Los hogares multigeneracionales, al alza en los países anglosajones

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Tener a los abuelos en casa va siendo tendencia cada vez más en varios países. En EE.UU., por ejemplo, en tres cuartos de siglo se ha constatado una suerte de “montaña rusa” en este asunto: si en 1950 el 21% de la población vivía en hogares multigeneracionales, la proporción cayó al 12% en 1980, para volver a escalar en 2009 hasta el 17%. Hoy, según el Pew Research Center, un 20% de los estadounidenses (unos 64 millones) viven en esa modalidad.

¿Todos a gusto? No parece. Ian Marcus Corbin, investigador de la Harvard Medical School, lo ilustra con el ejemplo de esos norteamericanos hoy ya teñidos en canas que nacieron en una época de despegue del confort material y de revalorización de la independencia personal como ideal. “Los babyboomers sacaron adelante sus vidas y criaron a sus hijos en sintonía con esos conceptos. Ahora, al final de su existencia, pasar sus últimos días con sus hijos y nietos parece casi la admisión de un fracaso y una terrible imposición a la independencia y la movilidad de las generaciones más jóvenes”.

Según Corbin, son criterios que habría que superar. “Podemos y debemos reconsiderar la fetichización estadounidense de la independencia y su relacionado sentido de la interdependencia como cosa de vergonzosa debilidad. Dicho con sencillez: todos somos débiles y todos necesitamos de otros. Esto no es causa de sonrojo, o un problema que pueda ser gestionado de lejos o tecnologizado. Es una parte buena y hermosa del ser humano”.

En otros países de cultura anglosajona está sucediendo de modo parecido. En Canadá –con cifras de 2016– son 2,2 millones de personas (el 6,3% de la población) las que viven en unos 404.000 hogares multigeneracionales. Son bastantes menos que en su vecino sureño, pero la tendencia es también al alza, toda vez que hubo un crecimiento sostenido desde 2001, cuando eran el 4%, explica Nathan Battams, experto en Comunicación del Instituto Vanier de la Familia.

Lo económico pesa

Quienes más eligen esta variante son, por razones culturales y económicas, los aborígenes y los inmigrantes. “Es más probable –señala la web del Instituto– que estas familias inviten al abuelo y a la abuela a compartir sus hogares. El 11% de los abuelos de identidad aborigen convivió con sus nietos en 2011: así lo hizo el 14% de los ancianos entre las Primeras Naciones, el 22% entre los inuit y el 5% entre los mestizos”. Claro que, aunque las tradiciones pesan en la decisión, también lo hacen motivan la escasez de vivienda asequible y el alto costo de la vida, que aconseja compartir gastos antes que hacerles frente desde la soledad.

También Australia y el Reino Unido aparecen en la foto con colores parecidos. En la isla-continente, una investigación del City Futures Research Centre revela que el 20% de los australianos reside en hogares donde conviven varias generaciones. Si a nivel nacional la proporción es de uno por cada cinco, en lugares tan populosos como Sydney es de uno por cada cuatro habitantes. El motor principal de la decisión es, a semejanza de lo que ocurre en otros sitios, el elevado precio de la vivienda, si bien en muchos casos la casa se pone de bote en bote por el retorno de los “hijos bumerán”, que regresan tanto por razones económicas como por crisis personales, como el divorcio.

Por razones culturales y económicas, los hogares multigeneracionales en Canadá son más frecuentes en las comunidades aborígenes e inmigrantes

En cuanto a los británicos, un estudio publicado por la Universidad de Cambridge muestra que el número de hogares multigeneracionales se incrementó de 1,3 millones a 1,8 millones entre 2009 y 2013. Entre los factores decisivos, el económico (sobre todo para los jóvenes), la falta de residencias para ancianos a precios asequibles y, en algunos casos, el cálculo de que, aunando los recursos de todos, es posible pagar una vivienda más cómoda, espaciosa y mejor ubicada, con lo cual ¿por qué no unirse?

El sector inmobiliario toma nota

La convivencia de varias generaciones en el hogar supone, para el propio núcleo familiar y para otros, una oportunidad. En lo económico, por ejemplo, el sector inmobiliario ha captado la señal y se ha lanzado a satisfacer la demanda: si la idea es unir a personas que tienen grabado a fuego el valor de la independencia y la autonomía, ello puede lograrse con nuevos diseños que aseguren tener al abuelo “justo en la puerta de al lado” y con su espacio propio.

En la actualidad cobran fuerza conceptos como el de “una casa en casa”: un apartamento privado contiguo a la vivienda o bien integrado en ella, con acceso a las áreas comunes de esta, y con puertas y pasillos más amplios que faciliten el desplazamiento de las personas mayores. La casa familiar va así dejando de parecerse a aquella que vivió sus días de gloria tras la Segunda Guerra Mundial: pequeña y lo suficientemente ajustada para que una pareja con dos hijos se acomodara sin mayores problemas. Las reformas están a la orden del día ahí donde el espacio lo permite.

La convivencia puede funcionar muy bien. The Guardian recoge la experiencia del matrimonio formado por Nick, fotógrafo, y Kathryn, profesora de inglés, en Bristol, Gran Bretaña. Ambos llevaron a casa a la octogenaria Rita, madre de esta última, y la alojaron en la planta baja. Con frecuencia, Kathryn y sus hijas pequeñas bajan a ver la tele con la anciana, y toda la familia se reúne para comer con ella. La señora, por su parte, lo mismo les enseña español a las chicas que las recoge en la escuela, o bien prepara la lavadora, o plancha. “Para mí es una gran ventaja estar en una casa con mucho ruido. Tengo compañía y ya no estoy pendiente solo de mí”, dice.

Historia parecida es la de Natalie Dick, de Ohio, EE.UU. Según cuenta, la idea de renovar la casa y llevarse consigo a su tía fue lo mejor que pudo habérsele ocurrido: “Es fantástico tenerla aquí y dejar que los chicos crezcan con alguien de una generación diferente, que oigan toda clase de historias sobre cómo se criaron ella y mi papá”. La anciana vive en un espacio contiguo y dispone de una puerta privada a la vivienda, que le permite entrar, salir y unirse a la familia cuando lo desee, lo que refuerza su sentido de independencia.

El sector inmobiliario está aprovechando el tirón de los hogares multigeneracionales, con propuestas para facilitar la cercanía y la privacidad de los miembros de la familia

“Baja la tele, que la abuela duerme”

Soluciones como la antes mencionada constituyen, por otra parte, una salida interesante para la “generación sándwich”, aquella que, con entre 35 y 54 años, cuida de sus hijos y de sus mayores a la vez y que, consecuentemente, acumula grandes niveles de estrés. Curiosamente, que el anciano esté en una residencia no siempre ayuda a atenuarlos, toda vez que el cuidado en uno de estos centros puede resultar más costoso. “La convivencia –señala Battams– a veces ayuda a reducir el estrés y los gastos asociados con el cuidado de un padre que vive en otra ciudad, o incluso en otra provincia”.

El experto refuerza con un dato el argumento económico a favor de la familia de “abuelos-hijos-nietos”: un estudio norteamericano efectuado en 2011, superados los años de la última crisis financiera, reveló que la tasa de pobreza era más baja en los hogares multigeneracionales que en los que no eran (11.5 % y 14.6%, respectivamente). La ecuación es que todos juntos pueden “unir sus ingresos y compartir los costos, y los ahorros resultantes en algunos casos ayudan a aliviar la pobreza y la inseguridad alimentaria”. Desafortunadamente, quizás los tiempos de incertidumbre que se avecinan ayuden a constatarlo una vez más.

Por supuesto, como sucede con toda sociedad humana, el modelo de hogar de familia extensa tiene inconvenientes. La privacidad, por ejemplo, puede resultar afectada por una mayor limitación de acceso a los espacios en el propio hogar, o por la forzosa modulación de algunos hábitos. Si en casa de un matrimonio joven con hijos el volumen de la tele puede subirse a determinado nivel hasta bien entrada la noche, en una en que residen ancianos hay que estar más atentos a esos detalles.

En todo caso, sin embargo, la suma resultante de los aspectos de la interrelación –más voces que las paternas para instruir, educar y corregir a los menores; más carteras para sostener la economía doméstica; más gente para acompañar, para reír juntos o para ayudar a atenuar un revés– puede tener un impacto positivo.

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