El 2 de enero la comunidad de Harvard recibió un email en el que su rectora, Claudine Gay, anunciaba su dimisión. Solo llevaba seis meses en el cargo. Su sueño era pasar a la historia como la primera rectora de raza negra de la prestigiosa universidad, pero el destino tenía otros planes.
Antes de llegar a la presidencia, cierta fama precedía a Claudine Gay. Cuando se presentó al puesto, algunos miembros del claustro la acusaron de no poseer una trayectoria académica suficientemente “seria”. Su currículum, actualizado en octubre de 2022, incluía once artículos y solo un libro coeditado. También se habían escuchado algunos rumores de plagio.
Un mandato breve y convulso
Frente a ello, quienes la defendían no solo indicaban que se trataba de errores de citas, sino que la posición de “presidente” no requería grandes competencias de investigación. En las universidades americanas, el presidente dedica la mayor parte del tiempo a recaudar “fondos” para su famoso y envidiado endowment (cartera financiera).
Parecía que el gran reto del mandato de Gay iba a ser gestionar la sentencia del Tribunal Supremo sobre la discriminación racial en las admisiones. De hecho, algunos comentaristas interpretaron su nombramiento como un movimiento estratégico preventivo.
A raíz de lo ocurrido en Gaza, comenzó un proceso de enfrentamiento y polarización, así como de difusión del odio por el campus
Pero el 7 de octubre del año pasado, unos terroristas de Hamás atacaron Israel, dejando más de un millar de víctimas. Tan solo unas horas después del atentado, sin que todavía la respuesta de Israel se hubiera activado, el Comité de Estudiantes Pro Palestinos (PSC) publicaba una nota en la que responsabilizaba a Israel de la violencia. Más de 30 organizaciones estudiantiles lo respaldaron. Por su parte, en el otro lado, la comunidad judía se concentraba en torno al club Hillel y mostraba la solidaridad con el pueblo israelí.
Una universidad polarizada
Comenzó un proceso de enfrentamiento y polarización, así como de difusión del odio por el campus. La situación fue tal que algunos compararon las protestas y las movilizaciones con lo sucedido con motivo de la Guerra de Vietnam.
Ahora bien, mucho de lo acontecido no era más que la punta del iceberg: desde hace años, las aulas universitarias se han convertido en un semillero de ideas woke y de radicalismo, lo que ha hecho surgir dudas acerca de la finalidad de las universidades: ¿son centros de investigación inclinados a la búsqueda imparcial de la verdad o lugares de activismo político, en línea con el 68 francés?
A raíz del conflicto en Gaza, muchos estudiantes recibieron amenazas y se sintieron obligados a definir sus simpatías. El rectorado, sin embargo, permaneció mudo. Y no solo en Harvard, aunque por su prestigio ha estado en el centro del huracán.
Crece la tensión en el campus
El punto álgido llegó cuando Lawrence H. Summers, profesor y antiguo Secretario del Tesoro con Clinton, publicó un post calificando la declaración de “moralmente inconcebible”: “En casi 50 años de afiliación a Harvard, nunca he estado tan desilusionado y alienado como hoy”. Su tweet recibió más de 17.000 likes.
Harvard Hillel, una asociación de estudiantes judíos, emitió un comunicado mostrando su decepción por la falta de apoyo de Harvard hacia la comunidad judía.
La declaración del PSC, tan incendiaria, seguía recibiendo adhesiones: alcanzó las 2.100 firmas. La tensión interna empezó a hacer mella entre los estudiantes judíos, que no se atrevían a salir de sus habitaciones.
En Hillel, por su parte, emitieron un comunicado mostrando su decepción por la falta de apoyo de Harvard hacia la comunidad judía. Se sentían abandonados. Su declaración pública terminaba ofreciendo ayuda y colaboración a los estudiantes “para promover la comprensión y educación sobre la crisis en curso”.
Los donantes entran en escena
Quizá por ello, la rectora de Harvard y 18 profesores, algunos decanos, publicaron una nota oficial en respuesta al ataque de Hamás en Israel y la guerra en curso en Gaza. En ella mostraban la tristeza de Harvard y se alineaban con quienes habían sido afectados por la violencia, pero no se hacía ninguna referencia al comunicado de PSC.
El comunicado de Harvard evitando la condena no amainó las críticas. La situación se agravó con la entrada en escena (o mejor dicho, con la salida) de los donantes. El 12 de octubre, el multimillonario israelí Idan Ofer, propietario de Quantum Pacific Group, y su esposa Batia dimitieron de sus cargos en la Kennedy School of Government y retiraron su donación multimillonaria.
“Nuestra decisión se ha visto precipitada por la falta de pruebas claras de apoyo de los dirigentes de la universidad al pueblo de Israel tras los trágicos acontecimientos de la semana pasada, unida a su aparente falta de voluntad para reconocer a Hamás como lo que es, una organización terrorista”, declararon.
No fueron los únicos. Ante el riesgo de una desbandada general de ayudas económicas, Gay publicó un video en el que, entre otras cosas, defendía el compromiso de la institución con la libre expresión, incluyendo “opiniones que muchos de nosotros encontramos objetables, incluso escandalosas”. El sábado 14 de octubre, más de 1.000 personas se manifestaron en Harvard Yard protestando contra los contraataques de Israel y acusando a la universidad de no hacer lo suficiente para apoyar a los estudiantes palestinos.
Plagio y antisemitismo
Las retiradas de fondos continuaban y eso es, finalmente, lo que puso sobre las cuerdas el liderazgo de Gray, un síntoma de hasta qué punto las universidades se han convertido en un negocio. Buscando generar confianza, el rectorado reconoció estar trabajando para rehabilitar la relación con los patrocinadores judíos, pero la batalla contra Gay empezó a abrir otro flanco. Harvard recibió una solicitud de información por parte de The New York Post por “acusaciones anónimas” de plagio y se vio obligada a abrir una comisión independiente para investigarlas (recientemente, esta ha dictaminado que aunque existen “errores” y “problemas con las citas” en algunos artículos publicados por Gay, no se puede inferir una actitud deliberadamente engañosa por su parte).
El 9 de noviembre, la Oficina de Rectorado publicó una carta en la que se establecía un comité y un plan para erradicar el antisemitismo de Harvard con diferentes medidas. No era un hecho aislado. Otros campus de la Ivy League vivían situaciones similares. El miércoles 15 de noviembre, demócratas y republicanos condenaron los incidentes antisemitas que se estaban produciendo. Algunos demócratas también denunciaron el aumento de incidentes islamófobos, aunque ese no era el foco de la audiencia.
El 5 de diciembre, la Comisión de Educación y Trabajo de la Cámara de Representantes de Estados Unidos llamó a las responsables de las tres mejores universidades norteamericanas de la Ivy League: Claudine Gay, de Harvard; Sally Kornbluth, del MIT, y Liz Magill, de la Universidad de Pensilvania, para investigar el antisemitismo en sus campus.
En el congreso
Gay, Kornbluth y Magill se sentaron una al lado de la otra durante seis horas para responder a las preguntas de los congresistas. Pero el escándalo estalló en la tensa conversación que mantuvieron la congresista republicana Elise Stefanik y Claudine Gay durante 90 segundos.
Stefanik sorprendió a las tres planteando una sencilla pregunta: ¿Llamar al genocidio de los judíos es contrario a las normas sobre intimidación y acoso vigentes en sus universidades? Magill y Kornbluth respondieron: “depende del contexto”.
A pesar del apoyo del claustro, el ruido en contra de Gay no cesaba: periódicos como el “New York Times”, el “Wall Street Journal”, el “Washington Post” y “The Atlantic” pidieron la cabeza de la rectora
La congresista presionó para que Gay respondiera sí o no. Pero, ante la insistencia, volvió a contestar una y otra vez “Depende del contexto”. Finalmente, la congresista replicó manifiestamente airada: “No depende del contexto. La respuesta es sí, y por eso debería dimitir. Son respuestas inaceptables en todos los ámbitos”. Al día siguiente, la rectora pidió disculpas y admitió que las palabras importan.
Dimisión y fin de la historia
A los dos días de las declaraciones en el Congreso, la rectora de la Universidad de Pensilvania, Magill, dimitió de su cargo. Lo había desempeñado durante menos de dos años. En Harvard, el claustro reaccionó con una declaración conjunta de más de cien profesores apoyando a su dirección. Pero con las acusaciones de plagio, la situación de Gray se hizo insostenible.
A pesar del apoyo, el ruido no cesaba. Periódicos como el New York Times, el Wall Street Journal, el Washington Post y The Atlantic pidieron la cabeza de la rectora, y durante las dos semanas siguientes se empezó a filtrar a los medios que el apoyo interno a Gay se tambaleaba. Al final, dimitió el 2 de enero.
Entre sus defensores, la minoría negra se lamentaba: “La dimisión de Claudine Gay es una muestra desgarradora de que en la cima de la montaña para la mujer negra no hay tierra prometida”, se comentó.
Más allá de la polémica
Lo cierto es que, con independencia de lo mediático y el escándalo público, la crisis de Harvard ha desvelado que “el Rey está desnudo”. Opiniones de uno y otro bando coinciden en que la universidad americana necesita un reset, un reinicio, para volver a convertirse en un lugar donde se puedan compartir opiniones diferentes de forma respetuosa.
La excesiva ideologización de los campus ha convertido los centros universitarios en lugares donde el diálogo y al aprendizaje mutuo brillan por su ausencia, justo lo contrario de lo que deberían ser.
De hecho, la preocupación por la universidad llevaba tiempo en los principales medios del país. La excesiva ideologización de los campus ha convertido los centros universitarios en lugares donde el diálogo y al aprendizaje mutuo brillan por su ausencia, justo lo contrario de lo que deberían ser.
Todos estos fenómenos pueden ser determinantes para reconfigurar el panorama educativo. Y es que hay que tener en cuenta que el desprestigio afecta a universidades hasta el momento incuestionables: que en Harvard, Princeton o Stanford el ambiente sea tan tóxico o irrespirable puede hacer estas instituciones menos atractivas a los alumnos. Por ejemplo, la tasa de preinscripción en Harvard para el próximo curso es una de las más bajas de los últimos cuatro años, según informa CNN.
William A. Galston escribía en The Wall Street Journal: “La cuestión ahora es si las instituciones de enseñanza superior desaprovecharán la oportunidad de reflexionar sobre las cuestiones más amplias que plantea este desafortunado episodio y realizarán los cambios necesarios”.
Paradójicamente, Veritas es la única palabra que resiste en el lema fundacional de Harvard. Los puritanos que llegaron desde el otro Cambridge, el del Reino Unido, para establecer un nuevo college escogieron aquella localización porque estaba cerca de una parroquia con un buen predicador. Su lema completo era Veritas Christo et Ecclesiae y todavía permanece en una verja en Harvard Square, aguantando siglos y polémicas.