Miley Cyrus se ha cansado de ser Hannah Montana, el personaje por el que saltó a la fama y por el que la han idolatrado millones de adolescentes en todo el mundo. Lleva semanas repitiéndolo, aprovechando los micrófonos que le ponen para promocionar su nueva película La última canción, un drama romántico escrito por Nicholas Sparks. En la película, Cyrus interpreta a una jovencita rebelde que encontrará un verano, a través del amor de un atractivo joven, la fuerza para reconciliarse con el mundo y perdonar a su padre. Es decir, un personaje que -sin ser Hannah Montana- no está lejos de los valores que hasta ahora personificaba Miley Cyrus.
La joven actriz y cantante de 17 años había manifestado hasta la saciedad -especialmente a través de su Twitter que mantuvo con una actividad frenética hasta que lo cerró en 2009 por petición de su novio- su defensa de algunos valores como la familia, la fe en Jesucristo (es cristiana evangélica) o la castidad (durante algún tiempo lució un anillo de pureza para defender la virginidad hasta el matrimonio). Su look además era el de una adolescente atractiva y moderna pero en absoluto provocativa. La suma de vestuario, valores y argumentos de sus películas la convertían no solo en un ídolo para los más jóvenes sino en una figura para los padres que veían en Miley Cyrus una buena influencia, un ejemplo a imitar.
Pero esto pertenece al pasado, Cyrus se ha hecho mayor y para romper con su personaje ha roto también con su look y sus valores. La última canción es una película de transición, pero el 22 de junio se lanzará su nuevo disco I can’t be tamed (“Soy indomable”). El videoclip del tema principal, que puede verse ya en internet, muestra a Miley Cyrus vestida de pájaro con un ajustado corsé negro, botas altas y alas, bailando de forma muy sensual y desinhibida en una jaula rodeada de hombres. Unos días antes, Cyrus había protagonizado un pequeño escándalo al publicarse un video en el que aparecía bailando de forma provocativa con el productor de cine Adam Shankman, de 45 años y abiertamente gay. La reacción crítica de algunos medios fue tal que el propio padre de la actriz tuvo que salir en su defensa.
Un cambio de manual
Lo curioso de toda esta historia es que, precisamente, no es nada original. Lo que le está pasando a Miley Cyrus ya le ha pasado a muchos otros actores y cantantes precoces -muchos de ellos de la Disney- que para “crecer” artísticamente han tenido que plegarse a las prerrogativas de las productoras que piensan que sin escándalos y unos gramos de morbo no hay quien aguante el paso a la madurez de un ídolo juvenil. La pena es que, en el camino, estos jóvenes pierden parte de su talento, toda su frescura y, en algunos casos la salud y la cabeza (Lindsay Lohan y Britney Spears son solo dos ejemplos). Y es que cambiar de forma de pensar y de actuar de la noche a la mañana no debe de ser muy saludable.
En cualquier caso, es gracioso escuchar a Cyrus protestar de su personaje de Hannah Montana, decir que está supercontenta de tener un nuevo look solo apto para adultos y que guste más a los padres de sus fans. Hay que oírla explicar que “como decía mi madre, no tienes que fijarte en lo que quieren los demás, sino en lo que quieres ser, y por eso estoy orgullosa de lo que he hecho” y comparar sus declaraciones “estoy en otra etapa, intentando crear mi propia imagen y desarrollar mi personalidad”, con las de “su portavoz” (¿será su productor musical?): “ella ha sido una estrella adolescente e inocente demasiado tiempo. El nuevo aspecto y actitud, sorprenderá a mucha gente y es algo que Miley quiere hacer”. Tanta insistencia en la madurez y la autenticidad de una chica de 17 años suena, por lo menos, sospechoso.
Que Hannah Montana fuera un producto prefabricado no lo dudaba casi nadie, que la nueva Miley Cyrus es otro, es aún más evidente.