Una serie de macabros asesinatos que no hacen distinción entre clases sociales ni lugares asolan Inglaterra. Planeados metódicamente, los homicidios acontecen en sitios que van de los más concurridos a los más apartados; son, además, cometidos con armas de todo género, desde pistolas a cuchillos; y en la escena del crimen, una única pista: un número escrito en un cartón.
Este caso caerá como patata caliente en las jóvenes pero atemperadas manos del inspector Dewar, un escocés de carácter adusto y estoico, que comenzará la caza desplegando una concienzuda investigación que se dará de bruces con un fiasco tras otro. Su báculo en el caso será su relajado pero agudo jefe, el superintendente Bone, un perro viejo que se involucrará cada vez más en la historia, creando una relación de camaradería y complicidad con el joven y algo rígido detective.
Juntos tirarán de un hilo que va de las carreteras secundarias de la Inglaterra rural a lejanos países como Sudáfrica y las Indias Orientales, y de los barrios más bajos a los palacios más respetables. Con su aparente progreso crecerá la desesperación, y caerán en más y más telarañas en las cuales enredarse y ofuscarse, submundos de tenebrosa oscuridad y siniestros individuos.
Venganza, amor, personajes llevados por la avaricia, giros argumentales y flema británica: esta es la puesta en escena de una de las novelas negras antológicas de la literatura anglosajona. En ella, los policías encarnan los estándares más clásicos del género de crimen e intriga, con sus sinergias y aprendizajes bidireccionales, sus pullas, sus ternuras y su nunca reconocida admiración mutua.
Con esta novela policiaca, A.G. Macdonell (1895-1941) ocupa un lugar memorable en la literatura de lengua inglesa de principios del siglo XX.