Hace 47 años que Valentina Alazraki habla desde Roma a México y al mundo. Lleva en el aire todos estos lustros contando Italia en Televisa. Desde los postres de Pablo VI, cuando solo ella y Paloma Gómez Borrero calzaban tacones en la Sala Stampa. Se fue haciendo al terreno de juego de la ciudad eterna, del Vaticano, de la Santa Sede. Desde entonces, muchas historias, muchos directos, muchas entrevistas, una sonrisa perenne y un prestigio como la cúpula de san Pedro. Más o menos.
Ha vivido en primera fila la historia de cinco papas: sus cónclaves, sus viajes, sus exhortaciones, sus encíclicas, sus ilusiones, sus preocupaciones, sus tejes y sus manejes. Es la decana de los corresponsales en el Vaticano, aunque en realidad, por estos pasillos de la Santa Sede la conocen como “la emperatriz”.
En este rincón donde se informa al mundo sobre el personaje más influyente del planeta, ella lleva en primer plano 47 primaveras y esta entrevista. Estamos al final de la via della Conciliazione, al borde del brazo derecho de la columnata, a unos metros del corazón físico del cristianismo, mirando al sampietrini del suelo y a los capiteles del cielo. Huele a Pascua en Roma a pesar de la pandemia.
— ¿Cómo ve al Papa Francisco?
— Hay una imagen imborrable que lo dice todo sobre el rol del Papa en estos meses de pandemia: fue el 27 de marzo de 2020, cuando vimos a Francisco solo en una Plaza de San Pedro absolutamente vacía implorando a Dios para que acabara esta prueba. En este largo año, el Papa ha sido una referencia internacional importante que nos ha recordado que lo que estamos viviendo es una crisis sanitaria, pero sobre todo es una crisis que nos ha hecho ver que todos los seres humanos estamos relacionados, que todos somos frágiles, y que nadie se salva solo de este virus. El Papa nos ha animado a salir de esta situación tan compleja mirando a los demás con un espíritu de gran solidaridad. Su ejemplo nos ha estimulado a pensar en la necesidad de crear en el mundo una especie de nueva alianza que nos una y nos haga más fuertes contra las amenazas, porque individualmente todos somos igual de impotentes.
— ¿Cómo le ve la opinión pública tras estos ocho años de pontificado?
— Bastantes personas quieren muchísimo al Papa y están convencidas de que ha llevado a cabo una revolución. No hablo de la famosa y esperada reforma de la curia, sino del intento que lidera constantemente de promover un cambio de mentalidad, especialmente dentro de la curia, para que los hombres de la Iglesia entiendan que no son privilegiados y que no deben buscar el poder, sino que su esencia es el servicio, porque deben ser pastores que huelan a oveja. Él busca la revolución en los corazones, la conversión, porque todas las reformas comienzan en el corazón de cada uno.
“Francisco ha puesto en ‘prime time’ a la oveja perdida. Es un buen pastor que se vuelca con las personas que buscan su camino, sin preguntar cuántas veces han tropezado”
Pienso que lo que más valora la opinión pública de estos ochos años es la consolidación de una Iglesia en salida, que se dirige a las periferias, que abre sus brazos a todos, también a quienes se consideraban lejanas al catolicismo antes de Francisco y no recibían el eco de la palabra, la acción y el cariño de la Iglesia.
El Papa Francisco ha puesto en prime time a la oveja perdida, más que a las noventa y nueve que ya están aquí. Busca más a los imperfectos y a quienes están en camino antes que a quienes se han detenido muy seguros de sus certezas, e incluso se creen depositarios exclusivos de la verdad. Él es un buen pastor que se deleita en la escucha y se vuelca con las personas que quieren descubrir su itinerario vital, sin preguntar cuántas veces han tropezado por el camino. El Santo Padre ha abierto un diálogo inédito entre la humanidad que ya ha rescatado muchas esperanzas, incluso entre cristianos y musulmanes.
— Usted llegó a Roma con 19 años, en 1974. Ha vivido tres pontificados íntegros (Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI), y dos colas (Pablo VI, y lo que va de Francisco). ¿Cómo resume su trabajo de estos años?
— Necesitaría un libro para contestar, porque llevo 47 años como vaticanista… Me ha tocado cubrir el final del pontificado de Pablo VI, los 33 días de Juan Pablo I, los veintiséis años y medio de Juan Pablo II, el papado de Benedicto XVI, y estos ocho años de Francisco. Han sido casi cinco décadas importantísimas para la vida de la Iglesia en las que he visto con claridad lo que ha aportado cada Papa.
Seguir a Juan Pablo II fue una experiencia única e irrepetible. Los periodistas sabíamos que andábamos tras los pasos de un gran líder que estaba construyendo la historia. Fuimos testigos de eso, y de vivencias extraordinarias, como el via crucis de su enfermedad con la que hizo del sufrimiento uno de los ejes de su pontificado. Los siete años de Benedicto XVI fueron complicados, entre otras cosas porque era muy difícil para nosotros olvidarnos de Juan Pablo II. Además, fueron los años en que afloraron los escándalos de pederastia, pero con su renuncia nos hizo entender su grandeza humana y su visión de gobernante… ¡El timón es más importante que el capitán! ¡La barca está por encima de las apetencias! Los años de Francisco están siendo un nuevo viento de primavera.
He vivido pontificados extraordinarios, y cada uno ha representado para mí una experiencia profesional y humana espectacular. Con cada Papa con los que he convivido como periodista, además de la relación profesional, he intentado establecer una cierta conexión humana, porque esa parte es muy importante. El Papa Francisco propicia ese trato y en cada viaje, tanto a la ida como a la vuelta, pasa a saludarnos uno a uno, y siempre tenemos la posibilidad de hablar con él. Está muy pendiente de nosotros y tiene una memoria extraordinaria para acordarse de nuestras cosas. Yo he tratado de alimentar esa relación humana escribiéndole algunas cartas personales por su cumpleaños o por Navidad, y eso tiene su eco profesional, porque es más fácil explicar a nuestras audiencias un Papa que también es un ser humano.
— ¿Hacer información vaticana puede poner en riesgo la fe?
— Algo parecido me preguntó una vez el propio Papa Francisco… Y le respondí que no. Poco después, al saludarle en un vuelo, el Papa le dijo a Federico Lombardi, entonces portavoz del Vaticano: “Mira, Valentina dice que lleva cuarenta y cinco años cubriendo el Vaticano y no ha perdido la fe. Yo creo que tenemos que empezar su causa de beatificación…”. Eso sí: cubrir la información sobre el Vaticano durante tanto tiempo tampoco aumenta forzosamente la fe, porque la Iglesia, el Vaticano y la curia están también en manos de hombres, con sus luces y sus sombras. Siendo consciente de eso, tampoco hay por qué desestabilizarse demasiado.
— Juan Pablo II ha sido su debilidad. Fue testigo en su causa de canonización. ¿Nos hemos olvidado de la grandeza de Wojtyla?
-Todavía hay mucha gente que recuerda a Juan Pablo II. Ahora le rezamos como santo, y pedimos su intercesión. Como sociedad, tendemos a olvidar lo que no está en primera plana, pero es que Juan Pablo II no ha sido una persona más de nuestro tiempo. A veces siento que se pierde un poco su legado, pero, al mismo tiempo, percibo que, en los momentos de confusión, mucha gente se aferra a su magisterio y a su pontificado, sobre todo en temas como la vida y la familia, dos cuestiones sobre las que sus palabras y sus documentos guardan una imponente vigencia.
— ¿Sigue vivo san Juan Pablo II en la vida de la Iglesia?
— No sé si Juan Pablo II está presente en la vida de la Iglesia de hoy, pero estoy segura de que está muy vivo en el corazón de muchas personas, sobre todo por el ejemplo impresionante de su fortaleza y su entrega ante el dolor de la última etapa de su vida. Eso no se ha olvidado. En México, los abuelos transmiten a sus nietos su cariño hacia Juan Pablo II, porque es uno más en bastantes familias. En muchas casas mexicanas hay imágenes del Papa polaco y en casi todas se atesora algún recuerdo de las cinco visitas que hizo a nuestro país que pasa de generación en generación. A nivel mundial, prácticamente todos los sacerdotes “jóvenes” de hoy descubrieron la vocación durante su pontificado, muchos de ellos gracias a las jornadas mundiales de la juventud que él inventó. ¿Cómo no va a estar vivo?
— ¿Cómo está Joseph Ratzinger?
— Por lo poco que sabemos, se encuentra bien, teniendo en cuenta que está a punto de cumplir 94 años. Es un hombre muy frágil físicamente que mantiene su lucidez mental, aunque le cuesta hablar. Su voz es muy débil y cuesta entenderle. Está vacunado contra este coronavirus desde enero. Recibe a muy pocas personas y sigue la misa cotidiana sentado. A veces, por las tardes, sale a pasear con andador por los jardines del Vaticano. La muerte de su hermano fue un golpe fuerte para él.
— ¿Qué poso va dejando en la Iglesia el pontificado de Benedicto XVI?
— El pontificado de Benedicto XVI fue objeto de muchos prejuicios, de una mala prensa, de escándalos y de errores. Sin embargo, creo que será recordado por su extraordinaria inteligencia, por las certezas que sabía infundir, y por la modernidad de su decisión de renunciar al papado, abriendo nuevos caminos. Será recordado por su capacidad de pedir perdón repetidamente, porque solo un hombre grande tiene esa humildad.
— En la entrevista que le hizo a Francisco en mayo de 2019 hablaron de que “realmente el diablo le tiene bronca a México”. ¿Cuál es la relación del Papa con su país?
— El Papa Francisco visitó México en febrero de 2016 y estuvo en zonas en las que no habían estado los papas precedentes. Priorizó las fronteras para dejar constancia de su atención a la inmigración. En las dos entrevistas que me ha concedido hablamos de esta idea suya de que “el diablo le tiene bronca a México”. Es su manera de decir que México es un país privilegiado dentro del catolicismo latinoamericano, por la potente presencia de la Virgen de Guadalupe. El Papa considera que México tiene un hueco especial en la Iglesia. Ha creado cardenales mexicanos, muchos de ellos de diócesis históricamente ajenas al purpurado, generalmente obispos muy pegados a la gente de la calle y con un destacado perfil humano. Es otra curiosidad de este pontificado: Francisco crea cardenales a personas reconocidas por su riqueza humana y por su olor a oveja. No los busca en las sedes cardenalicias, sino en la Iglesia universal.
— ¿Cuál es su percepción sobre la curia vaticana?
— Por lo que conozco, la curia vaticana es como cualquier otro órgano de gobierno de cualquier otra institución: hay decenas de personas que trabajan estupendamente, gente discreta que ni siquiera conocemos cuya labor es encomiable y ejercen su tarea con una enorme honestidad y entrega. Seguramente, otros velan más por sus propios intereses que por el bien común de la Iglesia, como sucede en otras estructuras ejecutivas similares. Lo de la curia ladina es una generalización y un mito. Allí hay de todo, pero abundan las personas valiosas que nunca son noticia. En un discurso dirigido a la curia antes de la Navidad de 2014, el Papa enumeró hasta quince enfermedades que podían padecer sus miembros. Probablemente Francisco sea muy duro con quienes pervierten su servicio a la Iglesia desde la curia, pero es que es muy exigente, en general, con los eclesiásticos, porque quiere una Iglesia diferente, despojada de oropeles y privilegios, más consciente de su papel de servidores, para volver al origen.
“La Iglesia contará con el apoyo de los medios en el tema de los abusos solo si decide estar de parte de las víctimas, de las familias afectadas, y de la sociedad civil”
— Usted ha sido, quizás, la mujer que más claro ha hablado en el Vaticano sobre el escándalo de la década. Dijo: “Como periodista, como mujer y madre quisiera decirles que pensamos que tan indignante es el abuso sobre un menor como su encubrimiento. Y ustedes saben mejor que yo que esos abusos han sido encubiertos de forma sistemática, de abajo hasta arriba”.
— Cuando me llamaron para participar en 2019 en aquella cumbre antiabusos organizada por el Vaticano, pensé que era importante aportar mi visión como mujer, como madre y como periodista. Partí de la idea de que, para una madre, todos los hijos son iguales, pero cuidamos más a los más frágiles. En los casos de abusos, los más frágiles son las víctimas, por eso pregunté si para la Iglesia había hijos de primera y segunda división, porque en estos últimos decenios hemos visto que se ofrecía más atención a los abusadores… La Iglesia contará con el apoyo de los medios de comunicación en esta materia solo si decide estar de parte de las víctimas, de las familias afectadas, y de la perpleja sociedad civil.
— ¿Ve avances contra los abusos a la velocidad que exige nuestra sociedad?
— Se han dado pasos hacia adelante con una serie de normas y acciones, como abolir el secreto pontificio, la obligación de denunciar a los abusadores y a los encubridores, y el abordaje transparente de esos casos. Es evidente que existe la voluntad de progresar con justicia, pero todavía hay muchas resistencias por parte de muchas Iglesias a la hora de ser proactivas en la erradicación de este mal. Hay Iglesias locales donde todavía no escuchan a las víctimas. Así es muy difícil ser conscientes de la dimensión del escándalo del que estamos hablando. Algunos perdonan con impunidad un delito pensando solo que es un pecado.
— ¿Cómo se corrige en la opinión pública una cierta visión generalizadora que ve pederastia casi detrás de cada alzacuellos?
— Esa percepción es una injusticia. Y también son injustos quienes solo hablan de la Iglesia en clave de abusos. Es obvio que un escándalo así es más grave cuando lo protagonizan hombres de la Iglesia, pero todos somos conscientes de que ese tipo de agresiones se dan en las familias, en las escuelas, en los clubes deportivos… No pretendo disculpar a la Iglesia. No. Yo creo que debe pagar por sus culpas, como todos, pero pienso también que es la institución que más está haciendo para mirarse dentro de sí misma y buscar soluciones contundentes, a pesar de las dificultades. No veo ese mismo esfuerzo en gobiernos, clubes deportivos, familias y otros ámbitos de la vida civil. Debemos reconocer las dos caras de esta triste moneda.
— Ha escrito unos cuantos libros, el último sobre la violencia contra la mujer. ¿Qué feminismo se respira en el epicentro de la Iglesia católica?
— Aquí se respira un feminismo muy de agua de rosas… El Vaticano sigue siendo un mundo de hombres con una mentalidad preponderantemente masculina. Sí, se avanza y cada vez se ven más mujeres en puestos importantes, pero tengo la sensación de que todavía es una cuestión figurativa. El poder neurálgico sigue estando íntegramente en manos de los hombres. Sobre la violencia contra las mujeres, el mismo Papa Francisco se ha pronunciado con claridad en muchas ocasiones. Más allá de esta solidaridad hacia las mujeres-víctima, en este epicentro de la Iglesia seguimos en un entorno casi exclusivamente masculino. Y, ojo, que en los puestos de responsabilidad hay algunas mujeres, pero se las escucha con suspicacia o paternalismo. ¡La mujer libre asusta! Por cierto: las siguen llamando signorina si están solteras, mientras ellos son signore tengan la condición civil que tengan. Son pequeñeces… elocuentes.
“Espero que esta pandemia nos haga mirar tanto hacia arriba como hacia los lados. Esta crisis mundial nos invita a la trascendencia y a la solidaridad”
— Tengo entendido que usted se planteó ser misionera…
— Es muy difícil saber cómo habría sido mi vida si hubiese realizado ese sueño de la adolescencia. Recuerdo que en aquel entonces mi padre me dijo que si quería hacer el bien no tenía que irme a África, que podía hacerlo en mi barrio. Probablemente tenía razón. Lo que quizás no sepa es que dudé mucho entre Periodismo y Medicina, porque quería ser psiquiatra… Alguna relación entre las dos carreras debe haber, como nos demostró Joaquín Navarro-Valls.
— En estos 47 años de ejercicio periodístico, ¿percibe ahora menos espiritualidad entre sus telespectadores?
— No es fácil catar esa realidad sobre mis telespectadores desde Roma, pero creo que en estos años la atención de las audiencias hacia los temas religiosos y/o vaticanos ha sido cíclica. Noto que ha crecido la distancia de los telespectadores con respecto a la información que procede del Vaticano, pero porque arrecian cuestiones que les interpelan más de cerca, como la propia pandemia. La sociedad está muy concentrada en las crisis urgentes. No creo que falte interés hacia la Iglesia, pero sí constato que hay prioridades que nos afectan más en el día a día. También hay sorpresas: por ejemplo, la iniciativa del Papa de celebrar la misa todas las mañanas en su capilla privada durante el primer confinamiento fue muy seguida. La gente apreció mucho poder estar telemáticamente cerca de él cuando no se podía ir a la iglesia.
— ¿La Iglesia católica es tratada con justicia en los medios?
— Desafortunadamente, los periodistas solemos convertir a la Iglesia en protagonista informativa cuando hay escándalos. Le damos más importancia a lo negativo que a los documentos constructivos, los trabajos ejemplares y las noticias optimistas. Pero este modo de funcionar de los medios no es exclusivo con la Iglesia católica y se replica al hablar de otras instituciones. La bondad no hace ruido, nos guste o no.
— ¿Cómo espera que salgamos de la pandemia?
— Me gustaría que esta pandemia nos hiciera mirar tanto hacia arriba como hacia los lados, porque estamos todos en el mismo barco. La fragilidad global compartida debe acrecentar la solidaridad entre todos, empezando por quienes están más cerca. Esta crisis mundial nos invita a la trascendencia. El creyente sabe que nuestra pequeñez ante este virus demuestra la grandeza de Dios, en quien merece la pena confiar. Pero nos haría mejores a todos mirar más hacia arriba y también hacia los lados. Ambas perspectivas son importantes y complementarias.
Esta pandemia nos ha obligado a darnos cuenta de que habíamos perdido el norte preocupándonos por cuestiones superficiales y colaterales. Hemos visto que ni la riqueza, ni el poder, ni los privilegios nos vacunan contra este virus. Como dice el Papa Francisco, de esta no vamos a salir iguales: o salimos más encerrados en nosotros mismos, o salimos mejores.
— Acaba de cumplir 66 primaveras. Se le ve muy en forma como para colgar las botas…
— El alma de un periodista no se jubila nunca. La sana curiosidad, el amor por la noticia y la adrenalina que experimentamos ante los sucesos importantes siguen dentro. Lógicamente, bajará la intensidad laboral y el compromiso permanente con las audiencias. Tengo muchas aficiones y muchos sueños para desarrollar en esta nueva etapa, como escribir una novela, pero no me veo lejos del periodismo, que ha sido una pasión profesional desde mi más tierna juventud.
Álvaro Sánchez León
@asanleo