La pugna entre anglicanos tradicionales y revisionistas ha dado ya lugar a un cisma de hecho. Así lo demuestra lo acordado en la conferencia celebrada en Amman y Jerusalén del 22 al 29 de junio por un tercio de los obispos anglicanos, que rechazan las reformas liberales introducidas por las provincias de Norteamérica.
En Jerusalén estuvieron trescientos obispos anglicanos, principalmente de África, Asia, Australia y Sudamérica, aunque también los había de Gran Bretaña y de Estados Unidos. Todos ellos constituyeron una organización paralela que se opone a la validación moral de la práctica homosexual, a la bendición del matrimonio gay y a otros cambios que consideran contrarios a las Sagradas Escrituras y que se han extendido entre diversas comunidades anglicanas, sobre todo en Norteamérica. La recién creada Fellowship of Confessing Anglicans representa a la mitad de la comunión anglicana (unos 36 millones de fieles) y un tercio de los obispos de esta confesión.
Si en 1992 fue la consagración de mujeres el elemento desestabilizador, y en 2003 la ordenación como obispo de New Hampshire de Gene Robinson, padre de familia divorciado y abiertamente homosexual, ahora se ha creado una nueva causa de división con la boda eclesiástica de dos clérigos anglicanos gays en Londres. Fue una unión celebrada a bombo y platillo en el seno de una Iglesia que, sobre el papel, no bendice parejas del mismo sexo.
Los obispos que no aceptan el cambio de doctrina sobre la homosexualidad acogerán a las diócesis y parroquias que quieran sumarse y formarán sus propios sacerdotes
¿Estamos pues hablando de un cisma en toda regla? La declaración final de la conferencia de Jerusalén rechaza “la autoridad de las Iglesias y de los dirigentes que han renegado de la fe ortodoxa de palabra o con los hechos”. Reconoce la naturaleza histórica de la sede de Canterbury, pero no acepta que “la identidad anglicana esté determinada necesariamente por el reconocimiento del arzobispo de Canterbury”. De hecho, la Fellowship of Confessing Anglicans ya ha anunciado el nombramiento de un nuevo grupo de primados. Además tiene previsto establecer un sistema de ingreso en la nueva entidad, por el que se permita que diócesis y parroquias sueltas puedan adscribirse a pesar de que la jerarquía del país o el obispo del que cada una depende no se hayan alineado oficialmente con el movimiento. También pretende formar sus propios sacerdotes en facultades de teología separadas y, desde el punto de vista litúrgico, volver al Book of Common Prayer de siempre, sin las adiciones de inspiración liberal.
Sin embargo, es menos claro que se llegue a producir un cisma desde el punto de vista jurídico, entre otras cosas porque el reconocimiento de una ruptura formal abriría enconadas disputas legales sobre la propiedad de las iglesias y el resto del patrimonio eclesiástico.
El movimiento secesionista está encabezado por el arzobispo de Nigeria, Peter Akinola, el de Sydney, Peter Jensen, y el obispo de Rochester, de origen pakistaní, Michael Nazir-Ali. La reacción más fuerte contra la aceptación del clero homosexual, las ideas secularizadoras y los cambios en la familia proviene de las provincias africanas y anuncia una redistribución del poder dentro del anglicanismo. Hoy día es en África donde crece el anglicanismo, mientras que en Inglaterra cada vez tiene menos fieles practicantes.
Según recoge The Guardian, para el arzobispo de Sydney, Peter Jensen, los obispos americanos “cometieron un extraordinario error estratégico” en 2003, con la consagración episcopal de Gene Robinson, porque pensaban que no habría consecuencias. En su opinión, “las consecuencias se han ido desplegando en los últimos cinco años, y ahora la Iglesia se divide”.
Para el columnista del National Post (26-06-2008) Raymond de Souza, católico,“no es posible que una misma comunión sostenga directamente opiniones contradictorias sobre asuntos de grave importancia”. Explica De Souza que “los canadienses y estadounidenses son defensores del matrimonio del mismo sexo y argumentan que los actos homosexuales pueden ser moralmente buenos, e incluso ser elevados a la dignidad sacramental. Pero la visión cristiana tradicional es que esos actos son una ofensa a Dios. Se trata de dos visiones antagónicas: no puede ser que ambos puntos de vista coexistan como opciones igualmente aceptables”.
La cuestión de si es posible recomponer la unidad estará presente en la Conferencia de Lambeth, que reunirá al conjunto de obispos de la Comunión Anglicana del 20 de julio al 3 de agosto, a excepción de la mayoría de los 300 disidentes que han decidido boicotearla.