Cristianos y musulmanes coinciden en su fe monoteísta, pero su teología y su antropología están lejanas. De ahí que el diálogo interreligioso esté lleno de obstáculos, como se ha demostrado en la polémica sobre el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona. Preguntamos a José Morales, profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Navarra, autor de Teología de las religiones, El Islam, Los musulmanes en Europa y Caminos del Islam.
— En su discurso de Ratisbona, Benedicto XVI hacía una contraposición entre dos modos de concebir a Dios: el Dios cristiano, que actúa conforme a la razón y sobre el que el hombre puede interrogarse por medio de la razón, y el de la doctrina musulmana, absolutamente trascendente y ajeno a las categorías humanas. ¿Cómo influye esta distinta concepción en el desarrollo del conocimiento sobre Dios?
— El Dios cristiano es ciertamente un Dios altamente racional, que nunca ha dicho, por ejemplo, que el bien y el mal sean equivalentes. La racionalidad divina, tal como es percibida y elaborada por la teología cristiana, no excluye sino que incluye el misterio inefable de Dios, que resulta incognoscible para el ser humano, incluidos el hombre y la mujer creyentes.
La concepción musulmana de Dios es más rígida y sin muchos matices. Esto ocurre por el excesivo énfasis en la trascendencia divina y en la lejanía inalcanzable de Dios respecto al mundo y al hombre. Si el cristianismo es la cercanía de Dios que se encarna, el islam puede ser considerado como la lejanía divina. Dios mantiene aquí con el hombre una relación puramente extrínseca. Ante Dios sólo cabe someterse.
En el islam importa sobre todo la inexorable voluntad divina, que se expresa en la Ley revelada coránica. Esa Ley reduce a la insignificancia tanto al ser humano como a la misma historia de la humanidad. Es un factor inmóvil que no se desarrolla ni en la mente del hombre ni en el curso histórico.
En el islam preocupa, por tanto, ante todo no la reflexión teológica sobre la Ley coránica, sino la interpretación de los preceptos, para saber lo que el musulmán puede o no puede hacer para ser un buen creyente. Todo esto tiene sin duda su grandeza, pero es muy diferente a la concepción cristiana de la voluntad y de la Ley divinas, que se toman en serio al hombre creado libre, y a la sucesión de los acontecimientos que ocurren en el tiempo. El hombre es aquí una esencia creada y una historia.
— En el islam hay diferentes modos de entender la «yihad» (guerra santa), según las interpretaciones de musulmanes moderados o fundamentalistas. También en los países musulmanes hay más o menos tolerancia religiosa hacia los no musulmanes, pero no una auténtica libertad religiosa según la cual cada persona pueda adoptar y practicar la fe en la que en conciencia cree. ¿Se está dando una evolución hacia una mayor libertad religiosa o están prevaleciendo las corrientes más intolerantes?
— En el islam se distingue entre la gran «Yihad» y la pequeña «Yihad». La mayoría de los autores musulmanes contemporáneos llaman la atención sobre el significado de la gran «Yihad», como esfuerzo que el creyente musulmán debe realizar consigo mismo, para estar en condiciones de cumplir la Ley coránica. La pequeña «Yihad» es la actividad bélica que puede ser necesaria en determinadas ocasiones para la defensa del islam. Los tiempos modernos han ayudado a que algunos grupos musulmanes conecten y refuercen esta pequeña «Yihad» con ideas y prácticas terroristas. Pero este modo de actuar y de sentir no refleja, a mi juicio, el consenso mayoritario de los doctores musulmanes. Estoy seguro que innumerables creyentes del islam no aprueban los actos de terrorismo islámico perpetrados contra Occidente durante los últimos años. Pero la verdad es que sus voces no se oyen suficientemente en el mundo musulmán.
Este asunto ha sido tratado recientemente en numerosos análisis y ensayos, entre los que sobresalen los de O. Roy (El Islam mundializado), G. Kepel (La guerra por la mente de los musulmanes) y F. Devji (Paisajes de la Yihad).
Recelo musulmán al diálogo
— En momentos de crisis se invoca siempre la necesidad de respeto mutuo y de diálogo entre el cristianismo y el islam, pero da la impresión de que, a parte de algunos gestos, no se avanza mucho. ¿Qué dificultades específicas encuentra el diálogo con el islam?
— El diálogo entre cristianismo e islam toma cuerpo a partir del Concilio Vaticano II (1962-65). Creo que responde en mayor medida a iniciativas cristianas que musulmanas. Se percibe en el mundo musulmán un cierto recelo hacia estas actividades de comunicación y búsqueda de entendimiento. Aparte de esta actitud, pienso que las dificultades derivan principalmente de la diferente mentalidad cultural de los interlocutores cristianos o islámicos.
No parece existir un lenguaje común. Cuando católicos y protestantes hablan entre sí de su respectiva visión religiosa, lo hacen con presupuestos evangélicos, intelectuales y culturales que son los mismos, y cada uno entiende bien lo que dice el otro. No ocurre así en el diálogo islámico-cristiano. De otra parte, participantes cristianos en el diálogo con musulmanes hablan de la tendencia de sus interlocutares a blindarse, por así decirlo, y a establecer condiciones que hacen difícil, por no decir imposible, una verdadera comunicación. A pesar de todo, el clima de relativo diálogo ha permitido ya un mayor conocimiento mutuo, así como engendrar un creciente respeto. No hay que olvidar que el mundo islámico en sí mismo no es una balsa de aceite, y que las tensiones, crisis y estrategias que se producen dentro de él afectan negativamente a cualquier diálogo efectivo con los representantes cristianos.
— Los países islámicos tienden a atribuir todos sus males a enemigos exteriores (los nuevos «cruzados», el Occidente agresor, el colonialismo, el sionismo…). Pero en una religión como el islam, que pretende abarcar toda la vida social, cultural, política ¿la fallida modernización de estas sociedades no lleva a cuestionarse el propio modelo de civilización islámica?
— En el mundo musulmán ocurren simultáneamente procesos diferentes que pueden parecer contradictorios. Ha sido precisamente la experiencia de fracaso, estancamiento y disfuncionalidad en las sociedades islámicas lo que ha elevado el prestigio de la religión, como vía para solucionar los serios problemas existentes. Esta situación no parece que vaya a disminuir de momento.
Pero los movimientos islámicos militantes han entrado casi todos en una fase más constructiva y sensata. Han decidido moderarse y adoptar vías de reformismo y representatividad, que les permitan convertirse en agentes de la vida sociopolítica. Creo, sin embargo, que de momento nadie cuestiona abiertamente un modelo de civilización islámica en el que la religión tenga un papel preponderante.