Uno puede tomar postura a favor de experimentar con células madre embrionarias, pero la lógica no le permite presentar su opción como si fuera “ciencia pura”, sin mancha de política o ideología. Y eso se ha pretendido hacer con el decreto de Barack Obama que levanta los límites impuestos por su predecesor George Bush a la financiación federal de tales investigaciones.
El truco retórico ha sido empleado por comentaristas favorables a la decisión. Un editorial del New York Times (10-03-2009) la celebra porque pone fin a “un largo y estéril periodo en que se consintió que las objeciones morales de los conservadores religiosos frenaran el progreso de una investigación con relevancia médica”. En cambio, “Obama ha prometido basar las decisiones de su gobierno en ciencia seria, sin tergiversaciones políticas o ideológicas”.
Cómo se puede creer que el presidente firme un decreto sobre el uso de embriones humanos sin que haya por medio ni moral, ni política ni ideología, tal vez sabría explicarlo Molière. Así como su monsieur Jourdain, el burgués gentilhombre, hablaba en prosa sin saberlo, hay quienes tienen su ideología tan asumida que no la advierten, y la confunden con la evidencia. Para ellos, ideología es solo la postura contraria, objeciones morales se llaman las razones a favor de las reglas que no suscriben y hay injerencias políticas en la ciencia cuando el dinero no llega adonde ellos querrían.
Naturalmente, tanto el decreto de Bush como el de Obama que lo revoca son opciones políticas con fundamentos ideológicos y morales. En cuanto a motivos religiosos, el Times los atribuye a Bush, pero Obama los invocó expresamente para justificar su decisión el 9 de marzo: “Como persona de fe, creo que estamos llamados a cuidar unos de otros y trabajar para aliviar el sufrimiento humano”. Por eso, cuando veo que El País (11-03-2009) explica el decreto de Bush por “su fe evangélica” y titula “Obama quita el corsé religioso a la ciencia”, me pregunto si el corresponsal oiría el discurso entero.
De hecho, Obama mismo matizó más que sus comentaristas, si bien a costa de mayor ambigüedad y alguna incongruencia patente. Por una parte, subrayó que su decreto contribuye a “proteger la investigación libre y abierta” y anunció nuevas medidas para asegurar que “tomamos decisiones científicas basadas en hechos, no en ideología”. Por otra, un párrafo antes había declarado con firmeza que mantendrá encorsetada la investigación en otro terreno, sin precisar en qué hechos basa tal decisión: “Nuestro gobierno -dijo- nunca abrirá la puerta a la clonación humana con fines reproductivos. Eso es peligroso, profundamente malo, y no tiene lugar en nuestra sociedad, ni en ninguna otra”. Se ve que también Obama sostiene que la libre investigación ha de someterse a los principios (como Bush, pero no lo digas, ni lo llames objeciones morales).
De hecho, al explicar su decreto, Obama hizo un planteamiento que recuerda al de Bush. Los dos -Bush más extensamente- se refirieron a la división de opiniones en torno a las investigaciones con células embrionarias. Los dos presentaron sus respectivas decisiones como un difícil equilibrio. Bush dijo alcanzarlo distinguiendo entre las líneas celulares obtenidas de embriones ya destruidos y las futuras, y resolvió autorizar la financiación de investigaciones con las primeras, pero no con las segundas, para no estimular la destrucción de embriones (cfr. Aceprensa, 29-08-2001) . El equilibrio de Obama consiste en levantar el veto de Bush imponiendo a los experimentos rigurosas condiciones y una estricta supervisión, para impedir abusos. No dijo en qué consistirán los requisitos ni cómo se asegurará la vigilancia, pero en todo caso esto implica que las asignaciones de dólares no se harán solo con criterios de “pura ciencia” (1).
Sin embargo, la opción de Obama parece menos equilibrada. Su discurso se movió en la vaguedad de las generalidades inatacables, sin entrar a discutir lo que está en juego: no mencionó que los trabajos que autoriza financiar implican la destrucción de embriones humanos (ni siquiera pronunció esas dos palabras). Dijo que el decreto de Bush había planteado un “falso dilema entre ciencia seria y valores morales”, pero no señaló qué valores salva con su decreto, y cuando afirmó que se puede explorar las posibilidades de las células embrionarias y a la vez -gracias a la indeterminada supervisión ya aludida- “evitar los peligros”, tampoco explicó qué peligros. Al final, lo único claro es que el equilibrio de Obama inclina la balanza hacia un lado.
Obama concluyó su discurso con el corsé religioso acostumbrado: “Dios bendiga a América”.
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<>(1) Cfr.: discurso de Barack Obama, 9-03-2009; declaración de George Bush, 9-08-2001 (PDF).