Las zonas de educación prioritaria (ZEP) se crearon en Francia en 1982, tras la llegada al poder de la unión de la izquierda. Se deseaba paliar, con medidas de discriminación positiva, los déficits educativos que se advertían en lugares concretos, como las barriadas extremas de las grandes ciudades, que podían convertirse en focos de exclusión social. Al cabo de veinte años, el balance resulta positivo, porque los principales problemas se han contenido, aunque subsisten muchas desigualdades.
Un centro escolar situado en una ZEP recibe asignaciones prioritarias de profesores, de personal médico-sanitario y de recursos para equipamiento, así como ayudas complementarias para actividades artísticas, manuales y deportivas. El equipo de dirección se encarga de definir un proyecto de acción educativa, adaptado a las circunstancias y necesidades de los alumnos.
Desde su creación, el número de ZEP ha pasado de 363 a 784. Afectan aproximadamente a 1,8 millones de alumnos, la sexta parte del total nacional. Algunos critican esta multiplicación de ZEP, porque dispersa los esfuerzos.
Por otra parte, el aumento de centros clasificados manifiesta la dificultad de hacer salir del sistema a establecimientos que no deberían estar ahí. Pero ni ayuntamientos, ni padres, ni profesores desean renunciar al plus de medios de que disponen. Según Yves Rochex, sociólogo de la Universidad París-VIII, «la política de las ZEP ha venido a ser un modo de abordar la educación de los ambientes populares. No era esa su finalidad» (La Croix, 5-III- 2002).
A la vez, no se ha superado el riesgo de la aparición de cuasi-guetos. Los padres mejor informados o con buenas relaciones sortean con diversos trucos la zonificación del mapa escolar, para llevar a sus hijos a centros públicos más prestigiosos situados en otros lugares (cfr. servicio 133/00). Esto contribuye indirectamente a que sea mayor la proporción de alumnos desfavorecidos en las escuelas de las zonas más difíciles.
Otros problemas son la inexperiencia y la relativa inestabilidad del profesorado en las ZEP. La proporción de profesores de menos de 30 años es del 22,5%, frente al 14% fuera de las ZEP. Además, la movilidad del profesorado es mayor. Las tasas de éxito de los alumnos están más de un 10% por de-bajo de los que estudian fuera de las ZEP. El esfuerzo de adaptación de los profesores hace bajar el nivel global de exigencia. Pero quizá lo más importante de todo es que el 60% de los alumnos pertenecen a familias desfavorecidas, frente al 39% de los colegios no ZEP (cf. Le Monde, 6-III-2002).
En fin, las medidas adoptadas no han servido para superar plenamente las dificultades que presentaban los centros escolares situados en las peores barriadas. Han mejorado la situación, evitando la tendencia a la degradación que se veía venir, pero no han dado la vuelta a los problemas. Algunos las ven como esas medicinas que quitan la fiebre, pero no curan la enfermedad. Más vale esto que nada.
Antiguos alumnos brillantes, que estudiaron en colegios clasificados en ZEP, han explicado a La Croix que el éxito se debe sobre todo al ambiente y al apoyo de la propia familia, aunque no necesariamente los padres tengan un buen nivel cultural.