Pocos directores de cine han despertado tanto interés intelectual como lo ha hecho el cineasta estadounidense Terrence Malick, sobre el que ya contamos con algunos ensayos en castellano. Y también pocos han sabido expresar con tanta profundidad y en imágenes tanta profundidad antropológica. Pablo Alzola, experto en su filmografía, expone las claves interpretativas de sus películas, partiendo de la relevancia simbólica que tienen en el director texano las casas que, a su juicio, constituyen “el espacio por antonomasia” que emplea.
Las casas son, para Malick, una forma de expresar la tensión interior de quienes protagonizan las películas. Al mismo tiempo, Alzola, además de ubicar al director en el seno de la cultura americana, analiza las tensiones éticas de sus personajes, subrayando que las ideas de hogar, identidad y relaciones interpersonales constituyen algunos de los criterios adecuados para entender su aportación.
Hay en Malick una adecuación entre estética y temática. En realidad, el fondo filosófico de la filmografía del cineasta no proviene solo de sus intereses personales –estudió filosofía en Harvard y en sus obras se percibe la influencia de autores como Heidegger o Kierkegaard–, sino de la cavelliana forma que tiene de entender el séptimo arte, como si de algún modo el cine demostrara “que la filosofía es a menudo la acompañante invisible de las vidas ordinarias que el cine es capaz de captar” (Stanley Cavell). Tal vez por ello merezca la pena leer esta obra como una suerte de introducción al cine, pero también al asombro con que comienza siempre el itinerario filosófico.
Junto con la influencia de la cultura americana, Alzola expone los motivos bíblicos, si bien implícitos, que se pueden descubrir en la filmografía malickiana. A fin de cuentas, lo que refleja en sus obras es al hombre en búsqueda de un hogar, de Dios, en definitiva, aunque sea difícil precisar su concepción del mismo. El ensayo destaca la función reveladora de su cine, como se pone especialmente de manifiesto en El árbol de la vida. Nada mejor, en cualquier caso, que visionar de nuevo las películas de Malick y, al tiempo, leer este delicioso ensayo para exprimir todo su jugo.