Contrapunto
Para argumentar en favor de la eutanasia, siempre es útil acogerse a un caso límite, como el de la norteamericana Terri Schiavo, en estado vegetativo persistente (EVP) desde 1990, y prácticamente sin posibilidades de recuperar el movimiento y la conciencia. Su corteza cerebral quedó irremisiblemente dañada al perder el flujo sanguíneo durante varios minutos tras un paro cardiaco.
Pero aquí no hay en realidad caso límite, ni la situación es tan excepcional como podría parecer. Según cálculos del especialista Chris Borthwick («Issues in Law and Medicine», 1996; 12[2]: 167-85), en Estados Unidos hay en todo momento al menos 3.500 pacientes en EVP. Por la misma época se estimaba en unas 1.500 las personas con el mismo síndrome en Gran Bretaña (ver Aceprensa 26/96). Los números son inciertos, pues no siempre es fácil determinar si en verdad un paciente está en EVP: Borthwick cita un 18% y un 36% de diagnósticos erróneos en sendos muestreos.
Tampoco es excepcional que Terri haya de ser alimentada e hidratada mediante un tubo, como tantas otras personas en su mismo estado. Ni lo es, por otra parte, que mantenga los ojos abiertos y tenga ciclos de sueño y vigilia, ni que parezca reaccionar cuando se le habla o ante otros estímulos: todo eso es frecuente en casos de EVP. En estos pacientes, tales respuestas no significan que perciban algo o que vayan a despertar: podrían ser solo reflejos automáticos.
Un primer aspecto poco común en el caso de Terri es que haya sobrevivido tanto tiempo. La esperanza de vida en EVP suele estar entre dos y cinco años, según la Multi-Society Task Force on PVS (cfr. «The New England Journal of Medicine», 1994; 330: 1499-1508). Pero, como a veces sucede, Terri parece tener notable resistencia física y, por otro lado, no ha padecido en estos años ninguna enfermedad seria ni deterioro orgánico importante.
Sobre todo, el caso de Terri es excepcional por la notoriedad que ha alcanzado. Miles de personas pasan años en EVP paralizadas e inconscientes, alimentadas mediante un tubo, sin que la opinión pública sepa de ellas. Pero desde 1997 el marido de Terri ha librado una batalla judicial para que se le retire la alimentación y en consecuencia muera, a lo que se han opuesto los padres de ella. Tras repetidos recursos y contrarrecursos, el pasado 18 de marzo le quitaron el tubo por orden judicial. Pero dos días después, el Congreso aprobó en sesión extraordinaria una ley para permitir una nueva revisión del caso. La semana pasada, los padres de Terri se acogieron a ella, y agotaron todos los recursos, sin éxito. Terri murió el 31 de marzo.
Casos célebres
Antes de Terri Schiavo hubo en Estados Unidos otros casos excepcionales por la resonancia que les dio su paso por los tribunales. En 1983, Nancy Cruzan, a la sazón de 25 años, sufrió daños cerebrales irreversibles a consecuencia de un accidente de automóvil, y quedó en EVP. Los médicos le implantaron un tubo para alimentarla e hidratarla adecuadamente, aunque no estaba del todo impedida de deglutir. Pasó el tiempo, y los padres de Nancy, a la vista de que los intentos de recuperación resultaban inútiles, solicitaron una orden judicial para que se dejase de alimentarla, contra el parecer del hospital. El asunto llegó al Tribunal Supremo de la nación, que confirmó la precedente sentencia favorable a los padres. En diciembre de 1990 se retiró la alimentación a Nancy, que murió dos semanas después.
Más aún que Nancy Cruzan, Karen Ann Quinlan fue como un estandarte para el movimiento pro-eutanasia. En 1975, a los 21 años, Karen quedó en EVP a causa de un paro cardiaco, tras ingerir alcohol y Valium en una fiesta. Necesitaba asistencia no solo para alimentarse, sino además para respirar. Su padre solicitó y finalmente obtuvo autorización judicial para suspender la ventilación, cosa que los médicos hicieron de modo gradual en mayo de 1976. Pero ella continuó respirando por sí sola y su padre finalmente no quiso que le retiraran la alimentación, aunque el Tribunal Supremo de Nueva Jersey lo había autorizado igualmente. Karen vivió nueve años más, hasta que en 1985 falleció a consecuencia de una neumonía.
A diferencia del caso Quinlan, en los de Cruzan y Schiavo no se trata de suspender unos medios extraordinarios que prolongan artificialmente la vida. La alimentación, mientras sea posible, no es ensañamiento terapéutico, sino un cuidado básico que nunca se debe omitir. Así lo señalaba Leon Kass, médico, presidente del Consejo Asesor de Bioética de Estados Unidos: «En estos casos, yo preferiría estar al lado del enfermo, dejándole morir si ese es el proceso natural. No iría mucho más allá de suministrarle los medios mínimos para seguir viviendo. Pero nunca le pondría una inyección letal ni realizaría otras acciones que provocaran la muerte del paciente. Entre los métodos indignos, éste me parece el menos digno» (ver Aceprensa 22/98).
Pero ¿es digno vivir en estado vegetativo? El paciente no puede decirlo, y nadie puede ponerse en su lugar. Cuando así se invoca el «derecho a una muerte digna», más que el sufrimiento del enfermo, que se desconoce, influye el de los allegados, real y comprensible por otra parte. «No me hago ilusiones -continúa Kass- de que sea fácil soportar casos como los de Karen Ann Quinlan, Nancy Cruzan o el pequeño Linares [un niño de seis meses que en 1988 quedó en EVP a causa de un accidente; su padre lo mató desconectando el aparato de respiración asistida]. Me doy cuenta de la angustia y de las penalidades que suponen para ellos mismos y para sus familias. Sé también que cuando el corazón no aguanta y los nervios se rompen, se puede llegar a matar por compasión. Pienso que deberíamos estar dispuestos a disculpar -como solemos hacer- al que así obra. Pero disculpar no es justificar. Y mucho menos confundir eso con una actuación digna».
Ante el dolor, merecedor de compasión, de los familiares, la misión de los demás -amigos, personal sanitario, jueces…- es consolar y prestar apoyo. La sociedad tiene medios para sostenerles, hacerles la carga más llevadera y dar al paciente los mejores cuidados disponibles. Lo menos comprensible es que los no allegados hagan campaña en torno a un enfermo.
Rafael Serrano