Tras obtener el Pulitzer en 2019 por El clamor de los bosques, se edita ahora Orfeo, novela publicada en 2014. A pesar de que su nombre no es tan conocido como el de otros autores con los que comparte escuela –Thomas Pynchon, Don DeLillo, William Vollmann–, la destreza literaria de Richard Powers y su ambición creativa no están muy lejos de las de sus maestros. Lo que logra con Orfeo le incluye en la reducida categoría de novelistas contemporáneos a los que merece la pena seguir la pista, más allá de famas pasajeras o de elogios desmesurados.
Peter Els, divorciado, es profesor de composición musical en una remota universidad estadounidense, y compagina la docencia con su afición, en apariencia inocente, a los experimentos caseros con cultivos de bacterias. Una visita policial fortuita y el exceso de celo de dos inspectores le obligan a abandonar abruptamente su casa y su trabajo, y el relato de la huida y el recuerdo de su vida hasta entonces marcan las dos líneas temporales de este libro.
Mientras escapa, Els va recordando los hitos de su vida profesional (fascinación adolescente por la música, descubrimiento de las vanguardias, disyuntiva adulta entre la vida y el arte…), pero también la sentimental, en la que dos relaciones fallidas le han abocado a la soledad casi absoluta. Desde ese punto de vista temporal, los acontecimientos políticos más traumáticos de la historia reciente americana ayudan también a subrayar cada giro en su trayectoria.
A pesar del carácter levemente experimental de esta novela, su motor dramático es tan clásico como infalible: el amor no correspondido y la capacidad redentora del arte y de la belleza. Con todo, lo más notable es su estructura, de la que es indudable que toma como modelo una composición musical, en la que los periodos de actividad se alternan con los silencios –creativos, sentimentales, profesionales–, y el ritmo de la vida pasa por fases lentas, andantes o vivaces, con predominio de unos instrumentos sobre otros.
Como ocurre con las novelas cuya estructura está perfectamente estudiada, su mejor cualidad es que esta resulta invisible: el lector solo percibe que todo fluye ordenadamente, que cada elemento está en su lugar y que las líneas y tramas van encajando hasta el acorde final. Por lo tanto, aunque el gran tema de la novela sea la música, no es preciso ser un entendido, ni siquiera un aficionado, para disfrutar de ella, porque eso está al alcance incluso de aquellos para los que este arte es “su Corea del Norte: un país insondable que no aceptaba su visado”.