Fotos: Santi G. Barros
Narciso Michavila (Madrid, 1965) es el presidente-fundador de GAD3, una consultora española de investigación y comunicación “con amplia experiencia en la realización de investigaciones sociológicas y en el asesoramiento estratégico para la implementación de políticas empresariales y públicas”.
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, con formación en Estadística. Artillero en excedencia. En medio de la batalla política y social, él y su equipo hacen proyecciones y análisis sobre qué futuro adelanta este presente.
Desde hace años, su empresa cuenta con una amplia visibilidad en los medios de comunicación antes y durante los procesos electorales, porque se ha especializado en previsiones estadísticas sobre resultados con un reconocido nivel de acierto, aunque el pasado 23 de julio sus previsiones no dieran en el blanco.
Call center, encuestas, corrientes, tendencias, intención de voto, datos, rastreo, olfato, aritméticas, gráficos y porcentajes. Aproximaciones, variaciones, aciertos y errores, porque esto ni es la lotería, ni es una escuela de profetas sobrenaturales abonados al pleno al 15.
Entre España y Bogotá. Con un pie en Madrid y otro en Latinoamérica. Su vagón circula entre izquierdas, derechas, centros, ultraizquierdas, ultraderechas, populismos, liberales, socialdemocracias decadentes, y toda clase de muebles y tapicerías políticas en buen o en mal estado.
A su alrededor, la variedad de la botica entera de la población española y sus circunstancias: las seguridades del Estado del bienestar, la incertidumbre, la inquietud ante el futuro, el pasotismo, los problemas reales, las percepciones, el optimismo, el catastrofismo, la verdad, la posverdad, el clima social, los barómetros prefabricados, las encuestas oficiales maquilladas, el letargo de la sociedad civil, los agobios de cada casa, los jóvenes sin techo, los cínicos de siempre, las esperanzas de cada ciudadano y las ilusiones de cada país.
Su despacho mira de reojo a la Puerta de Alcalá. Ventanas transparentes. Justo en su primer día de la vuelta al cole, reválida, repesca, rebobinado nacional y retrato social. Así huelen sus respuestas sin cocina:
— Una empresa de consultoría, investigación y comunicación experta en encuestas tiene muchos datos interrelacionados en su disco duro. ¿Qué dice la radiografía social de España en este arranque del curso?
— Socialmente, España acaba de autoanalizarse a través de las urnas el pasado 23 de julio. En general, cunde el estado de sorpresa, porque en mayo hubo unos resultados electorales autonómicos y municipales que auguraban una previsión en las generales de julio que no se han cumplido. Una parte del electorado está en shock, y otra, especialmente contenta ante esta realidad inesperada.
En todas las democracias se viven momentos de cambios claros relacionados con la digitalización y el peso de las redes sociales. Eso impacta en la sociedad y en su voto. Pero eso no quiere decir que no se pueda conocer la realidad social. Los resultados de las últimas elecciones en España han sido inesperados, pero no porque se haya equivocado el elector, sino porque hemos errado en la previsión, al menos desde GAD3. En cualquier caso, nadie puede poner en duda los resultados, como se ha hecho en otras democracias.
— ¿Los resultados del 23J explican la España contemporánea?
— Para entender políticamente España no basta con centrarlo todo en el eje izquierda-derecha. Es clave contar también con la influencia del eje territorial, que lideran los partidos nacionalistas en Cataluña y País Vasco.
A eso debemos sumar también el aumento del peso de los localismos, que surgen como efecto contrario a la globalización. Se ve no solo en Cataluña y País Vasco, sino también en Galicia, en Andalucía o en Madrid. Se trata de un sentimiento de pertenencia particular que nos diferencia de las masas. Se observa un fenómeno similar en el consumo de medios: en un planeta más accesible y más global, cada vez estamos más pendientes de las noticias locales. Ante ese efecto sociológico de homogeneidad universal –vemos las mismas películas, leemos los mismos libros, vestimos las mismas prendas, hablamos el mismo idioma, conversamos sobre los mismos hashtags…– se produce otro inversamente proporcional de apego a lo local.
Para interpretar bien el voto en España, es importante tener en cuenta también la edad y el cambio de roles políticos de hombres y mujeres. En eso nos estamos americanizando. En las últimas elecciones, los hombres –sobre todo los menores de 40 años– han votado mayoritariamente a la derecha, mientras que las mujeres han preferido optar por la izquierda.
— ¿Eso quiere decir que hemos dejado de ser tradicionales con un voto casi heredado de casa?
— Las generaciones más mayores siguen siendo conservadoras, en ese sentido. El PSOE, el PP o el PNV saben que cuentan todavía con mucho fondo de armario. Son muy conscientes de que tienen a su disposición una reserva estratégica de votos capaces de perdonarles todo, lo cual les ofrecía un suelo suficientemente estable. Pero las nuevas generaciones, más bien ajenas a la televisión, tienden a cambiar su voto con más facilidad.
— ¿Por qué los partidos con vocación de centro han ido muriendo, a pesar de que contaban con amplio respaldo electoral?
— El voto moderado es mayoritario en todas las sociedades. Cuanto más sofisticados son los problemas, más se aspira a las soluciones de consenso. Aunque la dinámica política actual sea otra muy distinta, la conciliación entre posturas es un deseo subrayado en una gran parte de los votantes.
En España, desde O’Donnell, los partidos de centro han tenido un amplio eco momentáneo, pero después han muerto. En la democracia española hemos visto desfilar a UCD, CDS, UPyD y Ciudadanos. Los cuatro partidos crecieron rápido, porque tenían su público electoral, que repelen los extremos, pero los cuatro se han hundido aceleradamente por varios motivos: todavía no hay tradición de voto de centro de padres a hijos, porque es una apuesta electoral menos ideológica, y porque les ha pasado lo mismo que a todos los partidos nuevos que carecen de una estructura solvente.
— Según los datos del 23-J, en España los extremos también están decayendo.
— Por un lado, vemos que Podemos se reconfigura en un espacio que ahora se llama Sumar, y que siempre seguirá existiendo, aunque sea minoritario, porque, a día de hoy, es previsible que siempre haya un partido a la izquierda del socialismo. Además, hace de enlace con los partidos nacionalistas catalanes y vascos. Podrá subir o bajar, pero están claros el techo y el suelo de esta opción política.
La novedad política más reciente en España fue el nacimiento de Vox, que se intenta comparar con otros partidos de ultraderecha, aunque lo cierto es que no tiene nada que ver. Cada partido europeo a la derecha de los tradicionales conservadores es un mundo, y cada uno surge por motivos diversos.
—¿La ultraizquierda y la ultraderecha existen en España, o son etiquetas exageradas usadas por los moderadores de la opinión pública?
— La izquierda y la derecha son términos relativos, como norte y sur. Estas etiquetas no las emplea habitualmente el ciudadano, sino el político, que vive de dividirnos en tribus. La polarización consiste, precisamente, en tensar esa diferencia para establecer un permanente “nosotros, contra ellos”.
Dicho esto, cualquier partido más allá de la izquierda es ultraizquierda y cualquier partido más allá de la derecha, es ultraderecha. Desde luego, si admitimos que existe la ultraderecha, también hay que admitir la realidad de la ultraizquierda, y al revés.
“El político vive de dividirnos en tribus mediante una polarización artificial”
— La política influye, pero está de fondo, porque lo más real es la calle. En esa calle española, ¿somos mayoritariamente progresistas, conservadores, liberales, de centro, escépticos políticos…?
— La polarización es un problema creciente que se palpa en todo el mundo y que se nota, también, en la sociedad española. Uno de los libros recientes que aborda esta cuestión es el superventas Por qué estamos polarizados, de Ezra Klein. El texto explica cómo en los años 60, en plena efervescencia televisiva, los politólogos se quejaban de que los dos partidos americanos principales apenas se diferenciaban en sus ofertas. Unos cuantos años después, estamos en el epicentro de la antítesis: vivimos en medio de una polarización artificial, a pesar de que, históricamente, la higiene de la convivencia en los países de Europa nunca ha sido tan buena.
— ¿La polarización es voluntad política?
— Es evidente que la polarización se fabrica desde la política, que busca que no haya entendimientos. En España, los dos partidos grandes han roto la comunicación y la capacidad de llegar a acuerdos, como pone de manifiesto el retraso en la renovación del Tribunal Constitucional. Los partidos jalean intencionadamente la ruptura del consenso y la aniquilación del contrario. La estrategia principal de los partidos contemporáneos es diabolizar al enemigo político para que el votante no pueda percibir, en ningún momento, nada mínimamente positivo en el adversario. No es un proceso nuevo, pero sí es incipiente en las democracias de nuestro tiempo.
Esa actitud es un superconductor de polarización desde los cuarteles políticos hacia la calle. En las democracias actuales se acentúan voluntariamente los bandos y se impone el pensamiento en bloque. La discrepancia interna cada vez se considera más hostil, cuando lo normal es que un ciudadano comparta ideas diversas de partidos distintos, según la cuestión.
“El problema de muchas españolas de menos de 40 años no es ser mujer, sino ser joven”
— ¿En su cabeza existen un español y una española media?
— No. Pero tampoco somos tan diferentes, y por eso es posible el acuerdo.
— En el último barómetro del CIS, cuatro de los diez principales problemas para los españoles tienen que ver con nuestros políticos. Ante este panorama, ¿qué clima social percibe? ¿Aumenta el hartazgo contra los políticos? ¿Hay mimbres de indignación generalizada como la que se reflejó el 15-M?
— No. El ciclo del 15-M, Podemos, Ciudadanos y el procés ya se ha cerrado. Los problemas de ahora son diferentes, y bastante similares a los del resto del planeta.
— ¿Por ejemplo?
— Los efectos de la globalización, de la digitalización… En España crece un problema acuciante, que es la desigualdad generacional. Aunque aquí se insista sobre todo en la brecha de género, que no se ha cerrado, la brecha de edad es muy potente. El problema de muchas españolas de menos de 40 años no es ser mujer, sino ser joven.
— ¿Los jóvenes de hoy viven peor?
— Nuestros jóvenes viven mejor que sus padres en prácticamente todos los aspectos materiales de la vida, menos en el acceso a la vivienda. Eso complica enormemente la consolidación de su proyecto personal: su familia, su estabilidad vital… Hablamos de una limitación muy fuerte que repercute directamente en la dificultad para tener hijos en uno de los países con los índices más bajos de natalidad. Estos son los problemas reales del presente y del futuro de España.
Esa cuestión sintoniza bien con la tesis de Generación Idiota, de Agustín Laje, que es muy killer, pero muy interesante. Él defiende que vivimos en una sociedad adolescente, y yo lo comparto totalmente. Hay personas de una cierta edad que no tienen apenas responsabilidades vitales –no pagan una hipoteca, no crían hijos…– que es muy difícil que tomen decisiones maduras.
— Cuando un político habla de su trabajo en clave de servicio público, ¿qué piensa usted?
— Que algo de vocación de servicio público tiene. Mi experiencia es que hay personas con una marcada responsabilidad social en todos los partidos.
— ¿Cuánto nos preocupan a los españoles los siguientes temas? Primero, la política.
— La sociedad española está realmente interesada en la política, pero no en su dimensión internacional.
— La cultura.
— La cultura nos preocupa poco, respecto a otras sociedades cercanas.
“Los sociólogos somos más optimistas que los periodistas, que no deben olvidar que la realidad siempre es más positiva de lo que reflejan”
— El desempleo.
— El paro es el problema principal de España, y eso está muy interiorizado por parte de toda la población.
— La situación económica. Según el CIS de julio, el 65% de los españoles cree que su situación económica es buena, aunque cerca del 40% consideran que la situación económica general del país es mala. De hecho, para los encuestados, la crisis económica es el principal problema que existe en España…
— Normalmente, todos vemos mejor la gestión económica particular que la general. Todo depende de las personas intermedias a quienes podamos echar la culpa… Esa pregunta es un reflejo claro de que los sociólogos somos más optimistas que los periodistas, que suelen centrarse en lo diferente, en lo extraordinario y en los comportamientos anómalos. Los sociólogos tenemos en cuenta las peculiaridades, pero para sacarlas de la media, porque son una minoría. El delincuente sale en las portadas, pero no en las encuestas.
— ¿El futuro del periodismo pasa por hacernos más sociólogos y menos amarillos?
— El periodista siempre enfocará lo raro, también porque es lo que demandan las audiencias, que no quieren oír hablar siempre de lo mismo. Sí creo que es importante que el periodista no olvide que la realidad siempre es más positiva de lo que refleja.
— Seguimos con los temas que más nos preocupan. Nuestra familia.
— La familia es el gran valor fundamental individual y social. Quienes pensaban que el progreso debía eludir a la familia y lo remarcaban así en sus programas electorales, ya han dado marcha atrás.
— La religión.
— En España, emplear la palabra “religión” tiene unas connotaciones negativas, también porque se asocia mucho a la confrontación entre izquierda y derecha. Esto no pasa en otros países. Paradójicamente, este país tiene unas hondas raíces católicas, para lo bueno y para lo malo. La mayoría de los valores positivos de nuestra cultura han brotado nuestro origen judeocristiano, como destaca bien El lado correcto de la historia: Cómo la razón y la determinación moral hicieron grande a Occidente, de Ben Shapiro. La solidaridad o el respeto a la verdad no han calado igual aquí que en otras sociedades. Negar esas raíces impide el progreso humano y social.
— La justicia.
Por desgracia, al español no le interesa el mundo judicial. Sabemos que todas las sociedades avanzan cuando se consagra la independencia de poderes. Cuando la justicia no funciona, no hay ni seguridad jurídica, ni seguridad ciudadana, y se desata el caos.
— El cambio climático.
— En teoría, nos preocupa mucho, aunque en la práctica, parece que es un tema que miramos desde lejos. España es uno de los países a los que más va a afectar el cambio climático y, a la vez somos de las sociedades menos concienciadas para combatirlo. En los jóvenes se nota que el cambio climático es una preocupación, pero no una ocupación, y es una cuestión que requiere una solución de compromiso, sabiendo que sólo lo podremos afrontar con más avances tecnológicos y más concienciación práctica para que la sociedad colabore. Sobre este particular, también vemos mucha ignorancia y mucha desinformación provocada por los lobbies.
— El machismo.
— El machismo es una derivada del egoísmo humano. Ser machista es una de las formas más estúpidas de ser tonto. Pero el machismo no se combate posicionándose contra todos los hombres, sino intentando ganar a los hombres a la causa de la igualdad y de la justicia.
— ¿Ve síntomas de un creciente malestar social en el país?
— Para eso la gente tendría que estar pasando hambre, y no es el caso. Con visión universal, se ve claramente que la mayoría de los españoles tenemos problemas de ricos.
— ¿Percibe una crisis de liderazgo político y social?
— El liderazgo político y social está en crisis constante.
— ¿Es fácil manipular a una sociedad aparentemente más crítica y aparentemente, también, más masa que nunca?
— No es tan fácil. La imagen que nos hacemos de la sociedad parte de lo que reflejan los medios, que ponen el acento en lo extraordinario –para bien o para mal– de la sociedad. El ciudadano es muchísimo más inteligente y tiene más sentido común de lo que se creen las élites periodísticas y políticas. No cambian de opinión tan fácilmente. Los medios sí influyen mucho en la agenda de temas de conversación, como se observa claramente en que este verano hayamos estado hablando todo el tiempo de tres personas, y no de otros problemas.
— En el fenómeno de la cancelación en masa parece que los medios y las redes influyen cada vez más.
— Ni la censura ni la dictadura de la cancelación son hoy más abruptas que en otras épocas, pero sí nos creemos más prepotentes y más engreídos que en otros momentos de nuestra historia. La mayor de las tiranías contemporáneas es esa tendencia a exigir posicionamientos sobre cuestiones de actualidad a terceras personas que no quieren opinar o no saben qué opinar, hasta el punto de generar una presunta obligación moral.
— ¿Cuánto influyen de verdad en España las siguientes instituciones? Primera, la monarquía.
— Es fundamental en un país tan polarizado contar con una institución que esté por encima de la batalla dialéctica política ordinaria, cuyo papel se base en unas normas claras y respetadas de funcionamiento que no cambien según las circunstancias.
— Las Fuerzas Armadas.
— Vivimos en un contexto en el que se espera de las Fuerzas Armadas el rol para el que existen: la defensa militar de la sociedad. Ni más, ni menos.
— Las élites intelectuales.
— Desgraciadamente, poco. Leemos menos y consumimos más pantallas. Los debates de ideas son más fast food que conversación intelectual nutritiva. Las élites intelectuales han sido destronadas por los influencers.
— Los sindicatos.
— Cada vez menos… Hay algo peor que una sociedad con malos sindicatos: una sociedad sin sindicatos. Y lo digo como empresario.
— La Iglesia.
— España es un país que aprecia y valora lo positivo de la influencia de la Iglesia, pero que mira con cierto recelo a la jerarquía y a los sacerdotes. La Iglesia católica universal está en un momento de cambio. Si queremos entender cómo será dentro de 50 años, no podemos poner el foco en el comportamiento de las personas más mayores, que vienen de una sociedad muy distinta. Las nuevas generaciones de católicos no tienen casi nada que ver con ese contexto. Están surgiendo movimientos, sensibilidades, acciones y preocupaciones muy específicos de este tiempo. Hoy, los jóvenes giran en torno a los móviles, pero, a la vez, han vuelto a la adoración eucarística, lo cual es asombroso. El retorno a lo espiritual define también a las chicas y chicos de este momento.
— GAD 3 ha estado sondeando el estado de opinión en la pasada Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa. ¿España es más católica de lo que creen nuestros gobernantes?
— No me cabe ninguna duda, porque nuestros gobernantes no son capaces de acoger el pluralismo en lo que se refiere a la práctica religiosa de los ciudadanos. España es un país con una cultura católica cuyos valores cristianos son esenciales. De todas formas, por suerte, la religión en España ya no es un tema de debate político. Nadie espera que se haga política desde el púlpito, ni al revés.
— Las universidades.
— Las universidades se han ideologizado tanto que han perdido su esencia, su prestigio y su capacidad de influencia. Ante el progreso tecnológico, la Inteligencia Artificial o la necesidad de innovación docente, o el mundo académico se actualiza, o se convertirá en un modelo de enseñanza obsoleto.
— ¿Cómo está el clima social general en Latinoamérica?
— De los países latinoamericanos no me preocupan tanto los resultados electorales, porque allí van y vuelven, sino la influencia creciente del narcotráfico. En Guatemala, Perú, Ecuador o Colombia, que no son Estados suficientemente consolidados, el poder de los carteles es muy desestabilizador y genera unas consecuencias sociales pésimas.
— ¿El populismo ha deconstruido las sociedades latinoamericanas?
— Sí, pero no sólo los populismos de ahora, porque el peronismo fue un desastre. Si en determinados sistemas democráticos los objetivos políticos nunca van asociados a la asunción de responsabilidades, el fracaso social es predictivo.
Los mandatos de Evo Morales o Nicolás Maduro han tenido una gran repercusión negativa en las sociedades latinoamericanas. Venezuela es el máximo exponente de esa realidad al convertirse en un país importador y exportador de pobreza. Para aprender de la historia, lo interesante ahora es saber por qué hasta las élites votaron, en su día, a Hugo Chávez, igual que apoyaron a Mussolini, a Hitler o a Lenin. La corrupción genera un cansancio social con consecuencias políticas increíbles.
“El populismo en Latinoamérica no ha tocado techo, como vemos en Argentina”
— ¿Cómo ve Argentina?
— Si en Argentina, sorpresivamente, Javier Milei gana las elecciones del 22 de octubre, habrá que analizar las causas del enfado social que habría llevado a votar mayoritariamente a una opción que saben que no solucionará los problemas. Argentina está ya con unos niveles de inflación y de desafección a la política como la Alemania de los años 30.
— ¿El populismo ha tocado techo en Latinoamérica?
— Por desgracia, no. En Argentina, por ejemplo, se le presupone un recorrido largo… Como vemos ahora en Chile, parece que cuando los populistas se sientan en la mesa de los mayores y están obligados a gobernar, se van haciendo menos populistas, y también van revelando al ciudadano su capacidad de gobierno en lo concreto. Yo estoy muy en contra de los cordones sanitarios. Marginar a Le Pen de las responsabilidades políticas puede terminar dándole la presidencia de Francia.
— El lema de GAD 3 dice: “Quien conoce el presente, anticipa el futuro”. ¿Cómo se adelanta el futuro con un presente tan constantemente cambiante?
— Sin despreciar las hipótesis alternativas. Ese fue el gran error que cometimos en la noche electoral del pasado 23 de julio… Gaston Berger, uno de los fundadores de la prospectiva, decía que “lo importante no es predecir el futuro, sino tomar las decisiones para elegir el mejor futuro. Para eso hace falta mente abierta, imaginación y rigor”.
— ¿El presente es lo que pasa, lo que dicen las redes sociales, o las dos cosas a la vez?
— Todo a la vez. La percepción de la realidad forma parte de la realidad. Aunque hay una tendencia creciente a desconectar de las fuentes de información que se despegan –por voluntad específica o por omisión– de la realidad.
— Después de este verano, ¿qué otoño nos espera en España?
— Espero un otoño que no sea tan caliente…
Álvaro Sánchez León
@asanleo
3 Comentarios
Hay que recordar que los politicos son mas tontos de lo que se piensan, y a veces se creen que lo que dicen los demoscopologos es la única verdad, y se olvidan de hacer campaña elecotral
buena entrevista, aunque estemos saliendo del shock…
magnífica entrevista, buena gente!