Nos lo cuenta una joven madre: mientras paseaba por una calle de Oviedo junto a sus tres hijos, un hombre que se cruzó con ellos comenzó a increparla: “Estás loca. ¿No te da vergüenza tener tantos hijos para que sean esclavos del capital?”. La mujer, con escasas ganas de entablar una discusión, se encogió de hombros y siguió camino con su prole.
Que no haya nuevos “esclavos del capital”. O nuevos contaminadores, “tiranos del planeta”. O nuevas víctimas de un orden mundial injusto. Una amplia gama de justificaciones subyace en la base de una tendencia que se extiende en algunos ámbitos: la de proponerse no tener descendencia y quedarse childfree, “sin hijos” por voluntad propia, “libre” de niños, en contraposición al childless, la persona que no puede tenerlos.
Los childfree confiesan las conveniencias o temores para asumir ese estado. Argumentan que no tener hijos les supone un bienestar que no tendrían a plenitud si, en vez de centrar toda la atención en sí mismos, tuvieran que estar atentos a otros. Un hijo puede suponer limitaciones a la libertad de acción y movimiento de sus padres, cuyos intereses quedan subordinados en buena medida a las necesidades de cuidado de los menores. Además, si la crianza y educación de estos ha de hacerse “como Dios manda”, ello implica necesariamente sacrificar tiempo de ocio, dedicar recursos económicos a su educación, a su salud, a su recreación, etc. Todos estos “peros”, sin embargo, se desploman ante el testimonio de personas que, como se verá más adelante, conjugan la paternidad con una rica vida profesional y personal.
“Si sube la temperatura del planeta, no paro”
Además de las repercusiones de la paternidad en lo personal, algunos childfree consideran los ecos de su decisión en áreas como, por ejemplo, el medio ambiente, al conferirle al hijo-que-no-será el papel de victimario o víctima, según la perspectiva de relación con el ambiente que se elija.
Para unos, la decisión de no tener hijos es una muestra de “amistad” con el planeta: que haya menos personas sobre la faz de la tierra se traduce en una enorme cantidad de botellas de plástico que no se tirarán al océano; en menos estómagos para justificar la deforestación de los bosques y su conversión en áreas agrícolas; en menos viajeros de vuelos comerciales y, por tanto, en menos gases contaminantes… Entretanto, en la otra orilla están quienes, precisamente por entender que al planeta le quedan dos telediarios, quieren ahorrarle a un hijo potencial –aquí como víctima– una dura existencia en un mundo apocalíptico.
Para unos, la decisión de no tener hijos es una muestra de “amistad” con el planeta, en el entendido de que habrá menos personas para contaminar
Con estos horizontes, ya existen iniciativas que condicionan las decisiones reproductivas personales a las que tomen los gobiernos para preservar el medio ambiente. Una de ellas es No Future, No Children, un movimiento de jóvenes que prometen no tener descendencia a menos que sus respectivos países reaccionen contundentemente frente a determinadas emergencias globales. Ya se han apuntado más de 10.600 chicos y chicas, mayormente de entre 15 y 26 años.
Su creadora, la canadiense Emma Lim, se declara “horrorizada” por lo que ha leído en las conclusiones del Panel Intergubernamental de la ONU sobre Cambio Climático (IPCC), por lo que afirma solemnemente haber “renunciado” a su oportunidad de formar una familia: “Solo tendré hijos si puedo mantenerlos a salvo (…). ¿Qué clase de madre sería yo si trajera un bebé a un mundo donde no tengo certeza de que estará seguro?”.
A algunos, al parecer, se les ha ido la mano con la alarma climática.
Tendencia en varios sitios
Los razonamientos de este corte y otros más van calando, y de un modo u otro se reflejan en números. En España, por ejemplo, el INE registra que las mujeres de 18 a 44 años que afirmaron no querer hijos pasó de 1,06 millones en 1999 a 1,21 millones en 2018 (un aumento de más de 150.000 entre ambos años).
Otros estudios recientes, como el de Funcas, corroboran la tendencia: el 12% de los nacidos entre 1985 y 1999 –los millennials– aseguran que no tendrán descendencia. ¿Principales motivos? Que los hijos “dan muchos problemas” (70%), que “limitan mucho el tiempo libre” (67%) y que “se necesitan muchos ingresos” (64%).
En otras latitudes hay señales parecidas. The Conversation examina los números del censo de 2016 en Australia, y refiere que el 30% de las mujeres de entre 30 y 44 años declararon no tener hijos, y que cerca de la mitad de ellas había elegido permanecer en esa circunstancia.
El 12 % de los “millennials” españoles aseguran que no tendrán descendencia
¿Y en EE.UU.? El Pew Research Center, en un sondeo efectuado en 2018 a adultos de entre 18 y 49 años, constató que el 37% de quienes no eran padres se afirmaron en que no lo serían. Como motivo, un 23% dijo que simplemente no querían, mientras el 14% argumentó con “otras razones”.
La “droga” del cuidado
Precisamente para tomarle el pulso al tema en el último país, la edición local del diario británico The Guardian lanzó una convocatoria para que mujeres childfree compartieran sus motivos para adoptar ese estado.
Emergieron argumentos ya conocidos: para RO Kwon, “el mundo se está quemando”, por lo cual, lo mejor que puede hacer una mujer de un país desarrollado para reducir su huella de carbono es abstenerse de procrear. Otra, Ann Neumann, que pasó por la “aterradora” experiencia de verse un día planchando una camisa de su marido, tiene claro que cuidar de otros “es la droga de entrada más peligrosa para una mujer” y puede acabar tirando por la borda su carrera profesional. El no haber tenido hijos le ha supuesto, dice, libertad para viajar, para pensar, para crear y para implicarse más en la comunidad: “Si algo necesita el mundo ahora mismo, son comunidades más fuertes”.
Cuando se elige amar
Servido el debate, desde MercatorNet tomó la palabra la periodista Tamara El-Rahi, madre de dos niñas. El-Rahi concede que “el mundo necesita comunidades más fuertes. ¿Y dónde comienzan estas? En familias fuertes, seguras, así que una madre puede ser parte de esta causa, al criar buenos ciudadanos del mundo”.
Respecto a la “huella” de los hijos en el clima, señala que, más que rendirse a ese tópico, vale involucrarse en apoyar iniciativas ecológicas concretas y, de paso, modificar hábitos y “evitarse un par de vuelos trasatlánticos”. La autora rechaza también la “incompatibilidad” entre ser madre y llevar adelante una carrera de éxito, toda vez que ella misma ha podido hacerlo y se ha inspirado en muchas otras mujeres que dirigen sus propias empresas y dedican tiempo a sus hijos.
“Sí –concluye– hay cargas asociadas a ser madre, y a veces tengo noches en que me quedo despierta preocupada por mis hijas y preguntándome por qué me metí en esto. Pero está también la libertad para elegir amar, para escoger vivir para otros, para querer mirarse menos el ombligo. Si me preguntan, todavía hay razones muy fuertes para la maternidad”.