoridades chinas favorecen especialmente la adopción internacional de niños con discapacidad, también –según constató Aldama– son menos las familias que los entregan en adopción, porque la población china está más concienciada con respecto a las personas con limitaciones.
El impacto de la gestación subrogada
Los altos costos y los largos tiempos de espera para adoptar parecen estar favoreciendo el recurso a una alternativa que –en la mayoría de los casos– también es transfronteriza: la gestación subrogada. El procedimiento es cada vez más conocido, habida cuenta de que se ha vuelto materia de debate político en varios países, y de que los padres adoptivos –a diferencia de en la adopción tradicional– ven como un tanto a su favor que el bebé concebido porte material genético de al menos uno de ellos.
No hay cifras todo lo exactas que se querría sobre estos casos. En 2016, una investigación de profesores británicos y neozelandeses acerca de adopción y maternidad subrogada a nivel global, echaba mano de estadísticas de 2013 que calculaban en unos 20.000 los niños nacidos por ese método el año anterior, un número que superaba ya entonces el de las adopciones internacionales.
En 2014, en el Reino Unido, por ejemplo, 4.914 parejas heterosexuales habían comenzado procesos de adopción. Pero en 2018 los interesados eran ya 1.770 menos, un notable declive. Según The Times, que se hizo eco de la opinión de varios especialistas en derecho de familia, parte de la explicación residía en la cada vez mayor eficacia de los tratamientos de infertilidad y en el atractivo de la subrogación, frente al empantanamiento en que a veces caen los trámites de adopción. “Es muy desgastante y descorazonador“, dice una de sus fuentes, para quien la adopción es vista cada vez más como “el último recurso”.
Por su parte, a preguntas de El País, Federico de Montalvo, presidente del Comité de Bioética de España, no descartaba que el descenso de las adopciones internacionales en el caso de España estuviera relacionado con el auge de la subrogada. “Ese incremento se corresponde temporalmente con el descenso de las adopciones internacionales”, apuntaba el experto, para quien “no es descartable que haya una relación causal”.
“¿Alguien quiere este niño?”La práctica del rehoming, mencionada entre las posibles causas del paulatino descenso de las adopciones internacionales por parte de ciudadanos estadounidenses, fue objeto de un amplio reportaje de Reuters en 2013. Uno de los problemas mencionados entonces era que, a diferencia de los adoptantes de otros sitios, los norteamericanos no recibían formación previa para asumir la crianza de un menor. Otro, la facilidad con que, a través de plataformas online, el responsable del niño podía anunciarlo como una mercancía más –“Nacido en octubre de 2000, este hermoso niño fue traído de la India hace un año; es obediente y está ansioso por agradar”, decía un anuncio–. Algunas de las historias de menores extranjeros así transferidos son un verdadero compendio de abusos, lo que ha derivado en que países como Guatemala, Camboya, Etiopía y Nepal hayan cerrado sus programas de adopción internacional con EE.UU. |