Primer argumento contra la eutanasia en Uruguay: la razón

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Primer argumento contra la eutanasia en Uruguay: la razón

Miguel Pastorino (Foto: Cortesía del entrevistado)

 

Si se pide a alguien que identifique –sin darle señas geográficas– un país pequeño, próspero, con una sociedad fuertemente liberal y poco dada a la práctica religiosa; un país que ha aprobado el uso recreativo de la marihuana y que no le pone mala cara a la eutanasia, la respuesta casi automática será “¡Holanda!” (aunque, en realidad, a todo el Benelux le sirve el sayo).

Pero no es el caso: está bastante más al sur y habla español. Es Uruguay, una nación relativamente joven, donde el catolicismo comenzó a asentarse tardíamente, después de sufrir los embates laicizantes de la Ilustración europea. En un contexto así, cuando toca dar la batalla contra tendencias deshumanizadoras que tratan de implantarse bajo el ropaje de “libertades”, los argumentos no pueden ser religiosos. Hay que salirse de ese molde si se quiere lograr algún impacto, y Miguel Pastorino lo ha podido comprobar.

Nuestro entrevistado, profesor de Filosofía y de Bioética en la Universidad Católica del Uruguay, es fundador de Prudencia Uruguay, una plataforma de profesionales creada en 2020 para meterse de lleno en el debate público sobre la eutanasia y tratar de pararle los pies a esta práctica, que ya está sobre el papel, pero aún sin fuerza legal –los diputados la aprobaron en 2022, y está a la espera de su consideración en el Senado–, en buena medida gracias a que Pastorino y otros miembros de Prudencia Uruguay han ido presentando argumentos de sentido común dondequiera que se les convoca.

Según le he escuchado en otros momentos, no es fácil impulsar mensajes a favor de la vida en Uruguay desde el ámbito católico, pues encuentran poco eco.

— El proceso secularizador uruguayo siguió el modelo francés de inspiración jacobina. Se buscó la unificación de la sociedad mediante la anulación de cualquier signo de diversidad, especialmente la religiosa. El catolicismo fue la religión de Estado desde la independencia en 1830 hasta la separación Iglesia-Estado en 1919. Pero la presencia fue mucho más débil que en otros países, debido a su tardía implantación y debilidad institucional. A esto hay que agregar la fuerte presencia de la masonería y la temprana introducción del culto protestante en 1843, por lo cual el catolicismo no alcanzó la hegemonía cultural que puede verse en otros países de América Latina. Pero también, al ser una Iglesia que nunca estuvo muy casada con el poder político, siempre disfrutó de gran libertad.  Los uruguayos católicos somos minoría, pero tenemos gran libertad frente a lo político.

Nuestra laicidad es fundamentalmente positiva, porque somos una sociedad muy horizontal, muy igualitaria, donde no hay jerarquías, donde la gente llama al presidente de la República o al obispo como a un igual, sin pompa. Eso es bueno tanto para la fe católica como para la vivencia de una cultura democrática muy fuerte, con instituciones muy estables. Hay mucha confianza en las instituciones públicas, cosa que no sucede en el resto de Latinoamérica. Aunque el lado negativo ha sido un fuerte prejuicio anticatólico que todavía persiste.

 

 

No existe el “deber de matar” a nadie

Se vive entonces de espaldas a lo religioso …

— No ha habido una formación cultural en lo religioso porque la educación, más que laica, es laicista y lo ha desterrado. Se ha confundido no imponer una religión con que no se hable de religión, y se ha generado una ignorancia absoluta en la materia. Uno puede encontrar en España ateos o agnósticos que saben mucho sobre el cristianismo, el judaísmo o sobre el islam. En Uruguay no.

Ello no significa, sin embargo, que los uruguayos no tengan vida espiritual o religiosa. Hay un 38% de católicos, pero los practicantes somos un 5%. Los evangélicos llegan a un 10%, y hay un 20% de ateos y agnósticos. ¿Qué pasa con los restantes? Que dicen creer en Dios, pero a su manera. Creen en un “dios-energía”, un “dios-universo”, algo un poco New Age. Es el país latinoamericano con el mayor porcentaje de “creyentes en algo”, sin religión. Son el 24% de los uruguayos, y es la tendencia creciente.

Los extremos del arco ideológico hoy tienen en común el relativismo, el pragmatismo, la búsqueda de la utilidad de las cosas y de las personas

¿Puede suponerse que esa falta del referente moral católico es lo que hace al país terreno fértil para que prendan prácticas como la eutanasia?

– En Uruguay siempre hubo una tradición humanista muy fuerte, incluso en el derecho iusnaturalista, de respeto a los derechos humanos, al derecho natural, y diría que bastante conservadora en lo moral.

El tema es que, en los últimos años, la política uruguaya ha pegado un vuelco relativista y cada vez más utilitarista, como en el resto de Occidente. Los extremistas de derecha e izquierda son hoy igualmente narcisistas e individualistas. Entienden la libertad como un valor absoluto: cada uno tiene que tener derecho a hacer lo que entienda, sin importar cuánto puede afectar al bien común, al bien social, incluso a sí mismo. Eso está trayendo grandes injusticias, que en Uruguay impactan de determinada manera, así como en otros países de América Latina y Europa. Aunque ambos extremos están batallando ideológicamente en ciertos temas, parece unirlos algo propio de la crisis de la cultura occidental: el relativismo, el pragmatismo, el hiperindividualismo, la búsqueda de la utilidad de las cosas y de las personas.

Es así que estamos retrocediendo en la valoración de la vida humana. Fíjate en lo que costó, después del horror del nazismo, llegar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y aceptar que todas las personas tienen la misma dignidad, como para que ahora estemos de vuelta diciendo que hay vidas que valen menos, simplemente porque yo decido que esa vida no es digna de ser vivida; que hay seres humanos que pueden ser descartados, ya sea porque no se les considera humanos mientras no nacen –lo cual es absurdo–, o porque están en una situación donde se homologa dignidad humana a calidad de vida. Si tienes una calidad de vida mediocre, ya tu dignidad parece que disminuye, con lo cual empezamos a categorizar las vidas humanas por su valor social y se acepta que si alguien dice que su vida es una basura, los demás debemos acabar con él si lo solicita.

Esto es muy peligroso, y ya se habla de ello con naturalidad. Te dicen: “Si yo considero que mi vida no vale nada, entonces…”. Bueno, pues que tú lo consideres no puede darle a otro el derecho de usarte ni de matarte. ¿Por qué no podemos vender nuestros órganos? Porque es un atentado a la dignidad humana. Por la misma razón, aunque alguien quiera que lo maten, no es un deber del Estado matarlo. Pero a eso estamos llegando hoy.

Entre los aliados, muchos no creyentes

¿Cómo se puede hacer frente, en el contexto uruguayo, a la normalización de la eutanasia y de otros fenómenos no precisamente de corte humanista?

— Hay varias cuestiones. Respecto a los temas de bioética, una de las cosas que hemos visto es que hay que hacer entender que estas no son cuestiones religiosas, como tampoco de izquierda o de derecha: son cuestiones fundamentales de derechos humanos. Hay que explicar qué entendemos por vida humana, por dignidad, por ser humano. En nuestra agrupación de profesionales dedicados a estos temas hay ateos y agnósticos que defienden los mismos valores. ¿Cuáles? Que la vida humana no es descartable. Que nadie quiere que la gente sufra, y que hay que hacer de todo para aliviarla. Que no tenemos por qué alargarle la vida a la persona si no quiere, y en Uruguay hay una ley muy progresista de voluntad anticipada, por la cual, si uno no quiere que le alarguen la vida, muere en paz.

No ejerce propiamente su libertad quien, estando bajo un sufrimiento insoportable, “elige” morir

Pero otra cosa es aceptar que se pueda matar, pues estaríamos legitimando el suicidio asistido. Por eso hay muchos ateos que están en contra, porque entienden que no es una cuestión religiosa, sino que va contra la dignidad humana.

En Prudencia nos ha ayudado el hecho de que no somos activistas, sino personas de diferentes creencias, de diferentes partidos políticos, a las que nos interesa, como profesionales, como especialistas, que la población entienda de qué se trata realmente la eutanasia. Eso nos ha puesto en un lugar del debate donde no nos pegan, porque no vamos contra nadie, sino contra ideas que nos parecen peligrosas, y queremos mostrar cuáles serían las consecuencias –que ya se ven otros países– de lo que implica que la persona no tenga cuidados paliativos y que, en lugar de aliviarla, creamos que es “libre” porque eligió morir. ¡Libre hubiera sido si primero la hubieran aliviado!

De acuerdo: todos queremos eliminar el sufrimiento, pero…

¿Cuál sería entonces el impacto palpable de la labor de Prudencia?

— Estamos muy contentos porque, aunque hay posibilidades de que salga adelante la ley de eutanasia, hemos logrado retrasarla dos años, gracias a una discusión más sólida en la que muchos diputados y senadores cambiaron de opinión al entender mejor la cuestión. Creo que es porque logramos un debate público informado; rompimos mitos, prejuicios, e hicimos ver que estos proyectos dan pocas garantías a los pacientes y van contra derechos fundamentales.

En la opinión pública mucha gente todavía no entiende mucho de qué va el tema, y si les preguntas a quemarropa, te dicen que prefieren la eutanasia, porque si haces una pregunta tonta del estilo “¿qué elegís, sufrir o morir?”, te dicen: “Yo no quiero sufrir”. ¡Pues yo tampoco!

Una de las cosas que más hemos trabajado para romper un poco la polarización, es que cada vez que me invitan a dar una conferencia, digo: “Quienes abogan por la eutanasia no quieren matar gente”, lo que alivia a los que están a favor; y después digo: “Los que estamos en contra no queremos que la gente se quede colgada sufriendo. No: todos queremos eliminar el sufrimiento. Nosotros entendemos que la salida no es la muerte, sino el alivio. La mejor propuesta, la más humana, es cuidar y aliviar, no eliminar. Sobre todo, cuando lo que quiere la persona es dejar de sufrir”.

Hemos logrado así que el asunto se problematice; que se vea su complejidad y no se simplifique en un “a favor o en contra”. Es importante que nuestros aportes se comprendan y que hayan sido utilizados en el Parlamento en los debates. Sobre todo, se ha logrado que los políticos entiendan que, antes de aprobar una ley de eutanasia, hay que tener cuidados paliativos asegurados para todos los uruguayos.

Algunos me dicen: “Entonces tú aceptarías la eutanasia en caso de que hubiera paliativos”. ¡Yo no!, porque considero que no hay vidas descartables. Pero entiendo que en una sociedad democrática tenemos que ir peleando por el mal menor. Y lo primero es asegurar cuidados paliativos de calidad para todos.

Eso lo han entendido. Incluso los defensores de la eutanasia comprendieron que había que priorizar los paliativos, y ha sido una gran conquista, porque han asumido que estamos hablando en serio de un tema de justicia social. Si no, al que es más pobre y no tiene otros cuidados, no hay otra cosa que decirle que no sea: “Lo mejor es acabar contigo”. Es así que, en la actualidad, la ley de cuidados paliativos está primera en carpeta en el Senado, antes de que se llegue a tratar la de la eutanasia.  Más allá de cómo continúe la cuestión, estamos muy agradecidos por lo que hemos logrado.

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