En una reciente encuesta de la Fundación BBVA realizada en nueve países europeos (cfr. Aceprensa 23-12-2008), la ciencia es el área que, junto a la medicina y el medio ambiente, más interés suscita. Los científicos son uno de los grupos profesionales que mayor credibilidad y confianza inspiran (6,3 sobre 10) y de los que se espera que aporten más a la mejora de las condiciones de vida (7 sobre 10).
Es verdad que esta confianza en muchos casos es algo parecido a la fe del carbonero, ya que el nivel de información sobre las cuestiones científicas está bastante por debajo del interés declarado. Por ejemplo, a pesar de todo lo que se habla sobre las potencialidades de las células madre, la encuesta revela que el conocimiento existente en Europa sobre ellas es sumamente bajo.
Pero no cabe duda de que la ciencia tiene una valoración alta y se ve como un importante factor de progreso. Nadie discute la necesidad de incrementar los presupuestos de I+D, y recientemente la Europa científica ha añadido a su infraestructura de investigación 10 nuevos grandes centros, desde laboratorios de alta seguridad biológica a un sistema de radar para estudiar la atmósfera terrestre.
En esas condiciones, cabría esperar que la ciencia atrajera a un creciente número de jóvenes, deseosos de participar en esos avances y de ejercer una profesión atractiva. Sin embargo, la evolución parece sugerir una crisis de vocaciones científicas.
Crisis de vocaciones científicas
Un coloquio europeo sobre “Ciencias en sociedad”, celebrado en París el pasado noviembre, daba la voz de alarma sobre el descenso de estudiantes de ciencias. Mientras que en la Unión Europea los alumnos se aglomeran en torno a los estudios de informática (+80% desde 2000), las ciencias de la vida se estancan (+1%) y las ciencias físicas sufren un descenso del 5,5%. Pero incluso entre los estudiantes científicos se observa una atracción fatal por disciplinas “pragmáticas” como las matemáticas financieras y la gestión. Esta desafección por las ciencias se nota también en EE.UU., aunque este país sale mejor parado por la afluencia masiva de estudiantes extranjeros, en particular asiáticos.
En Francia, según una nota del Ministerio de Enseñanza Superior publicada a fines de diciembre, se espera que el número de estudiantes universitarios baje casi un 7% de aquí a 2017. Dos fenómenos influyen en esto: la menor natalidad de los años noventa y la menor inclinación de los bachilleres a proseguir sus estudios en la Universidad.
Pero la disminución de alumnos no afectaría del mismo modo a todos los estudios: ciencias y letras perderían cada una cerca de un tercio de sus efectivos, mientras que las ciencias de la salud (+24%) y Derecho (+15,1%) progresarían netamente.
Se habla mucho del abandono de los estudios de Humanidades. Pero la huida de los estudios científicos no es menos notable. En España, por el efecto combinado de la caída de la natalidad y del desinterés de los jóvenes, entre las carreras que han perdido alumnos desde el curso 2000-2001 al 2005-2006 están Química (-40%), Biología (-18,2%), Matemáticas (-43,8%), Física (-37,3%) e Ingeniería Industrial (-4,8%).
En cambio, entre las que han crecido están carreras de ciencias que responden a nuevas necesidades como Ciencias Ambientales (+54,4%), Ingeniería Informática (+16,6%) y de Telecomunicaciones (+7%). Pero todas ellas responden al tipo de estudios más directamente aplicados.
Por ahora, los datos sobre número de investigadores dedicados a I+D en la UE indican una tendencia creciente: de 1,59 millones en 2000 a 1,78 millones en 2005. Pero la huida de los estudios de ciencias puede ser una bomba de relojería para la investigación pública y privada.
A la hora de buscar soluciones se insiste en mejorar las salidas profesionales; pero para suscitar vocaciones, en la ciencia como en cualquier otro campo, hay que hacer atractiva la misión, la ciencia en este caso. De lo contrario, los presupuestos de I+D pueden encontrarse con magníficos laboratorios, y falta de investigadores.