En Las aventuras de Huckleberry Finn, al protagonista de la novela le acompaña Jim, el esclavo huido. Ciento cuarenta años más tarde, Percival Everett (Estados Unidos, 1956) reescribe esta historia para contarla desde el punto de vista del esclavo, quien prefiere que le llamen James. Esto podría desanimar a los lectores que no vean en este cambio de perspectiva suficiente motivo para leer la novela. Sin embargo, aunque las tramas de ambos libros coinciden en las primeras páginas, James se aparta enseguida de su predecesora.
Percival Everett es un autor estadounidense cuya popularidad y prestigio no han hecho más que crecer durante los últimos diez o quince años. Es autor de No soy Sidney Poitier, Cuánto azul, Dr. No o Los árboles, y ha recibido premios como el Pulitzer y el National Book Award. De él suelen destacarse su humor inteligente y su capacidad para la ironía y la sátira.
James, que ha aprendido a leer y escribir colándose en la biblioteca del juez Thatcher, es el narrador de su propia historia. Y este es el cambio esencial con respecto a la obra de Twain: el esclavo tiene la palabra. A lo largo de la novela, James luchará por la conquista de la propia voz, e intentará por todos los medios escribir su vida. El autor explora las relaciones entre lenguaje e identidad, y este tal vez sea uno de los aspectos más interesantes del libro. En sus primeras páginas, el lector descubre que el habla torpe e incorrecta de los esclavos no es más que un subterfugio en su relación con los blancos, y que cuando están a solas se expresan con inteligencia y corrección.
A este respecto, hay algunas inconsistencias. James maneja finos conceptos filosóficos y es capaz de inquirir la complejidad de la naturaleza humana, pero asegura sin matices: “Después de la crueldad, el rasgo más notable de los blancos es la credulidad”. A lo largo de la novela encontramos otras inverosimilitudes. Naturalmente, también existen en la obra de Twain, pero están justificadas por el tono, radicalmente distinto del de James. Por otro lado, los diálogos, que ocupan buena parte de la obra, no terminan de resultar convincentes. Permanece cierta impostura, quizá debida a la tensión entre el tono a veces humorístico y las situaciones terribles a las que James se enfrenta, como duros castigos o violaciones. Por último, el ritmo es muy desigual: hacia la mitad de la narración acelera y el final resulta atropellado. James, a pesar de las críticas extraordinariamente elogiosas que ha recibido, está lejos de ser una obra maestra. Se trata, eso sí, de un buen libro, inteligente, interesante y humano.