El filósofo Tzvetan Todorov explica que una sociedad necesita no solo tener memoria, sino conocer la Historia. Lo aplica al caso de Argentina, donde un terrorismo revolucionario precedió al terrorismo de Estado de los militares, y no se puede comprender el uno sin el otro.
Tras un viaje a Argentina, Todorov relata que estuvo en la Escuela Mecánica de la Armada y en el Parque de la Memoria, donde se recuerda los crímenes de la dictadura militar (1976-1983) y las víctimas de la represión.
“En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el periodo 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba”.
Como fue aniquilada, no se puede calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. “Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población”.
Todorov reconoce que no se puede asimilar a las víctimas reales con las víctimas potenciales, y que los crímenes de la dictadura militar son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del Estado, garante teórico de la legalidad. “Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedió y convivió al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede comprender el uno sin el otro”.
Todorov hace ver que si bien estos lugares quieren honrar a las víctimas, no explican nada sobre su vida anterior a la detención: “han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si no más, que sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que sabían que asumían ciertos riesgos”.
Todorov concluye que la memoria colectiva es subjetiva, mientras que “la Historia no se hace con un objetivo político (si no, es una mala Historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos”. “La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables”.