Fiel a la película de 1967 y a la producción de Broadway original de 2001, el famoso y premiado musical de Mel Brooks, The Producers, ha llegado a Madrid de la mano de Àngel Llàcer y Manu Guix, profesores de Operación Triunfo, después de sus producciones de La jaula de las locas, La tienda de los horrores y Cantando bajo la lluvia. El musical se estrenó en otoño en Barcelona y estará en el Nuevo Teatro Alcalá de la capital durante diez únicas semanas.
Max Bialystock, un veterano productor de Broadway en la ruina debido a su último fracaso, conoce al joven y aburrido contable Leo Bloom, que ingenuamente le comenta que, bajo las circunstancias correctas, el fracaso de una obra puede enriquecer a su productor. Decidido a intentarlo, Bialystock conseguirá convencer a Bloom de unirse a él para producir el mayor desastre de la historia musical y huir luego con el dinero de los inversores.
Manos a la obra, Bialystock y Bloom buscarán la peor obra jamás escrita. El libreto escogido lleva por título Flores a Hitler, una oda al dictador nazi suficientemente provocativa y escandalosa que llena la escena de esvásticas y gestos fascistas. El siguiente reto será convencer al excéntrico director travesti Roger De Bacle y su equipo creativo de gais para que la lleve a escena, siendo el joven Bloom el que da con la tecla para que acepte: “Hazlo gay”. Con el director trabajando en su creación de un Hitler gay, Bialystock y Bloom contarán con la ayuda de Ulla, una simpática y sexy actriz sueca, y con las inversiones de un grupo de ancianas ansiosas de complacer a Bialystock a cambio de sexo.
Algunas risas y un Hitler poco incómodo
El argumento es sencillo y los personajes estereotipados, lo que funciona bien en el registro cómico, pero hace que la obra y sus protagonistas sean bastante superficiales. Quizá mejor así, porque las esvásticas y la figura de Hitler –aunque parodiada– pueden dejar una sensación incómoda en el espectador que los continuos chistes y situaciones ridículas contribuyen a diluir.
El desfile de personajes gais y travestis caricaturizados hasta la burla –en un guion calcado de aquel de Brooks del 67– sorprende y puede resultar molesto y hasta ofensivo para la sensibilidad actual. De igual forma, las ancianas ninfómanas, sus chistes repetitivos y gestos obscenos acaban por tener poca gracia, aunque el musical consigue hacer reír con algunos gags sin traspasar líneas rojas en cuanto a sexo explícito o humor negro.
Armando Pita y Ricky Mata, en los papeles de Bialystock y Bloom respectivamente, hacen un buen dúo protagonista tanto a nivel interpretativo como musical. Mireia Portas, como Ulla, les hace de contrapunto con un personaje divertido y bien interpretado. También destaca el propio Àngel Llàcer, que encarna al histriónico De Bacle. En mi opinión, el resto del elenco no llega a estar a la altura de los protagonistas, aunque contribuyen al conjunto de las carcajadas. Un gran acierto el de involucrar al público durante los primeros minutos del segundo acto, que dejó uno de los momentos más divertidos de la noche con la actuación de algún espontáneo.
La música es pegadiza, y sales del teatro tarareando las canciones, pero no hay ninguna especialmente conmovedora. Una pena, porque el espectáculo cuenta con una orquesta en directo que se luce poco. Del mismo modo, las coreografías de los números musicales son correctas, pero sin llegar a sorprender ni emocionar. La excepción, desmarcándose en tono y estilo del resto, es el baile en pareja de Ulla y Bloom, que es una elegante oda al musical clásico. Por el argumento, el tipo de humor y parte del vestuario –estilo cabaret o stripper–, es un musical para un público adulto.