“Hay una evidencia empírica que relaciona la vida virtuosa con la felicidad”

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“Hay una evidencia empírica que relaciona la vida virtuosa con la felicidad”
Tyler VanderWeele durante la entrevista (foto: Santi Quevedo)

Tyler VanderWeele es el director del Human Flourishing Program (HFP), una iniciativa de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard dedicada al estudio de los factores que influyen en eso que llamamos vida lograda. Es un concepto difícil de definir, pero esta institución pretende analizarlo de forma “empírica”, integrando los aportes de la psicología, la medicina, la economía, la educación o la sociología, entre otras disciplinas, sin desdeñar el enfoque de la filosofía y la teología.

El perfil de VanderWeele no puede ser más adecuado para esta tarea multidisciplinar: es graduado en Matemáticas, Filosofía, Teología, Finanzas y Bioestadística, y codirige la Initiative on Health, Religion and Spirituality, también en la Universidad de Harvard.

Le hemos entrevistado con ocasión de su visita a España para participar en una nueva edición de los Diálogos científicos organizados por la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y el Colegio de Médicos de Madrid.

El concepto de florecimiento humano tiene una connotación ética mucho más evidente que el de bienestar o el de felicidad. Parece que exige más, pero también suena a algo más sólido, y más solidario.

— Efectivamente, hay importantes diferencias entre felicidad y florecimiento. La felicidad, sentirse satisfecho con lo que uno siente y hace, con la propia vida en general, no es irrelevante, pero supone solo una parte del florecimiento. Este incluye, además, otros factores, como estar sano, contar con buenas relaciones, tener buen carácter y un sentido en la vida, o ser una persona recta, que hace lo que cree que debe hacer.

Incluir la virtud en nuestro horizonte de florecimiento nos empuja a contribuir con nuestra vida a la de los demás

Cuando incluimos estos aspectos en nuestra idea de florecimiento, el objetivo de la vida se reorienta. Por ejemplo, si concebimos la virtud o el buen carácter como hábitos que están de acuerdo con el bien, para nosotros y para los demás, y los incluimos en nuestro horizonte de objetivos a perseguir, inevitablemente tendremos en cuenta la huella que dejamos en los otros al desarrollarnos; nos sentiremos empujados a contribuir con nuestra vida a la de los que nos rodean.

Si esto es a lo que uno apunta, aunque nunca lleguemos a florecer del todo, es más probable que vivamos una vida plenamente humana. Y también que encontremos la felicidad, porque el resto de “piezas” de nuestra vida están en su sitio. No obstante, no podemos exigir que se nos garantice la felicidad. A veces, hacer lo correcto o intentar servir a los demás tiene un cierto coste personal a corto o medio plazo. En ocasiones también implica un sufrimiento moral, porque no conseguimos ser lo que querríamos ser, pero con frecuencia esos momentos nos llevan a reflexionar sobre nuestra vida, nuestras elecciones, nuestro carácter; y eso, a la larga, produce mejores personas, hombres y mujeres “florecidos”.

Ser bueno tiene atractivo

¿Han podido comprobar esto “empíricamente” en su investigación?

— En algunos de nuestros estudios preguntamos a los participantes si la siguiente afirmación es verdad en sus vidas: actúo para promover el bien, también en circunstancias difíciles. Probablemente todos inflemos un poco nuestra respuesta a esta pregunta, porque hay un cierto “atractivo social” en ser buenos. En cualquier caso, lo que encontramos es que las personas que se autocalifican alto en este aspecto, con el tiempo muestran unos valores elevados en todo tipo de aspectos del bienestar, incluyendo la felicidad, las relaciones y el sentido en la vida; también controlando el impacto de otros factores de base (la renta, por ejemplo). En un estudio en particular, esta pregunta era más predictiva del subsiguiente florecimiento humano que cualquiera de las otras 40 sobre el bienestar emocional. Así que sí, se puede decir que hay una base empírica que demuestra la relación entre vida moral y felicidad. Probablemente, esto no sea ninguna sorpresa en los círculos filosóficos. Así es como Aristóteles entendía la vida buena.

Usted ha escrito con frecuencia que los momentos de crisis son ocasiones para un especial crecimiento. También ha investigado sobre el perdón y la sanación de heridas morales. Según su investigación, ¿qué papel tiene el sufrimiento en el florecimiento humano?

— Hay gente que considera que el sufrimiento es lo contrario al florecimiento, y, en cierto sentido, efectivamente sufrir implica una ausencia de felicidad. De hecho, cuando en nuestra investigación hemos analizado empíricamente la cuestión, siguiendo durante años a personas en situación de crisis, nos hemos dado cuenta de que la capacidad transformadora de estas situaciones solo se da en algunas. Y esto nos ha llevado a preguntarnos qué circunstancias producen efectivamente esa transformación.

Frente a otras formas de afrontar el dolor, el perdón tiene ese potencial transformador que deriva de buscar deliberadamente el crecimiento

Una hipótesis interesante con la que estamos trabajando es que enfrentarse al sufrimiento buscando deliberadamente en él una oportunidad de crecimiento (en el sentido de mi vida, en una relación en concreto, en mi carácter, o en el crecimiento espiritual) es lo que hace que esa situación produzca efectivamente un florecimiento. En general, se suelen dar dos formas de enfrentarse al sufrimiento: o centrarse en el problema (eliminar o mitigar la realidad que lo causa) o en la emoción que me produce. Ambos enfoques son valiosos, pero ninguno por sí solo implica una respuesta transformadora.

En cambio, el perdón sí tiene esa capacidad. En el HFP entendemos el perdón de una manera sencilla (aunque difícil de vivir): sustituir la mala voluntad hacia el ofensor por buena voluntad. Esto no significa que la relación deba recomponerse, ni mucho menos renunciar a que se haga justicia, pero aun así se debe desear el bien para el otro. En colaboración con Everett Worthington, un psicólogo clínico que ha dedicado su carrera al estudio del perdón, hemos desarrollado una especie de “manual del perdón”, y lo hemos probado en cinco países con importantes conflictos sociales: Colombia, Sudáfrica, Ucrania, Indonesia y Hong-Kong, con muy buenos resultados.

Respecto a la sanación del daño moral, el perdón es una parte importante, pero no la única. Aquí la sensación de alcanzar justicia es importante; o, en los casos de abuso, restaurar el sentido de dignidad personal en el abusado.

La importancia de las relaciones personales

Hace poco se ha traducido al español el libro The Good Life (Una buena vida), que resume el estudio empírico más amplio que se ha hecho sobre la felicidad. Una de las principales conclusiones es la importancia de cultivar relaciones sólidas. ¿Qué papel juegan, en particular, las amistades? ¿Puede el debilitamiento de las “relaciones físicas” en favor de las virtuales poner en riesgo nuestra felicidad futura?

— Es claro que en Occidente no hemos puesto suficiente énfasis en la importancia de las relaciones, y en general en el sentido de comunidad, para alcanzar una vida plena. En Estados Unidos, como ya denunciaba Robert Putnam en Bowling Alone, las tasas de participación en actividades cívicas están descendiendo, y eso es un problema.

La literatura científica ha demostrado el efecto positivo del matrimonio, que creo que en gran parte se debe a que es una relación a largo plazo, muy estrecha y con un objetivo común: formar una familia. Sin embargo, se ha investigado menos sobre las amistades.

Aristóteles distinguía tres tipos de amistad, según lo que uno busca o puede obtener de ella: la de utilidad, la de placer y la de virtud. En esta última, la finalidad de la relación no es conseguir algo, sino cuidar del otro, buscar su bien, también en términos morales. Ese tipo de amistades pueden llegar a un grado tal de hondura como para configurar realmente la vida de la otra persona, su felicidad.

Me preocupa, ciertamente, que gastemos tanto tiempo en las redes sociales. Me preocupa que podamos sustituir las relaciones cara a cara por este otro tipo de “conexiones” virtuales, que no generan, por lo general, un compromiso moral con el otro. Como sociedad, debemos fomentar las relaciones más profundas, porque son las que producen el florecimiento humano, individual y comunitario.

Uno de los temas que más ha investigado es la positiva influencia de la religiosidad en el florecimiento humano. Pero, ¿cuál es el mecanismo concreto de este nexo? ¿Se puede hablar de causalidad, o solo de correlación? ¿Es más bien la religiosidad individual o la comunitaria la que produce efectos positivos?

— De las variables religiosas estudiadas (por nosotros, y por otros investigadores), la que muestra una relación más estrecha con la felicidad es la participación habitual en servicios religiosos: más que la costumbre de meditar, lo importante que se considere la religión en la propia vida o la afiliación a una confesión en particular.

El impacto de la religiosidad en el florecimiento humano tiene que ver con el aspecto comunitario, pero también con el espiritual

En este campo, como en las ciencias sociales en general, no es fácil probar una causalidad directa, pero sí acumular evidencia que ayude a controlar el efecto de otros factores. En nuestra investigación, hemos tenido en cuenta condicionantes sociales, económicos, demográficos y sanitarios, entre otros. Y las conclusiones apuntan a un impacto grande y positivo en el bienestar. Si se estudia cada efecto por separado (la menor tasa de depresión, de suicidio, de mortalidad, de divorcio), el impacto es, lógicamente, menor, pero sigue siendo significativo. Por otro lado, la influencia de la religiosidad siempre es multiforme. Por ejemplo, en cuanto a la menor tasa de suicidio entre los practicantes, parte se puede explicar por el apoyo social que supone la comunidad, pero también es plausible que influyan los mensajes esperanzadores que se pueden escuchar en los sermones.

Así que hay una mezcla de elementos sociales y espirituales en esta ecuación. Otras formas de comunidad, no religiosas, también muestran un efecto positivo en la felicidad, pero no tanto ni tan consistente. La comunidad religiosa ofrece algo más: se comparten unos valores y un sentido de misión y de trascendencia; hay una institución que desborda los límites de la biografía personal, y que aporta un sentido de seguridad. Además, en su seno se desarrollan muchas de estas “amistades de la virtud” de las que hablaba Aristóteles.

Tyler VanderWeele
Tyler VanderWeele (foto: Santi Quevedo)

Aportaciones del cristianismo

Hace casi un año, en un coloquio con el famoso psicólogo de Harvard Steven Pinker, usted defendía que el cristianismo ha hecho algunas aportaciones específicas a nuestra idea de florecimiento humano. ¿Cuáles son y por qué resultan importantes?

— Una de ellas es la centralidad que en la moral cristiana tiene el amor, que no es solo un mandamiento entre otros, sino que, de alguna manera, engloba y da sentido a todo lo demás. Jesús decía que en amar a Dios y al prójimo se resume toda la ley de Dios. Además, el amor hacia el otro, tal como lo concibe el cristianismo, implica buscar su bien material y moral, pero teniendo en cuenta todas sus circunstancias, su humanidad entera.

En este sentido, creo que una vuelta a las raíces cristianas en Occidente (partiendo, por supuesto, de un contexto de pluralismo religioso y moral) puede aliviar la progresiva polarización de la sociedad. El lenguaje del amor incondicional al otro, del respeto a su dignidad inherente como persona, un mensaje típicamente cristiano pero al que pueden adherirse personas de distintas tradiciones, ayudaría a tratar mejor al que piensa diferente a nosotros. No se trata de que las posturas tengan que acercarse, ni mucho menos de arrinconar debates que debemos afrontar, pero sí de no tratarnos como si el objetivo fuera la destrucción del otro.

Otra contribución del cristianismo tiene que ver con lo que he comentado antes del sentido transformador del sufrimiento. La fe cristiana ofrece, en este punto, una respuesta a la vez muy profunda y muy concreta. Con todo, igual que pienso que muchas personas sin fe pueden participar del mensaje del amor al prójimo, este otro mensaje sobre el sufrimiento pienso que requiere una perspectiva espiritual. La secularización de las sociedades occidentales ha dejado un vacío que no resulta fácil llenar, ni a nivel personal, ni comunitario, ni político.

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