Katie Mitchell deja el nido y se va a la universidad, a la escuela de cine. Su marcha es gozosa y triste: por fin estará entre los de su generación, pero deja a los que quiere con la pena de que no aprecian lo que hace. Especialmente, su adorado padre, que ni siquiera intenta entenderla, y cuando lo intenta, mete la pata. Finalmente decide que toda la familia acompañará a Katie a la universidad en un viaje inolvidable. Sobre todo, porque coincide con el ataque de un superordenador que pretende acabar con la humanidad.
La película maneja dos tramas: la presentación de los Mitchell y sus problemas de comunicación, parecidos a los de cualquier familia cuando los hijos crecen y creen que sus padres no los entienden/aprecian. El retrato de los Mitchell es poliédrico: inicialmente arroja la visión de Katie, negativa hacia su padre, para luego matizarlo con los aportes de la madre, del hermano y sus propios recuerdos. Las adversidades a que se enfrentan juntos los acercan y permiten que el cariño familiar supere los roces y diferencias.
El guion no es sutil, pero funciona y entretiene. La narrativa utiliza los gustos modernos de Zombieland y Spider-Man: Un nuevo universo, en el que un narrador inserta todo tipo de gags visuales en la pantalla para explicarse y divertir.
La familia Mitchell es presentada como familia extraña por ser muy imperfecta, y se compara con sus vecinos, los Posey, familia guay de manual. Al final decidiremos qué modelo preferimos. El resto es un juego –demasiado largo– de acción espectacular bien que exagerada, inspirada en mil tópicos de guerra contra las máquinas y de dominio de software manipulador: desconfiad de algunas malas prácticas de Silicon Valley y de sus semejantes. Nada nuevo, pero siempre eficaz. Imperfecta, pero muy válida.