Al joven Manuel (Miguel Herrán) le acaban de meter en la cárcel con una pena excesiva de entre 10 y 20 años por un delito menor. La Modelo de Barcelona del año 1977 no es la mejor escuela para la vida. Pendientes de que se apruebe la Ley de Amnistía en el Parlamento, el ambiente de la prisión vive la rutina de los motines y las respuestas brutales de la policía.
El cineasta sevillano Alberto Rodríguez no acaba de recuperar el toque magistral de sus mejores películas: Grupo 7 (2012), La isla mínima (2014), El hombre de las mil caras (2016). Modelo 77 tiene problemas similares a los de La peste, la serie histórica de dos temporadas del director hispalense. La reconstrucción histórica es impecable en localizaciones, dirección artística y planificación, pero el maniqueísmo de los personajes simplifica tanto el retrato que le impide ser perdurable.
En Modelo 77 hay un discurso que pretende ser idealista y emocionante, un canto a la libertad en los primeros momentos de la caída de la dictadura. Sin embargo, hay una ingenuidad en el planteamiento que lleva a dividir a los protagonistas en dos bloques muy delimitados: los presos juzgados rigurosamente y apaleados, y los policías arbitrarios y justicieros. Esta división hace que la trama sea previsible y redundante, más efectista que emotiva y verosímil.
Las interpretaciones de Javier Gutiérrez y Miguel Herrán son esforzadas, pero sus personajes no tienen el carisma que dan los matices y la verdad de un relato equilibrado. Es fácil recordar, con envidia, el desarrollo de la trama y los personajes de grandes dramas carcelarios del cine español reciente como Celda 211 de Daniel Monzón (2009), o 321 días en Michigan (2014) de Enrique García.